En 1888, el ingeniero y economista Vilfredo Pareto, le escribía a Francesco Papafava acerca de la ignorancia de la sociedad en que vivía, en donde aparte de leer, escribir y las reglas básicas de la aritmética, lo que se enseñaba en las escuelas, pero no solamente en ellas, causaba más mal que bien.
“Cada día estoy más persuadido de que todos los males de la sociedad están causados por la ignorancia del pueblo”. Pareto se refería especialmente a la falta de conocimientos económicos básicos, incluso por parte de “la clase culta”. Esta carencia social explicaba, desde su punto de vista, que estuvieran a cargo de las cuentas públicas personajes que no hacían más que erosionar el presupuesto de la nación.
Una revisión somera de la propuesta presupuestaria del gobierno bicéfalo de Sánchez-Iglesias, me llevan a identificarme plenamente con Pareto. Pero añadiría algo más. En España, la ignorancia reina de la mano de la confusión. No solamente tenemos un ejército de medios afines al régimen dispuestos a aplaudir a su señor y a masacrar a los críticos. Ese estado de confusión también es alimentado por los anuncios ministeriales y los planes gubernamentales presentados por el gobierno al pueblo y a los socios europeos.
Todos los planes, sean económicos o de otro tipo, se basan, por definición, en posibilidades. Precisamente un plan es un modelo de actuación que se elabora anticipadamente para encauzarla. Y, lo relevante de la definición es que el objetivo del plan es dirigir la acción hacia un objetivo. Sin embargo, tanto el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, como el proyecto presupuestario del tándem Sánchez-Iglesias, no parece que tengan el objetivo concreto previsto, sino el empobrecimiento de la población española.
Los supuestos, asunciones, puntos de partida en los que se basan los presupuestos de la pandemia son escandalosamente falsos. Los ingresos previstos, apoyados en un crecimiento de nuestra economía que se sitúa en la cota más optimista posible, se ven inflados. Los gastos, a sabiendas de las prebendas y peajes políticos que este gobierno de coalición arrastra, aparecen obscenamente reducidos. No se los cree nadie.
Como explicaba el profesor Benito Arruñada, vivimos de la apariencia de solvencia que nos proporciona la buena disposición del Banco Central Europeo a seguir prestándonos, y a comprar deuda emitida, no ya por los bancos, sino por empresas como El Corte Inglés.
En medio de todo ello, el vicepresidente del gobierno, que nunca queda claro si habla como influencer activista, actúa para los groupies de su partido o, de verdad, representa al gobierno de una nación seria, suelta sus propuestas peregrinas a la prensa. La penúltima, porque siempre existe el riesgo de que en este momento esté proponiendo algo peor, es la limitación del precio de los alquileres, que, como cualquier estudiante de primer curso sabe, lleva a reducir la oferta de alquileres y al mercado negro, tan peligroso para los demandantes como para los oferentes.
Declaraciones de este tipo, o como que la sostenibilidad requiere buenos salarios, o la necesidad de implantar un “impuesto a los ricos”, suenan muy bien para quien no sabe las consecuencias reales de la economía populista. Está demostrado que el populismo no saca de la miseria, sino que empobrece a las sociedades.
Decía Arruñada en su análisis que solamente tenemos que darnos cuenta de lo pobres que somos. “Por suerte, se trata de una lección fácil de aprender”. Ahí discrepo. Pueblo de hidalgos, miembros de una nobleza no titulada, siempre demostrando la riqueza que no se tiene, salpicándose las migas del pan que no se ha comido, ávidos de alcanzar el estatus arrebatado a otros. Como los coches oficiales: 4 ministros y Pablo Iglesias suman 19 coches pagados por los españoles.
Con todo, los más pragmáticos insisten en planificar cómo podría gastarse el dinero del NGEU (New Generation-EU), persisten en demostrar lo bien que estaríamos, el fantástico repunte, no en forma de una vulgar V sino en forma de rayo ascendente y salvador. Pero todos ellos, a menudo buenos analistas con la mejor de las intenciones, saben que no van a ser estos los gestores que lleven a cabo sus planes.
Sería necesario que su objetivo fuera sacarnos de esta situación. Y, tal vez, en última instancia sea ese su sueño. Sin embargo, se diría que para ellos el pasaporte al futuro de la sociedad española pasa por su ascensión faraónica y su permanencia en las cumbres políticas más altas. Begoña se ve con la tiara de Letizia.
Personalmente, la caída económica me preocupa mucho. La crisis va a lastrar las posibilidades de varias generaciones de españoles y vamos a aprender lo pobres que somos con dolor. Pero hay un peligro que me obsesiona más. Creo que estamos dispuestos a no dar la batalla por el estado de derecho con tal de que nos sigan dopando con apariencia de bienestar económico. Y eso significa que cuando se pase el efecto psicodélico de este gobierno de gestos, estaremos al otro lado del espejo. Un universo oscuro de donde Grecia tardó diez años en salir tras una férrea tutela europea.
Yo voto por resistir, defender el sistema judicial, mejorarlo, reforzar su independencia, aunque eso signifique despertar del letargo buenista de la apariencia de riqueza. Prefiero la pobreza a la ausencia de justicia. Solamente sobre la base de la justicia pueden las sociedades caminar hacia la prosperidad.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!