En estos tiempos de delirio democratista a menudo se confunde la libertad con unos comicios y, como dijera Ortega y Gasset, queriendo lo uno gritamos lo otro. Si no queremos vaciar de significado la palabra libertad es preciso diferenciar nítidamente ambos conceptos. El liberalismo nos remite a los derechos individuales, y en este sentido alude a cuán limitado debe ser el poder para que no interfiera en la vida de las personas; la democracia, por otro lado, nos remite simplemente a la organización del poder, no a su tamaño, y en este caso se cimentará en torno a la noción del gobierno de la mayoría. La democracia no es entonces un concepto subsumido en el liberalismo ni el liberalismo uno contenido en el de democracia. Engaña a la gente el hecho de que el liberalismo verse sobre la libertad de elección y la democracia sobre la libertad de elegir gobernante. La primera hace referencia al derecho que uno tiene sobre sus bienes y su persona. Al elegir gobernante, por el contrario, uno ya no se ocupa sólo de lo que le pertenece, pues el regente manda sobre todos. Decidir con respecto a nuestra vida y nuestra propiedad es una cosa; votar para decidir sobre la de los demás, aun cuando a todos se conceda ese privilegio, es otra muy distinta.
En su afán por asociar el liberalismo a la democracia algunos cuestionan las credenciales liberales de aquellos anti-estatistas que se declaran anti-demócratas, quizás obviando que bajo este prisma excomulgan incluso a John Locke. ¿No eran liberales Constant, von Humboldt o Lord Acton? Al fin y al cabo fue el propio Thomas Jefferson quien dijo que “la democracia no es más que el gobierno de las masas, donde un 51% de la gente puede lanzar por la borda los derechos del otro 49%”.
Aunque el liberalismo y la democracia tienen procedencias muy distintas, en los dos últimos siglos generalmente se las ha considerado complementarias, hasta el punto de argüir que acaso el liberalismo no podría desenvolverse en su plenitud en un marco político no democrático. Para Ludwig von Mises, por ejemplo, la democracia era el sistema idóneo para facilitar el cambio pacífico de gobierno de acuerdo con los deseos de la mayoría del pueblo. Sin embargo, otros autores han rechazado la democracia por entender que es consustancial al intervencionismo, abogando en su lugar por un Estado de tipo monárquico, democrático-restrictivo o por la ausencia de toda autoridad central.
Lo cierto es que el siglo XX, el siglo de la democracia, ha sido también el siglo de la decadencia del liberalismo clásico y el auge del Estado del Bienestar. La edad dorada del liberalismo clásico tuvo lugar el siglo anterior, en un contexto dominado en occidente por las monarquías constitucionales y las democracias restrictivas. En el Reino Unido de 1815, en plena Revolución Industrial, sólo un 4% de la población, propietarios burgueses mayores de 20 años, tenía derecho a voto. En 1867 todavía sólo podían votar dos millones de ciudadanos. En Italia el sufragio censatario no se introdujo hasta 1861, y en Austria hasta 1873. En Estados Unidos el sufragio universal no se implantó hasta 1920. En la actualidad no hay ningún ejemplo puro de Estado mínimo no-democrático, pero tampoco hay ninguna democracia que no sea intervencionista o abiertamente liberticida. Hong Kong es quizás lo más cercano al laissez-faire que podemos encontrar hoy, con un gasto público del 22%, impuestos bajos y un mercado bastante desregulado, y de democrático tuvo muy poco durante su status colonial y ahora como parte de China. Bahrein es una monarquía constitucional y eso no impide que sea marcadamente menos intervencionista que la democrática Francia: no hay impuesto de sociedades ni impuesto sobre la renta, el gasto público es del 35%, la libertad de prensa es notable, el acceso a Internet no se censura, se reconoce el Islam como religión oficial pero hay libertad de culto, hay libertad de asociación y de reunión y libertad para crear sindicatos.
La libertad es libertad venga o no acompañada de sufragio. Lo que hace liberal a un Estado mínimo no es que sea democrático, sino que sea mínimo. La cuestión es determinar qué tipo de sistema político es el que favorece un mayor grado de libertad.
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