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El poder de las grandes empresas

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Una de las principales críticas al libre mercado y a los liberales que lo consideramos como la mejor forma de cooperación social, es que nos concentramos en los ataques a la libertad que supone tanto el Estado como los demás individuos (actuando violentamente para coaccionar al prójimo), pero nos olvidamos de una tercera pata: las grandes empresas. Según esta visión del mundo, las grandes empresas, merced a su «poder económico» cometen grandes atentados contra la libertad y los derechos humanos, y el liberalismo simplemente les dejaría las manos más libres para cometerlos con mayor frecuencia.

< p>El problema de esta teoría se empieza a ver claro cuando echamos un vistazo a cuáles son esos atentados y abusos de las grandes empresas, que podrían dividirse en dos grandes grupos. El primero es el de los «crímenes por llegar a acuerdos libres». En este conjunto de malvadas acciones se encontrarían, por ejemplo, montar fábricas en el tercer mundo con estándares laborales –de sueldo, horarios, etc.– muy inferiores a los nuestros; es decir, la «explotación». Sin embargo, quienes así argumentan olvidan que si esos estándares están tan por debajo de los nuestros es debido a que en esos países la gente es más pobre y no se los puede permitir si quiere sobrevivir. Las empresas multinacionales, de hecho, suelen ofrecer mejores condiciones que los patrones locales, ayudando así a mejorar el nivel de vida del lugar donde se instalan. Por eso encuentran empleados con facilidad.

 

< p>Otro ejemplo dentro de esta categoría sería el de la deslocalización. Por culpa de la misma, de la avaricia de intentar ganar más dinero o producir bienes más baratos trasladando fábricas u oficinas, cientos de familias se quedan sin empleo. Se olvida así que fueron esas mismas causas las que permitieron a esos trabajadores encontrar una ocupación pagada por esas empresas. ¿Por qué habríamos de hablar mal de las empresas porque se van y no hablar bien porque estuvieron un tiempo? Tan absurda es una cosa como la otra; la empresa espera sacar un beneficio de su estancia en un determinado lugar y los trabajadores también.

 

< p>El segundo grupo de crímenes contra la humanidad de las empresas serían los atropellos de las empresas contra las personas de a pie. Sin embargo, buena parte de éstos no son un ejemplo de «poder económico» sino del poder estatal. Cuando una gran empresa consigue subsidios o regulaciones que hacen más difícil la entrada de nuevos competidores en su mercado, no es la empresa quien impone nada sino el Estado. Si una empresa consigue que las leyes prohíban o dificulten, por ejemplo, la existencia de sindicatos, eso es un ejemplo del poder del Estado para prohibir la asociación de hombres libres, no de ningún poder empresarial.

 

< p>Las empresas dependen del beneplácito de los consumidores para poder seguir existiendo. Y la única manera en que pueden escapar de este juicio último a su labor es manipulando el poder del Estado en su favor. El problema no es que las empresas tengan un gran «poder económico» que los gobiernos deben domeñar ampliando su capacidad para imponerle sus reglas, sino precisamente que el exceso de poder que tienen los gobiernos hace atractivo a las empresas intentar influir por todos los medios en que ese poder se ejercite en su favor. Y la única manera de evitarlo es reduciendo el poder del Estado, no aumentándolo.

 

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