No es porque brille, adorne, o combine bien con el negro. El oro ha sido, y sigue siendo, depósito de valor por dos razones tan simples como decisivas: su cantidad limitada y su fácil distinguibilidad. No hay misterio alguno detrás de su historia. Y, sin embargo, rara vez se explica con claridad.
La primera razón apenas necesita explicación. El ser humano no necesitó a ningún economista para comprender que lo que existe en cantidad limitada tiende a ser valioso. Lo aprendió por observación y experiencia durante milenios. El oro, limitado por la naturaleza, ofrecía precisamente eso, una certeza razonable sobre la limitación de su cantidad. Y el grado de certeza sobre la rareza futura es lo que maximiza las probabilidades de que un bien siga siendo valioso en el futuro.
El peso de lo inconfundible
La segunda razón, su distinguibilidad, es más curiosa. Su densidad física, pesa casi 20 veces más que el agua, casi duplica la del plomo y triplica la del hierro. Quien ha tenido oro puro en la mano lo nota al instante. Pesa mucho para su tamaño. Ni siquiera hace falta conocer el concepto de densidad, basta con sostenerlo en la mano. Durante milenios no se conoció ningún metal abundante con una densidad comparable, lo que hacía prácticamente inviable falsificarlo. Solo con el descubrimiento del tungsteno, hace dos siglos, apareció una posibilidad. Pero para falsificar monedas no sirve porque el tungsteno no suena igual. Mientras el oro emite un timbre limpio y metálico, el tungsteno suena apagado, como si fuese madera o plástico.
Sin duda la divisibilidad, maleabilidad, la fungibilidad y otras cualidades del oro también son relevantes, pero estas no son tan distintas a las de otros metales más abundantes, por lo que claramente no son las que le confieren la distinguibilidad que estamos destacando.
Esta extraordinaria combinación de rareza y distinguibilidad convirtió al oro en un punto focal, en el sentido que Thomas Schelling le dio a ese término. Era un objeto con las cualidades objetivas idóneas para que las personas coordinaran sus expectativas de manera espontánea. Sin necesidad de comunicación explícita ni de acuerdos, todos sabían qué era el oro, todos podían reconocerlo y por mera introspección personal todos razonaban que los demás también reconocerían fácilmente esas cualidades tan únicas.
De ninguna manera se trata de una mera confianza de aceptación arbitraria sin fundamento concreto, ni de ninguna “creencia compartida” como muy equivocadamente afirma el autor Y. Noah Harari. La causa principal del valor del oro es una evaluación muy racional y concreta de su densidad y de su rareza. Nada distinto, por cierto, a las causas del valor de cualquier bien: sus cualidades intrínsecas.
De la rareza forjada a la rareza intrínseca
Incluso la joyería tiene su origen en esa lógica, mucho antes de la edad de los metales. Los primeros adornos, hechos con huesos, dientes o conchas, no eran solo objetos ornamentales, también eran una forma segura de poseer y transportar riqueza. En sociedades nómadas, la movilidad era una cuestión de supervivencia, y poder llevar parte de tu patrimonio encima era una gran ventaja.
En las joyas primitivas a menudo la rareza se tenía que forjar artificialmente tallando filigranas en piedras o huesos, pero el descubrimiento de los metales preciosos que ya son intrínsecamente raros permitió o bien prescindir de esos trabajos en las joyas lisas, o bien proporcionar una mayor garantía de rareza en combinación con esos trabajos.
El fundamento económico no es que los metales preciosos fueran más “bonitos”, sino que maximizaban la probabilidad de escasez en el futuro. Escasez relativa, es decir, entendida como cantidad necesitada superior a la cantidad disponible. Las joyas son valiosas, y por eso se perciben como bellas, no al revés. Una clarísima demostración de esta afirmación es el caso del aluminio. A comienzos del siglo XIX era tan raro que Napoleón III reservaba la cubertería de aluminio para sus invitados más ilustres. Solo cuando más tarde el proceso Bayer abarató su producción dejó de ser símbolo de estatus y pasó a considerarse vulgar como adorno.
Estabilidad de poder adquisitivo a largo plazo
En definitiva, el oro ha mantenido su papel como depósito de valor porque reúne dos cualidades extraordinarias: está limitado de forma natural y es muy fácilmente distinguible de cualquier otro material. Esa combinación le ha dado a lo largo de la historia una posición privilegiada como foco espontáneo para coordinar intercambios de valor.
Y además de estas dos cualidades, su distribución geológica es tal que la relación entre la cantidad total extraída y la producción anual, conocida por “stock to flow”, le confiera una elasticidad especialmente adecuada para mantener estable su poder adquisitivo a largo plazo, que en su momento lo hizo superior como dinero ante cualquier otro bien. No era demasiado inelástico como para estrangular la oferta, ni tan elástico como para diluir el valor.
El oro no vale porque sea bonito. Es bonito porque vale.


