Jovellanos y el liberalismo español

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la Ilustración Española se caracterizó por compatibilizar la razón y los nuevos sistemas científicos con la tradición católica. Se han distinguido dos periodos principales en ella, un primer periodo esencialmente crítico, que se extendería hasta 1750, en el que sobresale Feijóo y un segundo periodo principalmente reformador, en la segunda mitad del siglo XVIII. En España, en ese siglo, la mayor parte de los ilustrados, contaron siempre con el apoyo de la Corona y de la Corte, que compartían el espíritu de la época. Los Ilustrados ostentaron cargos principales en la Administración Real, en los Consejos de Castilla, de Indias, etc., y en el gobierno.

La Ilustración española es el periodo intelectual que ha dejado en la posteridad una huella más profunda en los modos del pensamiento, de la ciencia, de la literatura y de la filosofía españolas actuales. Y eso, pese al indudable “brillo menor” que acompaña al siglo XVIII, en comparación con los clásicos españoles de los siglos XVI y XVII, o de los autores del grandioso Romanticismo español del siglo XIX, y de las generaciones siguientes -generaciones de 1898, de 1914 y de 1927-, en el denominado Segundo Siglo de Oro o Siglo de Plata de las artes, las ciencias, la literatura y el pensamiento hispánicos.

El siglo XVIII en España

También España inició en el siglo XVIII su industrialización, en la que la Corona desempeñó un papel principal. Las Reales Fábricas (hilaturas, cerámicas, acero, etc.) impulsaron las nuevas industrias. Las hambrunas se mitigaron y hasta casi desparecieron en España, debido a la introducción del cultivo de la patata, desde finales del siglo XVII, y a las mejoras en la producción agrícola. En otros países europeos, las hambrunas generales se prolongarían hasta bien entrado el siglo XIX. También conoció España, durante el siglo XVIII, un aumento de su población: de los de 8’5 millones de habitantes calculados para 1700, se pasó a una población de 11,3 millones de habitantes, en 1800, en la España peninsular.

Fue un siglo de recuperación económica, militar, política y cultural para España, que pareció recobrarse de las derrotas padecidas en el siglo precedente. Hasta tuvo capacidad para un último esfuerzo colonizador en América. Fue con la expedición de Fray Junípero Serra (1713-1784) y José de Gálvez (1720-1787), entre 1769 y 1770, a la Alta California y el Territorio de Oregón. La ciudad de San Francisco fue fundada por los españoles, el 29 de junio de 1776, cinco días antes de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América.  

El más destacado de los ilustrados españoles fue Jovellanos (1744-1811), hombre de acción y también escritor, aunque no fue tanto un teórico, como un reformador. Fue un jurista y político ilustrado, cuyo pensamiento influyó notablemente en la generación que protagonizó la Revolución Española (1808-1812). Y, aunque no crease exactamente una escuela, su influjo se proyectó también sobre las siguientes generaciones del liberalismo español, que conformaron la España Constitucional a lo largo del siglo XIX. Una influencia que alcanza hasta los tiempos más recientes, en los que su figura y sus obras siguen siendo estudiadas.

Gaspar Melchor de Jovellanos

Perteneció a la generación que dirigió España en la segunda mitad del siglo XVIII. Una España optimista, bien reflejada en las alegres pinturas costumbristas de Bayeu (1734-1795) y Goya (1746-1828). Jovellanos fue un gran reformador. Sus proyectos de reforma los presentó en programas de actuación de los poderes públicos, para el fomento de la industria, la agricultura y el comercio. Su máxima de promover ciencias útiles, principios económicos y espíritu general de ilustración, expresa sus inquietudes y propósitos: Ilustración y reformas racionales pues, a su juicio, ambas cosas se correspondían una con otra. La principal finalidad de sus proyectos fue la mejora de las condiciones de vida de la creciente población española del siglo XVIII. Una mejora para elevar las condiciones materiales de existencia, a la vez que la moralidad y la ilustración de los ciudadanos.

Fue uno de los más importantes estadistas españoles del final del siglo XVIII y comienzos del XIX. Quizá solo se le aproximan Ensenada y los condes de Aranda y Floridablanca. Pero, a diferencia de otros ilustrados, representativos más del fin de una época, Jovellanos representa también el comienzo de los tiempos actuales en España y en América. En sus últimos años, supo posicionarse como el pensador del pasado que, sin embargo, inspiraría a la vez el inicio del nuevo tiempo político abierto en la España de ambos hemisferios por la convocatoria de las Cortes Extraordinarias de 1810, reunidas en Cádiz, y por su obra constitucional.     

No construyó un sistema de pensamiento, fue un hombre de acción. Su pensamiento está en sus múltiples informes, memorias y propuestas, en sus obras literarias y en su correspondencia. Jovellanos no se distrajo en divagaciones teóricas. Desde una aceptación crítica de los principios Ilustrados, incluso los radicales, centró su atención en estudios concretos sobre la situación nacional. Trabajó siempre a partir de informes elaborados sobre datos ciertos y análisis económicos. La reforma agraria, la reforma de la enseñanza media y superior, la mejora de las comunicaciones para facilitar el comercio, la industria y las artes, fueron los asuntos a los que se dedicó.

La formación de un ilustrado

Entre 1767 y 1778, fue Magistrado en la Audiencia de Sevilla, donde destacó por sus amplísimos conocimientos de la cultura clásica y de la moderna, es decir, de las ciencias, de la historia, de la filosofía, y del humanismo cristiano. Destinado a Madrid en 1778, se integró en la vida cultural madrileña de la mano del Duque de Alba y de Campomanes. Fue nombrado miembro de la Real Academia de la Historia (1779), presentando su Discurso de Ingreso en la misma al año siguiente, con el más que elocuente título de Sobre la necesidad de unir el estudio de la Legislación a nuestra Historia y antigüedades. Un discurso con claras referencias a Montesquieu (1689-1755).  

También ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1780) y en la Real Academia Española (1781). Vivió sus momentos culminantes en la creación del Banco de San Carlos (1782), antecedente del Banco de España, en cuya fundación participó. Y desplegó su mejor talento en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País -fundada en 1775-, de la que fue Director desde diciembre de 1784. En esos años, especialmente entre 1792 y 1793, apoyó los trabajos para las primeras traducciones al español de la obra de Adam Smith (1723-1790) La Riqueza de las Naciones, publicada en inglés en 1776.    

Entre 1778 y 1790, junto a algunos otros, protagonizó la política reformista en España y América del Rey Carlos III, al que admiraba personalmente. Y nunca simpatizó con el despotismo ilustrado de los philosophes franceses. Jovellanos no fue “afrancesado” y su ideología política responde al incipiente liberalismo propio del Siglo de las Luces, con todas sus ambigüedades. Creía en la libertad y en los derechos individuales de los ciudadanos. Para él, el sistema de gobierno preferible era una monarquía limitada, en la que estuviese establecida la separación de poderes, como consideraba, con razón, que correspondía a la tradición jurídico-política española.

Jovellanos literato

En lo estrictamente literario, Jovellanos ganó un puesto destacado en la historia de la literatura universal. No lo fue, desde luego, por sus poemas o por otros textos, como sus incursiones en la tragedia neoclásica española, con su obra La Muerte de Munuza (1792), dedicada a los albores de la resistencia española al islam, en la Alta Edad Media. Y tampoco fue por su prosa, desarrollada en los informes y memorias que elaboró. Jovellanos hizo una destacada aportación a los grandes arquetipos de la cultura universal con la creación de un personaje, “el delincuente honrado”, en su drama homónimo, escrito en 1774. Un arquetipo que ha dado mucho de sí en la literatura, el teatro y el cine de los últimos dos siglos, hasta nuestros días.

Las obras de Jovellanos están disponibles en ediciones digitales publicadas por el Instituto Cervantes, que puede consultarse. Entre sus obras no literarias, destacan su citado Discurso de Ingreso en la Real Academia de la Historia, su Elogio de Carlos III (1788), y su Memoria en Defensa de la Junta Central (1810), además de sus célebres informes sobre la Reforma Agraria, sobre espectáculos, sobre las enseñanzas media y superior, etc.

Pensamiento político

El pensamiento de Jovellanos se sitúa en el liberalismo reformista de la segunda mitad del siglo XVIII. En un país como España, donde las reuniones de Cortes de cada reino se mantenían con cierta asiduidad, era posible pensar en una evolución del sistema político hacia formulaciones liberales. No es posible compartir el juicio del Profesor Abellán, en su Historia del Pensamiento Español, que lo presenta casi como un protosocialista, partidario de la abolición de la propiedad privada. Quizá pudiera haber alguna base para ello, pues Jovellanos se vio involucrado, en 1797, en el asunto de la traducción al español de la obra de Rousseau (1712-1778) El Contrato Social (1762), libro prohibido entonces en España.

Como casi todos los liberales europeos de finales del siglo XVIII, sus modelos políticos concretos fueron el parlamentarismo inglés y la naciente democracia norteamericana, de los que buscó y obtuvo información. También siguió con interés los inicios de la Revolución Francesa y estudió su constitución de 1791. Como la mayoría de los liberales e ilustrados, sintió espanto y repulsa ante la deriva revolucionaria de Francia y el Terror desatado por Robespierre (1758-1794) y la Dictadura Jacobina, de 1793 y 1794. Y sintió honda preocupación por la deriva autoritaria de Francia, tras la caída de Robespierre, que condujo, mediante el Directorio (1795-1798) y a través del Consulado (1798-1804), a la Dictadura Bonapartista y al Imperio Napoleónico (1804-1815).  

Retirado de la actividad pública en 1790, retornó a ella en 1797, como Ministro de Gracia y Justicia de Carlos IV (1748-1819), en un gabinete dirigido por el afrancesado Mariano Luis de Urquijo (1769-1817). Su posición en el gabinete, favorable a la paz con Inglaterra, causó su cese, en 1798, y su posterior destierro y encarcelamiento por Godoy, en 1801, en Baleares. Fue liberado en 1808, tras la caída de Godoy. En mayo de ese mismo año renunció a integrarse en el Gobierno de José Bonaparte. El rechazo a la propuesta, que le fue transmitida a través del afrancesado Cabarrús (1752-1810), causó honda conmoción en toda España.

La “causa sagrada de la patria”

Jovellanos, apeló a “la causa sagrada de la patria” para rechazar la oferta de ser ministro del Rey José I, después de los combates del 2 de mayo de 1808, en Madrid. Con este rechazo, el más destacado ilustrado español se declaraba francamente a favor del bando patriota y contrario a los franceses y a los Bonaparte. Al igual que él, otro insigne ilustrado, el Conde de Floridablanca, se declaró a favor de la resistencia contra los franceses, desde el primer momento. Y, siguiendo sus pasos, muchos jóvenes liberales, como Toreno (1786-1843), Martínez de la Rosa (1787-1862), Quintana (1772-1857), Muñoz Torrero (1861-1829), Isidoro Antillón (1778-1814), etc., les secundaron. 

Jovellanos participó muy activamente en la organización del gobierno patriota que se enfrentó a los Bonaparte. Trabajó en la Junta Central, en la conformación de la Regencia y en la convocatoria de las Cortes Extraordinarias de 1810, que elaboraría la Constitución de 1812, la “Pepa”.

Influencia de Jovellanos

Como al principio se apuntó, no puede decirse que Jovellanos crease escuela, sin embargo, el jovellanismo político fue una denominación que alcanzaría a ser ilustre en la primera mitad del siglo XIX, hasta 1850, más o menos, en que la dicha denominación se fue abandonando de modo paulatina, pero no por olvido o menosprecio, sino por la admisión de su figura por todas las tendencias.

Además de la influencia que desplegó en su época y sobre la generación que protagonizó la Revolución Española de 1808, y la formulación constitucional de 1812, a las que ya se ha hecho mención, el influjo de Jovellanos alcanzó a todo el liberalismo español durante el siglo XIX. Su obra fue referencia de los doceañistas, como los citados Toreno o Antillón, que lo conocieron. Ambos describieron a Jovellanos como personaje de gran talla política y moralidad intachable. Un personaje que estaba revestido del fuste de toda la tradición española, con sus viejos valores de honor, honra y con los principios de la ética cristiana.

También lo estudiaron y tomaron como referente quienes se denominaron jovellanistas, como los jóvenes Alcalá Galiano (1789-1865) y Donoso Cortés (1809-1853). Igualmente, la obra de Jovellanos siguió siendo objeto de estudio y fuente de inspiración para la siguiente generación liberal, en la segunda mitad del siglo XIX. A finales del siglo XIX, el jovellanismo se extendería entre todas las tendencias del pensamiento y de la política, que lo reclamaron como propio. Carlistas como Nocedal (1821-1885) o Vázquez de Mella (1861-1928), conservadores como Gumersindo Laverde (1835-1890) o Menéndez Pelayo (1856-1912), y progresistas como Gumersindo de Azcárate (1840-1917) o Joaquín Costa (1846-1911), reivindicaron la obra y la figura de Jovellanos. En el siglo XX, Ortega y Gasset (1883-1855) se reclamó su heredero.

En mayo de 2022, el Instituto Juan de Mariana celebró un Primer Congreso de Historia del Liberalismo Español, dedicado a Jovellanos con la colaboración, entre otras, de la Fundación Gustavo Bueno, que publicó en 2004 el completísimo estudio sobre él, realizado por Silverio Sánchez Corredera.

Serie ‘españoles eminentes

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