¿Para qué sirve realmente la Policía?

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Policía, para quien necesita policía…
Dicen que existe para ayudar.
Dicen que existe para proteger.
Sólo sé que puede pararte…
Sólo sé que puede detenerte.

— Titãs, banda de rock brasileña

La letra de esta canción de la banda de rock brasileña Titãs expresa, con crudeza y precisión, una gran verdad: el papel de la policía no es exactamente el que nos enseñaron a creer. En este artículo, vamos a examinar a fondo la función real de la policía en el mundo moderno, revelando aspectos incómodos, pero esenciales para quien desea comprender el funcionamiento del poder en nuestras sociedades.

El monopolio de la fuerza

La primera función de la policía es evidente: ejercer el monopolio estatal de la fuerza. Es decir, solo ella —como brazo armado del Estado— puede legalmente detener, agredir o incluso matar a una persona, si se considera necesario. Muchos pensarán que esto es una exageración. “La policía solo actúa con violencia cuando alguien resiste”, dicen. Pero pensemos históricamente: los esclavos que huían de las plantaciones también resistían. Y por eso eran perseguidos, capturados y castigados.

Este ejemplo sirve para ilustrar una verdad más profunda: toda ley, en última instancia, es marcial. Es decir, toda ley impone una amenaza implícita. Si alguien se niega a obedecerla, puede ser sancionado. Y si resiste esa sanción, puede ser reducido a la fuerza. Y si esa resistencia continúa, el resultado puede ser la muerte. En otras palabras: o aceptas obedecer… o arriesgas tu vida.

La amenaza constante

La segunda función de la policía es menos visible, pero no menos importante: generar miedo. Miedo a ir en contra del Estado. Miedo a reclamar. Miedo a desobedecer. ¿Y por qué no te atreves a ir hasta las instancias más altas del país para protestar contra las injusticias actuales? ¿Por qué no denuncias abiertamente lo que no funciona? ¿Por qué no levantas la voz? La respuesta es sencilla: por miedo a la represión. Y esa represión tiene nombre: policía.

La policía, en su rol moderno, sirve también para recordar constantemente que hay un límite que no puedes cruzar. No necesariamente porque sea moralmente incorrecto cruzarlo, sino porque hacerlo puede costarte la libertad… o incluso la vida.

¿Y qué pasa con los verdaderos criminales? Aquí llegamos a una paradoja brutal: la policía, que debería proteger a los inocentes y castigar a los culpables, muchas veces acaba castigando a los primeros… y reeducando a los segundos. Cuando alguien atenta contra la propiedad privada de otro —roba, asalta, destruye—, lo lógico sería que el sistema actuara para restaurar el derecho violado. Pero no es eso lo que sucede.

La policía detiene al criminal, sí. Pero tú, que fuiste víctima, además del daño sufrido, terminas pagando con tus impuestos la comida, el alojamiento y la reeducación del delincuente. Es decir: tú pierdes, el Estado interviene, y tú pagas la cuenta. ¿Qué clase de justicia es esta?

Cuando la ley se pervierte

Llegados a este punto, es necesario recordar al gran pensador liberal francés Claude Frédéric Bastiat, autor del famoso ensayo La Ley. Para Bastiat, la ley solo es legítima cuando protege los derechos naturales: la vida, la libertad y la propiedad. La ley se pervierte cuando deja de cumplir esa función y pasa a otorgar a la colectividad (es decir, al Estado y su policía) el derecho a hacer lo que ningún individuo podría hacer por sí solo.

Imagina esta situación: Tu vecino entra a robar en tu casa. Tú lo persigues, lo alcanzas, le das una orden de alto. Él no obedece, y tú lo matas. Esto, en principio, podría considerarse defensa legítima. Ahora bien: si tú no puedes hacer algo en nombre de la justicia, entonces la policía —la colectividad— tampoco debería poder hacerlo. Porque la ley justa parte de esta base: el Estado solo puede hacer aquello que también podría hacer un ciudadano común. No al revés.

¿Protección o ilusión?

La gente cree que la policía la protege. Pero veamos los hechos: Cuando te roban… la policía no te devuelve lo robado. Cuando violan tu propiedad o tu integridad física… la policía llega después. Y cuando el criminal es capturado… tú pagas la cárcel, la comida, los derechos procesales, la asistencia social. Y todo eso sin garantía de que el delito no vuelva a ocurrir. Es por eso que, en la práctica, es más útil contratar un seguro que depender de la policía. El seguro te indemniza. La policía, como mucho, te da un número de expediente.

La conclusión es clara y dolorosa: la policía moderna no es un escudo que protege al ciudadano. Es, muchas veces, un arma que protege al Estado del ciudadano. No se trata aquí de atacar a los policías como individuos. Muchos son personas honestas, valientes, comprometidas. El problema no es el hombre, sino la estructura en la que se inserta.

Mientras el Estado mantenga el derecho de hacer lo que tú no puedes, mientras la ley siga pervertida, y mientras la policía sirva para imponer esa ley a punta de pistola… no habrá justicia verdadera. Y sin justicia, no hay seguridad. Y sin seguridad… no hay libertad.

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