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Elecciones EEUU: entre lo malo y lo peor

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Es difícil recordar a dos candidatos tan lamentables: se elige entre lo peor del establishment y una ola de populismo y nacionalismo profundamente antiliberal.

El próximo 8 de noviembre, como en todo primer martes después del primer lunes de noviembre de cada año bisiesto, se celebrarán las elecciones presidenciales en EEUU o, lo que es lo mismo, el pueblo estadounidense votará para elegir a los 538 miembros del Colegio Electoral, de donde saldrá el cuadragesimoquinto inquilino de la Casa Blanca.

Es difícil recordar a dos candidatos tan lamentables (aunque, en el caso del Partido Demócrata, el drama podía haber sido mayor si el abiertamente socialista Bernie Sanders hubiera vencido en las primarias). Si hay alguien que representa lo peor del establishment (corrupción, hipocresía, mentiras, carencia total de principios, ansia desmedida de poder…) esa es Hillary Clinton, la casta quintaesenciada. Y si alguien simboliza la ola de populismo y nacionalismo que lleva, a derecha e izquierda, pero siempre desde el antiliberalismo, amenazando a Occidente desde la Gran Recesión, ese es Donald Trump, el Jesús Gil de Queens, un genio a la hora de saber decir en cada momento lo que la plebe quiere escuchar, sin importar las consecuencias (y en este caso su candidatura resulta particularmente lacerante dado que en el Partido Republicano había alternativas bastante más presentables, como era el caso de Marco Rubio o Ted Cruz).

Así las cosas, la mayoría de pronósticos indican que la pugna está 80-20 para Clinton, que previsiblemente alcanzará un 46-47% de voto popular frente al 43% en el que probablemente se moverá Trump. Y si se acaba confirmando ese escenario, combinado con una deseable renovación de las mayorías republicanas en el Congreso y el Senado, tal vez nos encontremos ante la menos mala (dejando aparte la casi imposible carambola que auparía al libertario Gary Johnson a la presidencia) de las salidas.

Nada bueno cabría esperar de un triunfo de Hillary Clinton y su anunciado continuismo de la era Obama. EEUU se vería condenado a un discreto crecimiento económico y a un fortalecimiento del Estado de Bienestar, con subidas de impuestos y transferencias sociales a determinados grupos de la población a cambio de votos garantizados —como si de la Andalucía del PSOE se tratase—. Todo ello, además, aderezado con una preocupante retórica belicista hacia el exterior (tal vez para compensar el envalentonamiento de los enemigos de Estados Unidos, siempre liberticidas, encabezados por una Rusia que ha devenido en poco menos que un hegemón en estos últimos años)…

… Pero peor todavía resultaría una victoria de un Trump previsible en sus ideas profundamente antieconómicas e imprevisible en todo lo demás, esto es, una ruleta rusa que la actual coyuntura mundial, sometida a una enorme incertidumbre, no se puede permitir.

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