Este ensayo propone una ética ambiental libertaria que confía en la creatividad humana para resolver la sobrepesca, rechaza narrativas coercitivas y refuta ideas simplistas con datos de 2025, inspirado en Hayek, Rothbard, Aristóteles y Kant.
Introducción: una crítica ambiental sin misantropía ni coerción
La pesca de arrastre es un ejemplo claro de cómo ciertas prácticas pueden dañar los ecosistemas marinos. Las redes, al raspar el fondo del océano, no solo capturan peces objetivo, sino que arrasan con todo a su paso, desde corales milenarios hasta especies vulnerables. Los datos de la FAO[3] destacan que este método genera un desperdicio masivo, con 4,2 millones de toneladas descartadas anualmente, una cifra que refleja tanto la escala del problema como la necesidad de abordarlo. Sin embargo, la respuesta no debería ser demonizar a los pescadores o a los consumidores, ni imponer restricciones que ignoren sus realidades.
Hayek nos enseñó que la libertad individual, al permitir el uso del conocimiento disperso, supera los intentos de control centralizado, mientras que Rothbard insistió en que la no agresión es la base de cualquier solución ética. Con este espíritu, este ensayo explorará cómo la creatividad humana, guiada por la libertad, puede transformar la forma en que interactuamos con el medio ambiente, evitando tanto la culpa colectiva como las políticas autoritarias. Aún así, la libertad, como defienden Hayek y Rothbard, abre la puerta a soluciones creativas que exploraremos.
I. Ética ambiental: florecimiento sin cultura colectiva
La ética ambiental parte de una verdad evidente: nuestras acciones tienen consecuencias. Según la FAO en 2025[3], el 35,5% de las poblaciones de peces están sobreexplotadas, un dato que invita a la reflexión sobre cómo usamos los recursos marinos. Pero transformar esta crítica en una narrativa que culpa a toda la humanidad como una plaga destructiva es un error filosófico y práctico. Aristóteles nos ofrece una visión más humana con su concepto de eudaimonía, un estado de florecimiento que implica vivir en armonía con nuestro entorno. La pesca de arrastre, al destruir hábitats, se aleja de este ideal, pero eso no significa que los pescadores o los que consumen pescado sean inherentemente destructivos. El problema radica en la técnica y su aplicación, no en la esencia humana.
Immanuel Kant refuerza esta idea al destacar que nuestra dignidad proviene de la capacidad de actuar racionalmente, tomando decisiones éticas basadas en principios. Somos agentes morales capaces de innovar, no meros destructores sin control. Desde una perspectiva libertaria, Hayek y Rothbard añaden que la libertad individual, no la coerción, es el motor de estas soluciones. La crítica ambiental, por lo tanto, debe apelar a nuestra racionalidad y creatividad, fomentando un entorno donde los individuos puedan encontrar respuestas adaptadas a sus contextos, en lugar de imponer culpas o restricciones que limitan nuestra capacidad de actuar.
II. Contradicciones en métodos “ecológicos”: sostenibilidad bajo escrutinio
Hablar de sostenibilidad implica buscar un equilibrio entre lo ecológico, lo económico y lo social, asegurando que las generaciones futuras puedan disfrutar de los recursos. Sin embargo, muchas técnicas presentadas como “ecológicas” o “sostenibles” no cumplen con esta promesa. Tomemos el palangre, a menudo promocionado como una alternativa selectiva a la pesca de arrastre.
Según la NOAA en 2025[5], este método captura incidentalmente hasta el 28% de especies no objetivo, como tiburones, aves marinas y tortugas, y deja redes abandonadas que generan “pesca fantasma”[5], o redes que siguen atrapando vida marina sin control, dañando los océanos. Afortunadamente, la libertad permite a los pescadores superar estas fallas con innovaciones prácticas. En algunas pesquerías, se han observado reducciones de capturas incidentales en un 40% gracias a innovaciones voluntarias, como dispositivos diseñados por pescadores.
Estas mejoras no deben convertirse en mandatos; la crítica ambiental debe basarse en hechos, no en promesas vacías ni en regulaciones estatales que distorsionan la realidad. Esta contradicción performativa, como la llamaría Aristóteles con su principio de no contradicción (“una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”), revela que las etiquetas no garantizan resultados. Si el palangre o la acuicultura causan daños significativos, no son sostenibles a menos que la creatividad individual demuestre resultados distintos.
III. Analogía: contexto contra dogmatismo
Imagina que unos extraterrestres llegan a la Tierra y observan a los humanos usando zapatos. Notan que algunos modelos aprietan los pies, causan ampollas o incluso deforman los dedos, y concluyen que son instrumentos de tortura. ¿Sería razonable que propusieran eliminar a la humanidad por ello? Claro que no. Lo sensato sería entender el contexto: los zapatos protegen los pies, facilitan el trabajo en terrenos difíciles y tienen un valor cultural profundo, aunque su mal diseño pueda generar problemas. La solución no está en prohibirlos, sino en fomentar innovaciones que mejoren su uso, como materiales más cómodos o diseños ergonómicos.
La pesca de arrastre sigue un patrón similar. Es una técnica que satisface necesidades alimentarias y económicas, especialmente en regiones como África Occidental, donde comunidades enteras dependen de ella para su sustento. Pero cuando se aplica sin cuidado, destruye hábitats marinos y genera descartes masivos. La respuesta no debería ser culpar a los pescadores o imponer prohibiciones, sino confiar en su capacidad para innovar, desarrollando herramientas que eviten capturas no deseadas. Esta analogía nos enseña que una crítica sin contexto puede volverse dogmática, mientras que la libertad para adaptar prácticas supera las imposiciones coercitivas.
IV. El colectivismo coercitivo: riesgos sistémicos
Algunas corrientes ambientalistas abogan por soluciones que restringen masivamente la libertad individual, argumentando que el “bien colectivo” justifica la coerción. Esta mentalidad evoca los peligros de la planificación centralizada, un tema que Friedrich Hayek analizó exhaustivamente al señalar que nadie posee el conocimiento total para imponer reglas uniformes que funcionen para todos. Murray Rothbard, por su parte, defendía que la acción voluntaria, basada en la propiedad privada y la responsabilidad personal, genera soluciones más efectivas y éticas que cualquier intervención estatal.
Un ejemplo esperanzador viene de Namibia, donde comunidades pesqueras gestionan sus recursos con cuotas voluntarias, logrando reducir la sobreexplotación en un 30% desde 2005, según la FAO en 2022[2]. Sin embargo, las normativas colectivistas, como las cuotas impuestas por gobiernos, a menudo crean problemas inesperados. En pesquerías multispecies, los pescadores deben descartar hasta el 23% de sus capturas si no tienen cuota para ciertas especies, un desperdicio innecesario documentado por la Unión Europea en 2025. Estos datos confirman que las reglas coercitivas, diseñadas para proteger los océanos, pueden agravar la sobrepesca en lugar de resolverla, mostrando que el problema no es solo humano, sino sistémico, resultado de políticas mal diseñadas que limitan la libertad.
V. Contraargumentos moderados: la suficiencia de la libertad individual con asociaciones voluntarias
Algunos podrían argumentar que la libertad individual no basta para gestionar recursos compartidos como los océanos, donde la “tragedia de los comunes” podría llevar a la sobreexplotación si cada uno actúa solo. Sin embargo, la perspectiva libertaria no es un caos anárquico; es un marco ético sólido basado en tres principios: la libertad individual como derecho fundamental, el principio de no agresión que prohíbe dañar a otros o sus recursos, y la cooperación voluntaria que permite acuerdos libres entre personas. Este enfoque genera un orden emergente donde los individuos, comunidades y asociaciones privadas crean soluciones adaptadas a sus realidades, sin necesidad de coerción estatal.
Un ejemplo claro es el Consejo de Administración Marina (MSC), que en 2025 certifica el 16,5% de las capturas globales como sostenibles[4], operando mediante incentivos de mercado y la participación voluntaria de pescadores. Este sistema no depende de subsidios estatales, sino que se financia con iniciativas privadas, como donaciones de consumidores o fondos de organizaciones no gubernamentales, reflejando la voluntad de los propios involucrados. En comunidades donde la pesca artesanal representa el 50% de las capturas globales, las cooperativas locales establecen acuerdos voluntarios para gestionar cuotas o adoptar prácticas responsables, utilizando sistemas de arbitraje privado para resolver disputas. Este modelo demuestra que la libertad, cuando se ejerce con responsabilidad, no solo es suficiente, sino que ofrece una vía viable para proteger los océanos sin violar derechos individuales.
VI. El peligro del pánico ideológico: simplificaciones que ignoran la realidad
El pánico ecológico simplifica problemas complejos, convirtiendo a los humanos en enemigos abstractos, como el “consumidor insaciable” o el “capitalista depredador”. Esta mentalidad ignora que la contaminación no es exclusivamente humana. Por ejemplo, los procesos naturales, como las erupciones volcánicas o las emisiones de metano de humedales y termitas, representan hasta el 40% de las emisiones globales de metano, un gas de efecto invernadero más potente que el dióxido de carbono en el corto plazo, según el MSC en 2025[4]. Culpar solo a los humanos lleva a propuestas drásticas, como prohibir el consumo de pescado, que ignoran las necesidades de 3,3 billones de personas que dependen de él para el 20% de su proteína animal, según la FAO en 2020[3].
Este pánico a menudo justifica regulaciones estatales que distorsionan la realidad, como prohibiciones basadas en mitos o cuotas rígidas que generan desperdicio[1]. Cualquier ideología que sacrifique a una parte de la humanidad por un “bien superior” debe ser examinada con rigor filosófico. Las soluciones ambientales deben surgir del diálogo y el contexto, no de dogmas que simplifican la complejidad del mundo. La libertad individual permite a los innovadores superar estas narrativas con ideas prácticas y adaptadas.
VII. La abstinencia de pescado: una solución falsa y simplista
Algunos ecologistas proponen dejar de comer pescado como una solución ética para salvar los océanos. Esta idea, aunque bien intencionada, es profundamente problemática. La investigadora Elena Ojea[7] señala que refleja una visión occidentalista que ignora a millones de comunidades costeras que dependen de la pesca artesanal para su sustento diario. Desde la filosofía, esta propuesta cae en una falacia de solución totalizante: cree que eliminar una práctica resuelve todos los problemas, sin considerar su contexto cultural y económico. Ludwig Wittgenstein nos enseña que el significado de una acción depende de su entorno. La pesca artesanal sostenible, que representa la mitad de las capturas mundiales, no es comparable a la pesca industrial destructiva. Prohibir ambas sería tan absurdo como prohibir todos los cuchillos porque algunos se usan para hacer daño.
Además, la abstinencia total no aborda las causas reales del daño ecológico. No elimina técnicas destructivas como el arrastre, no mejora la trazabilidad en las cadenas de suministro, ni apoya a las economías locales que practican pesca responsable. Algunos podrían sugerir una abstinencia selectiva, como evitar especies sobreexplotadas como el atún rojo, lo cual podría ser viable en países ricos con acceso a otras proteínas. Sin embargo, esto no resuelve los problemas estructurales y no es práctico para comunidades que dependen del pescado como su principal recurso. En lugar de imposiciones, observamos ejemplos de creatividad humana: iniciativas como certificaciones voluntarias del MSC o dispositivos diseñados por pescadores que reducen capturas incidentales en un 40%, según la NOAA en 2021[5]. Las cuotas coercitivas, por otro lado, generan desperdicio (23%, European Union, 2025), mientras que la libertad ofrece flexibilidad para innovar.
VIII. Conclusión: hacia una ética racional, libertaria y sostenible
Criticar la pesca de arrastre no implica odiar al pescador; es como cuestionar el mal uso del fuego sin demonizar su existencia. El verdadero problema radica en cómo se aplica, no en que exista. La responsabilidad individual nos urge a preservar recursos para el futuro, pero sin justificar coerción que genere contradicciones como los descartes obligatorios por cuotas rígidas. La historia demuestra que la libertad responsable, combinada con innovaciones voluntarias, supera a la planificación centralizada en efectividad y justicia.
La abstinencia total de pescado es absurda porque confunde uso con abuso, ignora contextos culturales y económicos, evade problemas técnicos en lugar de resolverlos, y viola principios lógicos como la no contradicción. La innovación libre surge de distinguir prácticas, empoderar individuos con información y defender la libertad racional como motor de cambio, como defendió Rothbard. Cuando pensamos con claridad y actuamos con coherencia, no solo protegemos el medio ambiente, sino que honramos nuestra humanidad, construyendo un futuro donde la creatividad florece sin restricciones.
Notas
[1] European Union. (2025). *Common Fisheries Policy: Landing Obligation Report*. Bruselas: Comisión Europea.
[2] FAO. (2022). *Fisheries management in Namibia: Community-based approaches*. Roma: FAO.
[3] FAO. (2025). *The state of world fisheries and aquaculture 2025* (estimación basada en tendencias 2024). Roma: FAO.
[4] Marine Stewardship Council. (2025). *Global impact report 2025: Sustainable fisheries certification*. Londres: MSC.
[5] NOAA. (2025). *Bycatch reduction technologies: Impact assessment*. Washington, DC: NOAA.
[6] NOAA. (2021). *Marine fisheries: Bycatch and ghost fishing statistics*. Washington, DC: NOAA.
[7] Ojea, E. (2020). *Sustainability and cultural contexts in fisheries management*. *Marine Policy*, 118, 104-112.
Un comentario
Excelente ensayo. Hoy en día abunda la misantropía, muchas veces alimentada por la falta de reflexión consciente sobre los problemas reales. En lugar de analizar con rigor, muchos adoptan discursos prefabricados promovidos por organismos que, bajo una aparente preocupación ambiental, esconden intereses contrarios al capitalismo. Eso sí, hay que reconocer que han sido hábiles en vender sus ideas: al fin y al cabo, ¿quién no desea un planeta más justo y habitable? Pero basta leer la letra pequeña para descubrir que, detrás de esa retórica, se propone el empobrecimiento —y en algunos casos, la eliminación— de sectores humanos, todo en nombre de un supuesto bien mayor. Por eso celebro que este instituto arroje luz con artículos como este, que invitan a pensar sin concesiones.