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Desmontando algunos mitos de la democracia pura

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Según diversos historiadores, podríamos ubicar el surgimiento de la democracia en Grecia como sistema político en torno al s. VI a.C. Pero ¿cómo vivían la Política aquellos primeros demócratas de la historia? Existen ciertas evidencias que nos permitirían afirmar que la vida política en Atenas difería en mucho con respecto a sus teóricos ideales y principios.

Si bien la polis clásica se caracterizaba, al menos en teoría, por su unidad, solidaridad y participación, no es menos cierto que contaba también con una ciudadanía sumamente restrictiva. El ámbito de la actividad e intervención públicas afectaba de manera intensa y profunda a la vida de los ciudadanos, puesto que la Asamblea se constituía como órgano soberano supremo, pero ésta incumbía única y exclusivamente a una pequeña proporción de la población total existente en la comunidad. Tan sólo los atenienses varones mayores de 20 años podían optar a la deseada ciudadanía.

Ni las mujeres, ni un gran número de residentes en Atenas, como por ejemplo los extranjeros o inmigrantes, disponían del derecho a participar en los procedimientos formales. Por supuesto, quedaban también excluidos los esclavos, que en la Atenas de Pericles conformaban un elevado porcentaje sobre la población total (al menos tres esclavos por cada dos ciudadanos libres).

Así pues, los ciudadanos no sólo se ocupaban de la Administración, el servicio militar, la formulación de leyes, la Justicia o las ceremonias religiosas, sino que también se encargaban de la supervisión y control de un gran número de personas, las cuales carecían de ciudadanía plena. Es decir, la democracia antigua se convertía así en un sistema de elitismo social, cuya práctica derivaba en una auténtica tiranía de los ciudadanos sobre la mayoría de la población.

Mientras, el ejercicio político, mediante la participación activa y multitudinaria en la Asamblea, dependía en gran medida de las habilidades oratorias de cada uno. Con toda probabilidad, la mayoría de discursos e intervenciones corrían a cargo de un número comparativamente pequeño de dirigentes, los cuales se configuraban como ciudadanos de arraigada reputación, excelente oratoria y liderazgo reconocido por el demos y que, por tanto, dispondrían de un auditorio atento.

Por otro lado, si bien la participación ciudadana en la Administración Pública era excepcionalmente intensa (al menos en Atenas), existen motivos para suponer que tan sólo una minoría bastante reducida asistía de hecho a las reuniones de la Asamblea, ya que los líderes procurarían que sus partidarios acudiesen en su apoyo, con lo que muy probablemente fueran sólo esos grupos de adeptos los que concurrieran de forma asidua a tales sesiones deliberativas. Además, como tales grupos consistían, sobre todo, en coaliciones basadas en parentesco y amistad, es muy probable que no asistiesen los ciudadanos más pobres o peor relacionados.

Al mismo tiempo, tal proceso se caracterizaba, en realidad, por el enfrentamiento existente entre grupos de líderes rivales, la existencia de redes informales de comunicación e intriga, y el surgimiento de facciones abiertamente opuestas que ejercían determinadas presiones para el logro de sus intereses y objetivos. Se trata, pues, de una contienda dura y difícil donde los problemas comunes a menudo quedaban subordinados a ambiciones e intereses personales y sectoriales.

Igualmente, resultacurioso que tanto la Asamblea como el Consejo (otro órgano central de Gobierno) tendieran a estar fundamentalmente dominados por ciudadanos de "alta cuna" o rango social elevado. Una elite de familias ricas y bien posicionadas socialmente que disponían del tiempo suficiente para cultivar sus contactos e influir políticamente en función del particular logro de sus intereses. Además, se originaban con relativa frecuencia batallas políticas de tinte personal que, normalmente, finalizaban con la eliminación física de los oponentes a través del ostracismo o la muerte.

En este sentido, los líderes políticos de las facciones llegaban incluso a apelar al ostracismo por votación en las asambleas para suprimir a sus adversarios por un período de diez años.

Además, el verdadero autogobierno, tal y como era concebido en la democracia ateniense, requería que el ciudadano se dedicara por completo al servicio público. En este sentido, el grado de implicación exigido en política era tan absorbente que llegó incluso a originar profundos desequilibrios y disfunciones en lo que respecta al modo de compaginar vida pública y privada. El ciudadano se entregaba por entero al Estado: le daba su sangre en la guerra y el tiempo en la paz. No tenía libertad siquiera para dejar aparte los negocios públicos para ocuparse de los propios.

Por ello, al tiempo que la democracia se perfeccionaba, más se empobrecían los ciudadanos, creándose así un círculo vicioso en el que para compensar la insuficiente producción de riqueza se hacía necesario confiscar un mayor número de recursos a la población gobernada, con el objetivo de resolver el acuciante problema económico a nivel estructural propio de la polis.

Por último,si bien es cierto que la democracia ateniense disfrutó de períodos relativamente largos de estabilidad política, tal estabilidad se debe probablemente más a su particular historia como victorioso "ente conquistador", y no tanto al funcionamiento interno de su sistema político.

El desarrollo de la democracia ateniense vino posibilitado por el éxito de sus campañas militares, ya que tales victorias suponían importantes beneficios materiales para casi todos los estratos de la ciudadanía de Atenas lo que, sin duda, contribuía a la formación de una base común entre ellos, base que debió de ser bastante sólida mientras los éxitos militares tuvieron vigencia.

La democracia ateniense perduraría así hasta que fue derrotada por el ejército macedonio en el año 322 a.C., y durante un siglo y medio de existencia mantuvo una cierta hegemonía comercial y militar en el Egeo, pero también tuvo que hacer frente a diversas crisis y cruentas reacciones oligárquicas a lo largo del siglo V a.C., la segunda de las cuales, el régimen de los "Treinta Tiranos" (404- 403 a.C.), acarreó el asesinato de no menos de mil quinientos ciudadanos.

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