Por Daniel Freeman. El artículo Trump ha malinterpretado la historia de los EE.UU.: todos pagaremos las consecuencias fue publicado originalmente en CapX.
Estados Unidos ha impuesto un arancel del 10% a los productos chinos y dentro de un mes entrará en vigor un gravamen del 25% a los productos mexicanos y canadienses. También están en proyecto aranceles a la UE con un porcentaje aún por determinar. Los gobiernos de los países afectados están planeando aranceles de represalia contra EE.UU., que probablemente tendrán un efecto similar al de dar un puñetazo a un camión que acaba de atropellarte el pie: una breve satisfacción seguida rápidamente de un dolor considerable.
Independientemente de su política, los economistas dirán que las guerras comerciales empobrecen a todo el mundo; de hecho, es casi lo único en lo que se puede conseguir que los economistas estén de acuerdo, excepto quizá en que el control del alquiler es una idea estúpida. Los argumentos están bien ensayados: los aranceles aumentan los costes para los propios consumidores y las industrias que utilizan insumos extranjeros, inhiben la especialización y redistribuyen el trabajo, la tierra y el capital de usos más eficientes a otros menos eficientes.
Entonces, ¿por qué la nueva administración de Donald Trump está impulsando los aranceles de forma tan agresiva? Evidentemente, no es una reacción contra la política de la administración anterior, que era bastante proteccionista. El equipo de Joe Biden, por ejemplo, ignoró las resoluciones de la Organización Mundial del Comercio para mantener los aranceles sobre el acero, e incluso aumentó los aranceles sobre los productos madereros canadienses.
Donald Trump, historiador
Las declaraciones de Trump sobre el tema difieren de las de Biden en lo mucho que se apoya en su interpretación de la historia económica estadounidense, en particular durante el periodo comprendido entre el final de la Guerra Civil y el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Los aranceles, afirma, permitieron a la industria estadounidense desarrollarse más rápidamente de lo que hubiera podido hacerlo de otro modo, al tiempo que proporcionaron una fuente de ingresos que financió en gran medida al Gobierno Federal hasta la introducción del impuesto sobre la renta.
En su entrevista con Joe Rogan en octubre del año pasado, incluso respondió positivamente a la idea de sustituir el impuesto sobre la renta por aranceles. Esto podría considerarse una bravata de campaña, pero una vez que Trump llegó a la Casa Blanca, quedó cada vez más claro hasta qué punto este análisis de la historia de Estados Unidos afectaría a su segundo mandato.
William McKinley
Uno de sus primeros actos como presidente fue rebautizar la montaña más alta de Norteamérica con el nombre de William McKinley, cuyo compromiso con los aranceles fue mencionado por Trump en la correspondiente orden ejecutiva:
Bajo su liderazgo, Estados Unidos disfrutó de un rápido crecimiento económico y prosperidad, incluyendo una expansión de las ganancias territoriales de la Nación. El presidente McKinley defendió los aranceles para proteger la fabricación estadounidense, impulsar la producción nacional y llevar la industrialización y el alcance mundial de Estados Unidos a nuevas cotas.
Por un lado, es agradable que los líderes mundiales se interesen por un periodo tan fascinante de la historia económica. Por otro, es una pena que Trump haya acabado con una versión tan tergiversada de lo que ocurrió, sobre todo en lo que se refiere a la relación entre aranceles y crecimiento. Para empezar, mientras McKinley era un ardiente proteccionista en el Congreso, como presidente se mostró cada vez más partidario de reducir el muro arancelario estadounidense a cambio de acuerdos recíprocos de otros países.
Pero a un nivel más fundamental, todo el argumento de que porque EE.UU. se industrializó en un contexto de aranceles elevados, lo hizo debido a los aranceles, es seriamente erróneo. En primer lugar, como ha señalado Douglas Irwin, a finales del siglo XIX, la productividad de la industria manufacturera protegida por aranceles creció mucho más lentamente que la de los sectores no comercializados, como los servicios y los servicios públicos, lo que sugiere que la fortaleza de la economía de la Edad Dorada no dependía principalmente de la protección de la industria naciente.
Sectores beneficiados por no estar “protegidos”
Pero incluso dentro del sector manufacturero, las industrias con menor protección arancelaria tendían a experimentar un crecimiento de la productividad más rápido que las más protegidas, como han señalado Alexander Klein y Christopher Meisner en su excelente análisis de la producción manufacturera estadounidense entre 1870 y 1909. Las industrias con aranceles más altos se enfrentaban a menos competencia y, por tanto, podían imponer precios más altos. Sin embargo, eran menos productivas y solían emplear a más trabajadores. Este último punto puede parecer positivo, pero en esencia equivalía a una reasignación de trabajadores desde industrias más competitivas hacia empresas que sólo podían sobrevivir en un contexto de precios artificialmente altos – el coste de todo esto lo soportaba el consumidor estadounidense.
A finales del siglo XIX, Estados Unidos tenía enormes ventajas económicas que le ayudaron a convertirse en un gigante industrial, pero éstas tenían poco que ver con los aranceles. Entre otros factores, la industria estadounidense tenía acceso a abundantes tierras, un suministro constante de mano de obra procedente de la inmigración del viejo mundo, recursos naturales de fácil acceso (por ejemplo, mineral de hierro cerca de los Grandes Lagos o petróleo en el oeste), una amplia y eficiente red de transportes que podía trasladarlos a bajo coste allí donde se necesitaban y crédito fácilmente disponible que los industriales podían invertir en bienes de capital.
Teniendo esto en cuenta, parece muy probable que si EE.UU. no hubiera forzado la mala asignación de mano de obra y capital mediante el uso de aranceles, se habría convertido antes en la primera economía mundial, como ha argumentado Klein en una entrevista reciente.
Es cierto que EE.UU. se industrializó en un contexto de aranceles elevados. También es cierto que algunos jóvenes de 16 años aprueban el bachillerato en un contexto de borracheras. Esto no significa que una cosa haya llevado a la otra y, desde luego, no significa que en la madurez debas pasar las tardes bebiendo grandes cantidades de sidra barata en un parque para mejorar tus perspectivas profesionales o que una economía avanzada como la estadounidense se beneficie de un resurgimiento del proteccionismo.
Desgraciadamente, parece que Estados Unidos va a tener que volver a aprender esta lección por las malas, y tanto él como el resto del mundo sufrirán las consecuencias económicas.