‘Inúndalo todo de m*erda’: la guía de Steve Bannon para influir

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Por Justin Hempson-Jones. El artículo ‘Inúndalo todo de m*erda: la guía de Steve Bannon para influir‘ fue publicado originalmente en CapX.

Las sociedades libres no sólo dependen de los mercados libres de bienes y servicios, sino también de mercados libres y funcionales de información. La democracia liberal parte de la base de que, si se tiene acceso a datos precisos, puntos de vista diversos y un debate abierto, la verdad triunfará. Pero, ¿qué ocurre cuando se rompe el mercado de la información, cuando la atención, y no la exactitud, se convierte en la moneda de cambio? ¿Cuándo la visibilidad sustituye a la credibilidad?

Esta es la crisis a la que nos enfrentamos ahora: un colapso del mercado de la verdad, o de lo más parecido a ella. Y los regímenes autoritarios se están aprovechando de ello.

Líderes como Donald Trump, Viktor Orbán, Recep Tayyip Erdoğan y Narendra Modi han descubierto una versión de la censura del siglo XXI: no prohibiendo ideas, sino inundando el sistema de ruido. En lugar de suprimir la disidencia, la abruman, explotando nuestra psicología y convirtiendo las plataformas digitales en motores de confusión.

El ascenso al poder de Trump en 2016 no se basó en la persuasión tradicional, sino en una comprensión intuitiva de la economía digital de la atención. Su infame estrategia de «inundar la zona de mierda», en palabras de su antiguo asesor Steve Bannon, equivalía a una guerra de información. Si puedes saturar el entorno con mensajes contradictorios y cargados de emoción, destruyes el valor de la credibilidad. Cuando todo se pone en duda, recurrimos por defecto a lo que ya creemos y en quienes confiamos instintivamente: nuestros iguales más cercanos y quienes lideran nuestros grupos de pertenencia.

Los efectos van mucho más allá de Trump. En la India, el gobierno de Modi presiona a las plataformas tecnológicas para suprimir la disidencia e impulsar las narrativas nacionalistas. En Turquía, Erdoğan combina las detenciones con la manipulación online. En Hungría, Orbán ha nacionalizado gran parte de los medios de comunicación, desplazando al periodismo independiente. Lo que une a estos líderes es un manual común: manipular la plaza pública digital para distorsionar la percepción, no sólo para controlar la expresión.

Estas tácticas funcionan porque explotan la forma en que los seres humanos procesamos la información. No sopesamos racionalmente cada hecho. Nos basamos en atajos: reputación, emoción y consenso social, por ejemplo. Pero plataformas como Twitter, YouTube y Facebook, impulsadas por algoritmos de interacción, explotan esos atajos. Dan prioridad a los contenidos que provocan ira y miedo. Cuanto más emotivo, más visible. En este contexto, la verdad puede convertirse en una señal más, perdida en el ruido.

En un mercado que funciona, los malos productos fracasan. Pero la economía de la atención digital no recompensa la fiabilidad, sino la viralidad. Esta perversa estructura de incentivos permite que prospere la desinformación. Las plataformas tecnológicas -intencionadamente o no- se han convertido en infraestructuras de influencia, utilizadas por los hombres fuertes para eludir a los guardianes tradicionales y ahogar las críticas.

El resultado es un ecosistema epistémico roto. Si todo el mundo vive en una burbuja de información personalizada, no existe una base compartida para el debate público. La gente se siente abrumada y cínica. El compromiso de los votantes disminuye. Aumenta la polarización. Y los demagogos llenan el vacío con relatos simplistas y chivos expiatorios.

No se trata sólo de un problema político, sino también económico. Las democracias dependen de ciudadanos informados que toman decisiones razonadas, al igual que los mercados dependen de consumidores informados que toman decisiones racionales. Pero en ambos casos, la asimetría de la información y la distorsión de los incentivos conducen al fracaso. El mercado de la verdad ya no se autocorrige.

¿Qué se puede hacer?

En primer lugar, los incentivos deben cambiar. Las plataformas de medios sociales tienen que enfrentarse a una presión real -normativa, de reputación o competitiva- para dar prioridad a la integridad sobre la viralidad. Eso no significa censura. Significa aumentar la visibilidad de las fuentes creíbles, etiquetar los contenidos sintéticos o manipuladores y reducir el alcance de la desinformación coordinada.

En segundo lugar, hay que reconstruir la infraestructura cívica. La alfabetización mediática, las herramientas de verificación de hechos y el periodismo independiente son esenciales si queremos un mercado de ideas que funcione. Al igual que los mercados necesitan árbitros de confianza, las democracias necesitan instituciones que defiendan una base fáctica compartida.

Por último, debemos dejar de considerar la democracia como un mero sistema político: también es un sistema de conocimiento. La libertad de elección sólo tiene sentido cuando las personas pueden acceder a información precisa. Sin ella, el liberalismo degenera en teatro, y las elecciones se convierten en concursos de popularidad gobernados por la distorsión algorítmica en lugar del debate razonado.

Los mercados libres dependen de la transparencia, la responsabilidad y la competencia leal. Lo mismo ocurre con las sociedades libres. Si no arreglamos el mercado de la verdad, los autoritarios no necesitarán silenciar a sus críticos, simplemente los enterrarán en ruido.

CapX
Author: CapX

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