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Enron: el capitalismo funciona

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Todo el mundo recuerda, siquiera vagamente, el nombre de Enron. Pasó de ser la primera empresa del mundo del sector de la energía, a desaparecer. ¿Cómo pudo llegar a ocurrir algo así? Por el perverso capitalismo, dijeron muchos. La empresa había estado engañando a los inversores, publicando unos beneficios en unas cuentas que, bien hechas, sólo podrían reflejar pérdidas. Y ello para engañar a más accionistas y empresas financieras y obtener de este modo algo más de aliento financiero con que continuar hasta que los tiempos fueran mejores. El capitalismo, las grandes empresas, está basados ambos en el engaño y la falta de respeto por cualquier norma moral, que se corrompe cuando se pone por delante la poderosa fuerza de la avaricia. El capitalismo es e inhumano, y su moral deleznable.

Siempre se puede responder que los ejemplos de empresas que reflejan fielmente sus cuentas son la práctica totalidad de ellas. Y que episodios como el de Enron son en realidad muy escasos, pese a que los críticos del capitalismo prácticamente no vean más allá de ellos. Pero no hay que limitarse a recordarlo. Hay que decir que Enron es la demostración más clara de que el capitalismo funciona. ¿Por qué? Para empezar porque Enron, la empresa que fue objeto de escándalo por engañar a propios y extraños, a sus clientes, proveedores, inversores y fondos, ha desaparecido. Y no a pesar de sus engaños, sino precisamente a causa de ellos, además de la mala gestión económica.

Pero esto es solo el comienzo, porque hay otra doble prueba de las virtudes del capitalismo en este caso, y es la de Arthur Andersen y la SEC. El fundador de la empresa era un hombre estricto en la aplicación de las normas contables, y su celo y honradez fue signo de distinción de la compañía desde 1913. Una reputación que no murió con su creador, en 1947. Leonard Spaceck, que había comprobado que los altos criterios morales de su antecesor eran el mismo fundamento del éxito comercial y económico de la empresa, mantuvo siempre su ejemplo. Un camino que llevó esta pequeña empresa a ser una de las cinco grandes del mercado de la auditoría.

Desde finales de los 80 algo comenzó a cambiar, porque de cuando en cuando se producían denuncias de mal comportamiento, que en otro tiempo hubieran sido considerados inconcebibles. En cualquier caso no parecían suficientes como para erosionar el prestigio asociado al nombre de la empresa, que al fin y al cabo era el de su intachable fundador. Pero el caso Enron pudo con ella. Enron se había embarcado en un engaño fenomenal, y Arthur Andersen no solo no lo denunció, sino que colaboró eficazmente con el fraude, hasta que se hizo de tales proporciones que ya nadie pudo taparlo. El resultado de la actuación de la empresa fue que, en agosto de 2002, entregó la licencia de actividad. Arthur Andersen faltó a su divisa (“piensa claro, habla claro”) y a las normas morales, que son el entramado invisible, pero imprescindible, de la convivencia pacífica, y por tanto del libre mercado. A causa de ello, desapareció. Ninguna empresa querría acudir de nuevo al sello de Arthur Andersen para demostrar la veracidad de sus cuentas.

Pero he hablado de una “doble prueba”. ¿Cuál es la segunda? La actuación pública en este asunto. El Estado tiene la pretensión de ser necesario para controlar a las empresas para evitar casos como el de Enron. Para ello crea chiringuitos como la US Securities and Exchange Comisión, SEC, del que tenemos un ejemplo español en nuestra CNMV. Si falló Enron, si falló Arthur Andersen, también lo hizo la SEC. Pero mientras que las dos empresas han desaparecido dejando atrás no más que historia, la SEC no solo no ha desaparecido, sino que se alegó que su vergonzoso fracaso en el caso Enron ¡era la demostración de que tenía que ampliar sus poderes! Es la lógica de “la verdad es la mentira” que necesita el Estado para justificarse.

1 Comentario

  1. Tristemente así es, y lo que es peor que estos graves fallos de los organismos públicos no solo se quedan sin ceses. reducciones de sus funciones y disminución de medios en vista de su inutilidad, sino que refuerzan al organismo que consigue muchas veces más medios humanos y materiales.
    En vez de menos estado por ineficiente, tenemos más estado.


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