Mucho se ha comentado en las últimas semanas sobre el nombramiento del papa León XIV como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Se han formulado diversas hipótesis sobre cómo será su pontificado, a qué le dará prioridad y qué rumbo tomará la Iglesia en los próximos años. Un aspecto muy comentado ha sido la elección de su nombre y su clara alusión a su antecesor nominal, León XIII. Es bien conocida, y ha sido mencionada por el papa, la encíclica Rerum Novarum, documento vertebral para entender la doctrina social de la Iglesia y sus postulados frente las corrientes económicas que tomaban fuerza en el ocaso del siglo XIX.
La elección del nombre “León” y los escritos mencionados, han hecho que muchos vaticanistas, expertos y aventureros hayan decidido llamar al nuevo papa, “el papa de la paz”, “el papa de lo social” o “un nuevo Francisco”. Sin entrar a debatir sobre esos calificativos (no considero tener la capacidad para analizar asuntos tan elevados), creo que hay algo, sin embargo, que no se debe dejar pasar por alto: uno de los elementos constitutivos de cualquier paz y dignidad social pasa por el reconocimiento de la propiedad individual como ente vertebrador de una sociedad justa (no aquella que busca el igualitarismo marxista ni tampoco un mercado sin reglas). Eso es uno de los mensajes fundamentales de la mencionada encíclica, y debe seguir siendo una de las banderas a defender por parte de la Iglesia, si ésta pretende seguir defendiendo la dignidad de cada hombre (algo que estoy seguro quiere hacer).
La defensa de tales ideas no es nueva. Desde por lo menos el siglo XVI, con el advenimiento de nuevas rutas comerciales y actividades económicas, un grupo de religiosos católicos agrupados en la llamada Escuela de Salamanca, capitaneados por el Padre Juan de Mariana, se dedicaron a defender la idea fundamental de que el hombre que está hecho a imagen y semejanza de Dios, y cuyo fin último es buscar la salvación a través de sus actos y fe, debe tener la posibilidad de disfrutar del fruto de su trabajo como mejor le parezca. Nada ni nadie debe interferir con eso mientras la explotación de dichos frutos no afecte la dignidad o integridad de otro hombre. Esto no quiere decir que debamos tener un mercado sin reglas (a veces mal llamado “capitalismo salvaje”); o lo que es casi peor, un férreo control estatal sobre las ganancias del trabajo de cada hombre. Se requiere de una armonía entre libertad individual y responsabilidad colectiva para garantizar un adecuado progreso tanto individual como social.
Esto es lo que la Iglesia (obviando las subversiones marxistas camufladas so pretexto de liberación de las almas) ha defendido siempre, y hoy en día no es menos importante. En un contexto donde la polarización social extrema y el tribalismo son pan de cada día (en gran medida debido a crisis económicas y avances tecnológicos a una velocidad exponencial), resulta muy importante retomar aquellas palabras escritas por León XIII: “El primer y más fundamental principio, por lo tanto, si uno se compromete a aliviar la condición de las masas, debe ser la inviolabilidad de la propiedad privada.” ¿Por qué? Primero por el imperativo moral que emana del derecho natural del hombre y su dignidad, pero además (siendo más utilitaristas), porque sólo así se puede conseguir una paz duradera.
En momentos donde un nuevo pontífice hace un fuerte llamado a la paz y al triunfo de la concordia y la razón frente a la locura de la guerra, espero que quienes actualmente formamos parte de esta gran tradición occidental (seamos creyentes o no), tengamos claro que no es con extremos políticos o diatribas insulsas que podremos superar las crisis que actualmente atravesamos. Es una vez más recuperando las banderas de la propiedad, la libertad, la justicia y la dignidad (todo exigible no sólo a quien nos gobierna, si no a cualquier ser humano que aspire a vivir en sociedad), que lograremos enderezar el rumbo que llevamos. León XIV nos da ya algunas claves con gestos sencillos, como su nombre pontificio, pero debemos “coger el guante” y volver a poner estos principios como faros fundamentales.