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La economista irresponsable

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La planificación es nefasta a varios niveles: desabastecimiento; mercados financieros inexistentes; falta de oportunidades; grupos de presión; despilfarro, ineficiencia y pérdida de bienestar social.

El movimiento anticapitalista no deja de sorprendernos por las diversas formas que toma para atacar el mercado libre y voluntario. A veces, con maneras más directas, viscerales y bastas; otras, de forma pretendidamente atemperada, dialogante y, si cabe, “científica”.

La economista Mariana Mazzucato se ha dedicado –con gran éxito en el mundo anglosajón- a pregonar las bondades de la intervención estatal en el área de las innovaciones, especialmente desde 2013 tras la publicación del libro El Estado emprendedor.

Al capitalismo se le viene achacando de todo, pero sobre todo se critica que es intrínseco al sistema someter a la población a crisis periódicas y a una “desigual” distribución de riqueza o renta.

Precisamente por lo mismo, se entendía que el capitalismo traía consigo buenas dosis de prosperidad, en especial, en los momentos de auge económico, donde los animal spirits eran favorables. Es más, cualquier innovación disruptiva que tiene éxito genera un pico de prosperidad y una crisis (de mayor o menor tamaño) empresarial o sectorial en algún sitio. Es el proceso de destrucción creativa típico.

Como inciso, cabe recordar que el malogrado Nikolai Kondratiev, quien sugirió que existían ciclos (u ondas) económicos largos inherentes al sistema capitalista, fue deportado a Siberia porque su teoría “cíclica” no predecía el fin del capitalismo como paso previo y necesario al triunfo de la dictadura del proletariado. Igual que había crisis, había lógicamente recuperación y auge. Y esto de forma recurrente y continua ad infinitum. Tamaña herejía no era admisible. 

Es lo que tienen los regímenes de terror. Mejor no pensar, y menos en voz alta.

La profesora Mazzucato nos niega también la mayor. El capitalismo es malo no sólo por las crisis o la desigualdad (véase la campaña de Piketty, sobre lo que ya hablamos en un anterior informe), sino porque ni siquiera es capaz de crear riqueza por sí solo apoyado en el cálculo económico, la soberanía del consumidor y la creación empresarial descentralizada, experimental, creativa, competitiva y cooperativa. Resulta que las innovaciones también se las debemos a la omnisciente “mano visible” del Estado, que, además, “no se rige nunca por incentivos perversos” (como el más abyecto cabildeo entre gobernantes, burócratas y empresarios «que no emprenden»).

El informe del Instituto Juan de Mariana Mitos y realidades sobre el Estado emprendedor: ¿Es realmente el Estado el impulsor de la investigación básica y la innovación?” desmonta las tesis de Mazzucato y aporta, en su anexo final, una serie de ideas sobre qué cabe esperar de una economía en la que la innovación también (la educación o sanidad ya lo están) se halla planificada.

El húngaro János Kornai, profesor de Harvard en la asignatura de Economía Socialista, es seguramente el mayor experto mundial en el estudio de las economías planificadas. En sus obras The Socialist system y Dynamism, Rivalry, and the Surplus Economy, Kornai analiza empíricamente el desempeño económico de los países socialistas en términos de crecimiento, progreso tecnológico e innovación. Kornai concluye no sólo que las economías libres tienen una capacidad de creación de riqueza y progreso tecnológico muy superior a los sistemas planificados, sino que avanza el marco conceptual teórico que explica esa gran disparidad.

Aun cuando las propuestas de la profesora Mazzucato no vayan encaminadas a instaurar una economía completamente planificada en el campo de la innovación, son varios los motivos por los que conviene reparar en cuáles son los efectos de la planificación a gran escala en este ámbito:

  • nos da muestra del aparato burocrático que, también en una economía mercantilista, hay que desplegar para planificar la innovación, como ella pide,
  • nos hace comprender los efectos de la dirección pública monopolística en campos que el Estado se reserva en las economías mixtas y
  • nos advierte de hasta qué extremos de devastación puede llegarse llevando la planificación a su expresión máxima.

Siguiendo a Kornai, son varios los factores que concurren para explicar por qué apenas hay innovaciones con aplicaciones industriales en estas economías planificadas:

1. Centralización, control burocrático y permisos

En los países socialistas, la innovación es un capítulo específico dentro del aparato burocrático de planificación estatal.

Tras elaborar el plan central, las unidades últimas, las empresas, reciben, en una maraña de órdenes detalladas y cuotas técnicas de insumos y producción, cuándo tienen que reemplazar unos productos por otros nuevos y qué viejas maquinarias y tecnologías han de ser sustituidas. Los directores de las compañías deben pedir permiso para cada iniciativa relevante.

En las economías socialistas, los productos y servicios, así como las tecnologías a emplear para producirlos, se imponen desde arriba, no se validan en última instancia por los consumidores, destinatarios últimos de los productos. Una innovación no emerge porque con el producto o servicio resultante se ha generado valor incremental al cliente, como sucede en el mercado. Una mejora o invento en estos casos se implementa sin más por decreto.

Las características intrínsecas del sistema capitalista, la descentralización, la propiedad privada y la dinámica del proceso de mercado, están completamente ausentes en economías socialistas.

2. Recompensa inexistente o irrelevante

Cuando el estado es dueño de los factores de producción, cualquier derecho económico sobre una innovación es propiedad estatal. Los generadores de la misma apenas son recompensados más allá de algún pequeño pequeño bonus.

Por su parte, en el caso del mercado libre, el beneficio –normalmente capitalizado en el valor de la empresa- es la forma de recompensa más habitual que encontramos.

Todas las señales proporcionadas por el sistema de beneficios y pérdidas se pierden en las economías planificadas en las que la información circula rígidamente de arriba hacia abajo.

3. No hay competencia entre los productores o vendedores

Las economías socialistas se caracterizan por un desabastecimiento crónico causado por una “restricción presupuestaria blanda” generalizada. Empresas y particulares reciben mucho más poder de compra que oferta existe para abastecerla. Los controles de precios y la asignación de cuotas de producción no sólo impiden el cálculo económico racional, sino que crean desabastecimientos crónicos, agudos, permanentes y generales.

Debido al propio desabastecimiento, los comportamientos monopolísticos se acentúan aún más. La demanda latente siempre será mucho mayor que la oferta, de manera que la oferta no tiene que velar por el consumidor para garantizarse la adquisición de sus productos. Todo esto explica la baja calidad, escasísima variedad y nulas innovaciones de las que adolecen los productos en estos países y que tan poderosamente saltaba a la vista para alguien que cruzase el muro de Berlín hace unas décadas, o que pase de Corea de Sur a Corea del Norte o de Miami a La Habana hoy en día.

La ineficiencia, el despilfarro y las luchas de poder para mantener las cuotas de decisión y de producción en cada escalafón burocrático son el día a día. Así, los productores o vendedores no se ven forzados a atraer a los compradores ofreciendo nuevos y mejores productos. El cliente se contenta con conseguir cualquier cosa en la tienda, incluso aunque se trate de bienes obsoletos o de baja calidad.

Desgraciadamente estos escenarios, aunque suavizados, son típicos también de los gobiernos de economías mixtas que optan por la peligrosa deriva mercantilista. Recordemos que la innovación es las más de las veces “ruptura” de un viejo modelo de hacer las cosas o de resolver una necesidad. Difícil es para un joven emprendedor romper con el statu quo dentro de un sector si éste está protegido y es intocable, o si las empresas ya instaladas tienen asegurado su mercado, aun cuando no hagan ninguna innovación.

4. Límites estrechos para la experimentación

Como ya se ha apuntado, el capitalismo permite centenares o miles de intentos fallidos. En el sistema planificado, existe tendencia a evitar riesgos. Es peligroso pensar por uno mismo, tomar iniciativas, salirse de lo que es común o cuestionar las decisiones de los jerarcas. Cobijarse bajo padrinos y halagar sin medida reporta beneficios materiales, ascensos y vida tranquila. Kornai demuestra que las economías socialistas siempre son las más lentas a la hora de emular innovaciones exitosas, prefiriendo mantener los sistemas de producción viejos y ya conocidos.

La experimentación es la clave de la innovación en los sistemas económicos más libres. Errar es parte necesaria del proceso capitalista. Las nuevas empresas (startups) lanzan descentralizadamente propuestas de valor al mercado y las someten al juicio del consumidor sin incurrir muchas veces en fuertes desembolsos. De todo acierto y de todo fracaso surge un aprendizaje sobre qué caminos son los siguientes a adoptar (y de cuáles conviene huir). Con esto, se consigue evitar un despilfarro en una inversión inicial desorbitada para algo todavía incierto, así como aprovechar el conocimiento que se genera de primera mano desde abajo.

A la larga, las probabilidades de acertar con lo que el mercado de verdad valora en cada momento son mucho mayores.

5. No existe capital disponible que pueda ser utilizado. La asignación de la inversión es rígida.

En el plan nunca existe un «capital ocioso» que pueda ser empleado para una buena idea. Los mercados de capitales y el venture capitalism son desconocidos. No hay partidas presupuestarias sin asignar a la espera de financiar planes inciertos y de haberlos la discrecionalidad y nepostismo a la hora de ser asignados resultaría evidente. Difícilmente un buen entorno para outsiders disruptivos.

Kornai muestra que los resultados de la planificación son nefastos a varios niveles: desabastecimiento; mercados financieros y de capitales inexistentes (e incapaces por tanto de financiar nuevos proyectos); errores empresariales socializados entre todos ciudadanos; falta de oportunidades de experimentación para jóvenes emprendedores con ideas frescas; incentivos entre los agentes (burócratas y empresas establecidas) que contribuyen a limitar, de facto, la innovación con la aparación de grupos de presión que se protegen ante cualquier disrupción externa que les pueda sacar del mercado; despilfarro, ineficiencia y pérdida de bienestar social.

No necesitamos más «Kondratievs» deportados y silenciados, no necesitamos ningún «pensamiento único» en ningún campo, pero tampoco en el de la creación de conocimiento científico y de innovaciones.

No es eso lo que debería anhelar y promover un(a) economista responsable.

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