Los resultados del referéndum del pasado 5 de julio confirman que los votantes griegos decidieron creer de nuevo las delirantes promesas de Tsipras y Varoufakis.
Por un margen de tres a dos, los votantes griegos decidieron creer de nuevo las delirantes promesas de Tsipras y Varoufakis. Las promesas de que no tendrán que hacer reformas, que basta con votar NO para poder seguir prejubilándose diez o quince años que el resto de europeos.
Han creído que no sólo les condonarán las deudas, sino que les darán decenas de miles de millones de euros más; que seguirán en el euro y que salarios y pensiones no verán reducido su poder adquisitivo en términos reales cuando les empiecen a pagar en pagarés o dracmas.
Comulgaron con la rueda de molino de que sus bancos volverán a abrir, podrán atender a sus depositantes sin quita ninguna y mantendrán la solvencia necesaria para financiar el funcionamiento de la economía griega.
Hasta pasaron por bueno el delirio de que un gobierno neocomunista en alianza con nacionalistas griegos radicales hará que los griegos repatríen sus capitales, los inversores extranjeros se peleen por invertir en Grecia y los empresarios no piensen más que en cómo expandir sus negocios, emprender y contratar trabajadores con sueldos –eso sí- dignos de verdad.
Y recuerden: los que no se lo creyeron ni son demócratas ni son europeos. Como dicen los ingleses: “Yes, and Pigs will fly”.