Skip to content

El crimen ecologista del arroz dorado

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Desde que la agricultura nació, el hombre ha estado modificando las especies vegetales del mundo para poder cultivar variedades más apropiadas para su cultivo y consumo. Sin embargo, lo ha hecho relativamente a ciegas, debido al desconocimiento de la ciencia y la técnica necesaria para hacerlo de otra manera. El desarrollo de la ingeniería genética nos está permitiendo por primera vez crear plantas "a medida". Son los organismos genéticamente modificados, los OGM. ¿Cuál ha sido la reacción ecologista? Naturalmente, como sucede con cualquier avance científico, oponerse.

Posiblemente el ejemplo más claro de que la oposición de estos nuevos ludditas es puramente ideológica ha sido el caso del arroz dorado. Creado en 1999 por los profesores Potrykus y Beyer tras 15 años de investigaciones, era una variedad de arroz que contenía Beta Carotina o provitamina A, el compuesto químico que nuestro cuerpo transforma en vitamina A. La falta de esta vitamina mata al año a 6.000 niños y deja ciegos a 500.000. Cada año. Los activistas, considerando quizá que sus protestas habituales contra los OGM serían mal vistas en este caso, argumentaron que este arroz no proporcionaba a la dieta la Beta Carotina suficiente. Sin embargo, estos niños no necesitan ingerir el 100% de sus necesidades de vitamina A por medio de este arroz, sino aumentar la que ya reciben por otros medios. Además, el desarrollo ha continuado y las variedades actuales de arroz dorado contiene 23 veces más provitamina A que las de 1999.

El arroz dorado no está en los campos del Tercer Mundo porque el mal llamado principio de precaución y la histeria artificial contra los organismos genéticamente modificados ha impuestos unas obligaciones regulatorias que dificultan la aprobación del uso de cualquier OGM, sea comercial o no. Si aquellos que prometen grandes beneficios económicos tienen problemas para aprobarse, los que se han desarrollado para solucionar los problemas de los más pobres necesitan de un esfuerzo financiero para pasar las pruebas que se le imponen que resulta difícil obtener. Estas son las consecuencias de dotar al Estado de poder para decidir qué se puede y qué no se puede plantar en los campos, que los más necesitados se ven desprovistos de armas con las que sobrevivir. Y eso que el Estado se supone que está ahí para defenderlos.

El principio de precaución consiste en la prohibición de cualquier novedad que no se haya probado inicua. Algo aparentemente razonable, pero que cuya lógica se deshace cuando nos damos cuenta de que hasta el trigo normal tiene consecuencias perniciosas cuando es ingerido por quien tiene alergia al gluten. ¿Debería prohibirse? Sin duda, si siguiéramos con él los mismos estándares que propugnan los ecologistas e implantan quienes tienen el poder de hacerlo. Además, dicho principio no soporta que se lo apliquen a sí mismo. ¿Puede "Amigos de la Tierra" garantizar que la prohibición de novedades tecnológicas basada en el principio de precaución no va a dañar a nadie? Evidentemente, no. Esos niños ciegos y muertos son una prueba evidente.

Dice el profesor Potrykus que "la oposición a todos los alimentos genéticamente modificados es un lujo que sólo los mimados occidentales se pueden permitir". La oposición a variedades que llevan años usándose sin problemas en Estados Unidos ha llevado a Greenpeace a apoyar el rechazo de Mugabe a la ayuda alimentaria estadounidense para Zimbabue, haciéndolos cómplices de la muerte por hambre de miles de personas. Y es que lo que le estamos diciendo a los países del Tercer Mundo recuerda aquella frase infame que los terratenientes espetaban a los obreros en la II República, y que ahora podría reescribirse como: "¡Comed precaución!"

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos