Una cara oscura del mercado y el mayor riesgo para el inversor particular

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Desde el liberalismo nos esforzamos continuamente en invitar a las clases medias, pequeños empresarios, jóvenes y asalariados a invertir en instrumentos financieros por varias razones bien intencionadas y positivas:

  1. Invertir te protege de la devaluación fiat: invertir es el único medio que tiene la clase media para conservarse como tal. Hace ya mucho tiempo que invertir dejó de ser un capricho de los codiciosos; ahora es una responsabilidad personal para resguardar el tiempo y el esfuerzo que nos es arrebatado en forma de inflación.
  2. Invertir te hace participar en un mercado menos inmediato: si logramos entender en qué consiste realmente el capitalismo y el sistema financiero, podemos valorar la importancia de la deuda, la inversión, los futuros, las hipotecas, etc. Son instrumentos que permiten que un sistema de coordinación tan complejo pueda existir. De ahí, que veamos la importancia de participar en un sistema que nos supera materialmente y que nos deja únicamente con instrumentos financieros como forma de beneficiarnos de dicha complejidad.
  3. Invertir fortalece tu visión liberal del mundo: quienes invierten en productos financieros suelen sentirse más atraídos por una filosofía liberal que incluso muchos emprendedores. Estos últimos, en ocasiones, se benefician de regulaciones específicas; en cambio, un inversor diversificado es un agente expuesto directamente a los beneficios de la globalización, del libre comercio, del crecimiento económico, del orden político e institucional. Creo que muchos izquierdistas se resisten a invertir no porque sean más ignorantes, más adversos al riesgo o tengan una alta preferencia temporal, sino porque invertir les produciría cierta disonancia cognitiva. Al final, tanto invertir como ser liberal se retroalimentan mutuamente.

Sin embargo, hay una cara del mercado de la que casi nunca hablamos. Tal vez porque no queremos sonar conspiranoicos, o porque muchos no sabemos cómo lidiar con esa faceta oscura y preferimos enfocarnos en resaltar los beneficios de la inversión a largo plazo. Pero la realidad es que, aunque la mayoría de los inversores no sean traders de corto plazo, sí intentan cazar un buen momento para comprar o vender. Lo hacen porque tienen necesidades económicas inmediatas, porque no les es tan fácil como a los institucionales apalancarse sobre sus activos y porque, en el fondo, son emocionales e ignorantes: no tienen tiempo para estudiar, ni conocimientos profundos sobre inversión. Quieren participar del mercado, pero no vivir profesionalmente de él.

Esa cara oscura es la manipulación del mercado financiero: la estrategia de comprarle “barato” al pequeño inversor débil o necesitado, y luego venderle “caro” al mismo tipo de inveror. Para comprar barato, primero hay que inducir miedo y desesperanza después de una caída; para vender caro, hay que inflar euforia y optimismo tras una subida.

Yo no creo que solo los institucionales puedan protegerse de la manipulación. Cada vez hay más y mejor información disponible para cualquiera que quiera entender cómo funcionan los mercados. Un minorista bien informado puede incluso superar al institucional: si vive en un entorno que se lo permita, puede gozar de mayor flexibilidad y libertad a la hora de invertir, aunque tenga una capacidad de apalancamiento mucho menor.

Sin embargo, incluso con programas de formación accesibles, protegerse exige desarrollar una capacidad especulativa que no todos poseen. Ser “contrarian” —es decir, capaz de ir en contra del sentimiento general del mercado— es casi más un rasgo de personalidad que un simple estilo de inversión.

¿Cómo ocurre esa manipulación de mercado? El caso del último año de Bitcoin

Si tomamos una foto de la acción del precio de Bitcoin en el último año y la cruzamos con las noticias y narrativas que se movieron alrededor de sus suelos y techos, encontramos pistas muy reveladoras sobre la idea de manipulación del mercado. O, si no se quiere llamar manipulación, al menos queda claro que el mercado tiende a castigar a quienes siguen las narrativas predominantes, no cuentan con una estrategia definida o simplemente se dejan arrastrar por las emociones generalizadas. En el corto plazo, ese tipo de inversores difícilmente gana.

Rango de Bitcoin entre marzo y noviembre del 2024

En este rango de 2024, cada techo y cada suelo vinieron acompañados de su respectiva narrativa positiva. Solo el “carry trade” podría considerarse un cisne negro; en el resto de los casos, las noticias económicas, los datos y los comentarios de miembros de la Fed coincidieron casi milimétricamente con las subidas y bajadas. En un rango relativamente extenso, el inversor —aunque no tenga la intención de operar cada movimiento— puede agotarse simplemente de la ilusión y la desilusión constantes que experimenta. En la práctica, es imposible escapar por completo de las emociones y de la especulación. De ahí, una vez más, la idea de que ser un buen inversor depende tanto de una estrategia sólida como de un rasgo de personalidad.

Subida y rango entre noviembre del 2024 y la actualidad

En el rango posterior a superar los cien mil, ocurrieron eventos narrativos muy fuertes para los inversores. En pleno techo de mercado, Trump anunció una reserva de bitcoin: una noticia que desató euforia, presentada como una gran razón para comprar, pero que terminó marcando un techo del que el mercado tardaría tres meses en recuperarse. Y esa recuperación fue particularmente difícil de aguantar, porque las caídas posteriores estuvieron acompañadas de narrativas absolutamente catastróficas. La más fuerte —y la que terminó marcando el suelo— fue la idea de que Estados Unidos y China entrarían en un embargo comercial indefinido hasta acabar con el déficit comercial, es decir, hasta el absurdo.

Al ver esta imagen en retrospectiva, surge la pregunta: ¿quién no compraría con el anuncio de una reserva de bitcoin? ¿Y quién no vendería frente al anuncio de una crisis comercial global sin fin? Finalmente, el mercado se recuperó como si nada, dejando en evidencia que todas esas emociones no fueron más que una crisis histérica colectiva entre los inversores. Pero es solo se puede relatar con esa ligereza en retrospectiva…

Tanto el miedo como la euforia varían según la temporalidad en que se formen los techos o suelos. Un techo que precede a una caída de varias semanas suele venir con una euforia mayor que uno que antecede a una corrección de apenas unos días. En este sentido, el próximo gran techo de Bitcoin —equivalente a los veinte mil dólares en 2017 o a los 69.000 en 2021— estará inevitablemente acompañado de una o varias narrativas alcistas muy potentes. De la misma forma, los próximos suelos relevantes —como los 4.000 dólares en marzo de 2020 o los 16.000 en noviembre de 2022— estarán cargados de noticias negativas y de razones “lógicas” para vender y poder recomprar más abajo.

Un mismo fenómeno, muchas explicaciones

Sé que este fenómeno de los mercados tiene varias explicaciones. Por un lado, el descuento de expectativas: siempre ocurre antes del evento, de modo que cuando finalmente se concreta lo esperado, al mercado ya no le queda nada que descontar. Así, quienes esperaron la confirmación terminan comprando cuando ya no queda nada bueno por anticipar, o vendiendo cuando ya no queda nada malo que descontar.

También es cierto que un inversor paciente, que no depende del dinero invertido para vivir, tiene más capacidad de hacer lo contrario: vender cuando hay euforia y comprar cuando hay miedo, sobre todo si sabe controlar adecuadamente las proporciones de su cartera.

Otra explicación, más consistente con la idea de una manipulación coordinada del sentimiento del mercado, es que los inversores fuertes necesitan venderles a los débiles, necesitan ´´liquidez de salida´´. Para lograrlo, generan narrativas o se apoyan en la ocurrencia de eventos positivos que alimenten la euforia, con el fin de atraer la demanda necesaria para colocar su oferta de activos. Por esa razón, las noticias excesivamente optimistas —como el anuncio de una reserva de bitcoin— o las narrativas alentadoras —“soft landing”, inicio del QE, etc.— cuando los precios ya han subido bastante, siempre deberían despertar sospechas.

En cualquier caso, sea cual sea la explicación, lo cierto es que hay una injusticia de fondo: el ciudadano medio está obligado a invertir para no deteriorar su posición económica, pero el mercado no favorece especialmente al inversor ocasional. Ese que tiene pocos conocimientos, poco capital disponible, que dedica la mayor parte de su tiempo a su trabajo y apenas puede destinar una fracción de sus recursos y atención a sus inversiones. De ahí surge la popularidad de la inversión pasiva, indexada y a largo plazo.

Sin embargo, eso tampoco resuelve el problema por completo: los grandes inversores siempre necesitarán una demanda de salida —nuevos compradores en precios altos— y harán todo lo posible para que el pequeño inversor rompa su plan a largo plazo, o para que entren nuevos participantes sin ninguna planificación, pero cargados de expectativas y emociones infundadas.

Miguél Solís
Author: Miguél Solís

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