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La irrelevancia del crecimiento económico

Publicado en Libertad Digital

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El crecimiento económico de un país se ha convertido en una especie de fetiche al que hay que rendir el máximo culto. El éxito de una sociedad y de un Gobierno se miden por los dígitos a los que crezca la economía. Incluso algunos liberales utilitaristas llegan al extremo de defender al Estado y alguna de sus intervenciones bajo el argumento de que "fomenta el crecimiento económico". ¿Realmente es tan importante? ¿Debemos prestarle alguna atención como economistas?

Lo primero que debemos de tener claro es la definición de crecimiento económico. Como tal se define a la tasa de variación de un índice de referencia (generalmente el PIB a un año) que en sus diversas formas trata de aproximar el incremento del valor de mercado de los bienes y servicios producidos por una serie de personas.

Esto se debe a que el crecimiento es un concepto importado de la biología; un organismo crece cuando aumenta de tamaño. En economía no queda claro cómo "se aumenta de tamaño", así que es necesario confeccionar índices que puedan aumentar o disminuir. Sin embargo, por un lado, en estos índices sólo podrá incluirse por definición aquello que resulte mensurable –y la utilidad no lo es– y, por otro, tratan de agregar la producción nacional como si beneficiara a todos los individuos por igual.

Por consiguiente, el crecimiento económico no trata de aproximar el bienestar de los individuos, sino su producción agregada: cuántos euros o dólares están dispuestos a pagar algunos individuos a cambio de una cantidad de bienes y servicios que todos han producido y están a la venta.

Pero el precio de mercado no es equivalente al valor medio o agregado que se confiere a un bien o servicio, sino sólo la máxima contrapartida monetaria que en un momento del pasado alguien, con unos gustos e información particulares y diferentes a los del resto, estuvo dispuesto a entregar.

Otro problema es que todos bienes o servicios producidos gratis, para uno mismo o no puestos a la venta, son excluidos de la medición. Es más, todo el descanso o las actividades de recreo adicionales tampoco entran en el cómputo del crecimiento. Una sociedad que lograra producir la misma cantidad de bienes y servicios que el año precedente pero disfrutando de mucho más tiempo de ocio, registraría un crecimiento económico 0 (siempre que los precios se mantuvieran constantes).

Además, desde una perspectiva científica de individualismo metodológico, no puede afirmarse que un individuo esté mejor por el hecho de que sus vecinos hayan producido más bienes. Si se alegra de la riqueza ajena, si lo estará, pero no necesariamente. Al aunar la producción y suponer que todos los individuos –con independencia de su contribución a lograrla– disfrutan del agregado, caemos en el igualitarismo socialista de desvincular producción y distribución. La producción adicional, en todo caso, sólo podrá incrementar el bienestar de quienes disfruten de ella.

Partiendo del individualismo metodológico, es cierto que todo individuo prefiere más a menos bienes económicos. La razón es que un bien es un medio disponible que sabemos puede satisfacer alguno de nuestros fines. A mayor número de bienes, mayor número de fines podemos alcanzar.

Ahora bien, la obtención o uso de todo bien económico requiere de una acción humana y toda acción humana implica un coste de oportunidad: mientras obtengo o utilizo ese bien económico debo renunciar a otras acciones. Si obligamos a un individuo a trabajar 24 horas al día, aun cuando le permitamos quedarse con su producción, es dudoso que estemos incrementando su bienestar. Mientras le obligamos a trabajar no podrá satisfacer otros fines que puede considerar más importante.

El incremento de la cantidad de nuestros medios, por tanto, sólo podrá ser positivo cuando sea el resultado de elecciones voluntarias; y si para ello los individuos deciden recurrir a la división del trabajo y al intercambio, ese incremento voluntario de los medios se traducirá en crecimiento económico.

Pero fijémonos que el crecimiento sólo es uno de los posibles subproductos que se dan cuando los individuos tratan de satisfacer sus fines, no el único. La afirmación de que más crecimiento es siempre mejor resulta falaz. A priori es imposible afirmar que el crecimiento sea bueno o malo; por ello aun cuando el Estado pudiera promover el crecimiento, dado que para ello utilizaría la coacción y nos desviaría de nuestros cursos prioritarios de acción, estaría disminuyendo nuestro bienestar.

De hecho, no conviene afirmar ni que el crecimiento, como resultado voluntario de las elecciones humanas, será necesariamente positivo, ni que el mercado proporciona el nivel óptimo de crecimiento.

La primera proposición es falsa porque no contempla la posibilidad del error. Podemos afirmar apodícticamente que toda acción es ex ante beneficiosa, pero no podemos hacer lo mismo con el crecimiento. La razón es que el crecimiento se mide y se registra siempre ex post, una vez la acción ya se ha traducido en la producción del bien o servicio que ex ante deseábamos. Pero ex post siempre podemos habernos equivocado en nuestro juicio o cambiar de preferencias, por lo que el bien adicional ya no nos compense el esfuerzo realizado.

Imaginemos una sociedad que experimenta una fiebre loca por la mantequilla y se pasa un año produciéndola al máximo rendimiento. Transcurrido ese año, los individuos habrán acumulado grandes stocks de mantequilla, pero si sus preferencias cambian y pasan a aborrecerla, lamentarán su elección. El PIB registrará un importante crecimiento, pero los individuos habrán fracasado en la satisfacción de sus fines.

La segunda proposición también es falsa por diversos motivos. Primero, porque el mercado no actúa, sino que lo hacen los consumidores, los empresarios, los trabajadores o los capitalistas. Segundo, porque ningún individuo tiene como fin incrementar ciegamente el número de bienes y servicios computables para un índice arbitrario. Y tercero, porque aunque algún individuo tuviera como fin vital aumentar ese fin, el incremento del PIB sólo indicaría una mejora del bienestar de ese individuo concreto y no del agregado de la sociedad como ya hemos visto.

Ahora bien, ¿significa ello que debemos ignorar las críticas de ecologistas, socialistas y comunistas que con frecuencia proponen paralizar o incluso revertir el crecimiento económico? No. En la medida en que el crecimiento puede ser el resultado de las acciones voluntarias de los individuos, limitarlo podría suponer la restricción de muchos cursos de acción deseados; el intervencionismo anti-crecimiento frecuentemente colisionará con proyectos legítimos de los individuos.

En definitiva, el término crecimiento es ajeno a la ciencia económica. Su uso responde a la necesidad de justificar ciertas intervenciones del Estado –como los incrementos del gasto público– que pueden cuantificarse en incrementos de un índice de referencia arbitrario. Lo verdaderamente importante para el individuo es poder lograr sus fines y ello sólo cabe dentro del respeto a su libertad y su propiedad para que pueda conciliar sus planes con los de otros individuos.

Resulta preferible hablar de progreso económico de un individuo, cuando logra en retrospectiva satisfacer sus fines, o de desarrollo progresivo de una institución, cuando evoluciona haciéndose más respetuosa con la propiedad, la libertad y demás preceptos éticos que de ahí se derivan.

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