Posiblemente han visto ustedes la película protagonizada por Bill Murray y Scarlett Johansson, Lost in Translation (2003). Éxito de crítica y de taquilla, el segundo film dirigido por Sofia Coppola narra las tribulaciones de Bob Harris (Murray), un actor en su crisis de los 50 que ha viajado a Tokio a rodar un anuncio publicitario; y de Charlotte (Johansson), joven esposa de un fotógrafo más interesado en las modelos que retrata que en su mujer.
Si la han visto, quizás recuerden la escena del rodaje del spot en la que el director japonés imparte con pasión detalladas instrucciones que son traducidas por una lacónica intérprete de forma muy incompleta. Pues bien, algo parecido ocurre con muchos economistas “perdidos en la traducción” cuando, aterrados por la deflación, tratan de asimilar el caso de España al de Japón, y pierden una gran cantidad de matices.
La tentación de simplificar la riqueza de datos sobre ambas economías, muy diferentes en historia, estructura y cultura, para inferir un mismo destino –deflación y estancamiento económico– a partir de un suceso parecido –burbuja inmobiliaria y crisis del sistema financiero–, es poderosa.
Sin embargo, víctimas del sesgo confirmatorio, muchos insisten en esta errónea equiparación cada vez que se publican cifras negativas del IPC. Les sugiero que cuando los tintadictos aludan a Japón y a sus “dos décadas perdidas” para atemorizarles y reclamar ese robo en pequeñas dosis que es la inflación, consideren (i) si es la referencia adecuada para comparar y (ii) si los ciudadanos nipones realmente han perdido los últimos veinticinco años por culpa de la deflación.
Seguramente no sea necesario haber vivido largas temporadas en Japón –aunque quien haya tenido esa suerte podrá confirmarlo– para poder afirmar, sin temor a equivocarse, que la distancia, no sólo geográfica, sino cultural y económica con nuestro país, es enorme. Basta echar un vistazo a las principales magnitudes para corroborar que cuantitativamente no nos parecemos demasiado al país del sol naciente.
Destaca especialmente el altísimo porcentaje de la deuda pública nipona en manos de residentes (>90%) respecto al caso español (endeudarse cerca de dos veces y media el PIB a tipos de interés prácticamente gratis (0,5%).
Tampoco cualitativamente puede sostenerse la tesis del parecido razonable. Por ejemplo, entre las empresas del Fortune 500, España sólo cuenta con ocho compañías frente a las 57 de esa lista que tienen su sede en Japón. Y, por desgracia, es conocida por todos ustedes la incapacidad de nuestro sistema de educación universitaria para colocar a siquiera uno de sus centros entre las 100 mejores universidades del mundo, mientras en ese mismo ranking aparecen cinco japonesas. Por no hablar de la posición en otras clasificaciones como la de transparencia (40º de España frente al 18º de Japón), competitividad (35º contra 9º) o facilidad para hacer negocios, Doing Business, (52º frente a 27º).
Merece, pues, la pena, ser cautos a la hora de establecer comparaciones entre una y otra economía y extrapolar conclusiones a partir de un solo dato como es el del IPC. Además, realizadas las aclaraciones anteriores, cabe considerar si realmente puede simplificarse la historia reciente de Japón en la pérdida de más de dos décadas por culpa de la deflación. Pues, como en el caso de la escena mencionada de Lost in Translation, es probable que se nos estén escapando detalles importantes en la traducción.
Les propongo dejar para más adelante la evolución reciente de la economía japonesa en los últimos 3-4 años y les sugiero que se fijen en las dos famosas décadas desde que estallara la burbuja japonesa a principios de los años 90. Comprobarán que en ese periodo, pese al tan aireado estancamiento secular, el superávit por cuenta corriente nipón se multiplicó por un factor de más de cinco, mientras que el yen, en ese mismo lapso de tiempo, se apreció frente al dólar un 65%.
Dos simples datos que, estarán de acuerdo, se pegan con la leyenda del terrible daño que ha hecho la deflación a la economía del Japón. Y, por cierto, una invitación a la reflexión a aquellos que sostienen que para ser competitivos hay que devaluar la propia moneda.
Como advirtió el año pasado en un discurso el antiguo viceministro de finanzas japonés Eisuke Sakakibara, apodado Mr. Yen, a pesar de dos décadas sin crecimiento nominal, la japonesa es una sociedad bien acomodada y cuyos ciudadanos han prosperado económicamente durante estos años. Fíjense, si no, en la evolución de la renta per cápita de Japón en su historia reciente, y pregúntense si no es verdad que, a pesar de la imagen de desastre económico dibujada en la prensa, el país nipón ha venido produciendo un crecimiento robusto para sus habitantes en términos reales. Avance económico, por cierto, que se ha realizado en la misma proporción que países tan poco sospechosos como Alemania o Francia (ver gráfico).
Sin ánimo de elevar la anécdota a rango de categoría y sin pretender venderles una película de Hollywood como prueba empírica, sino sólo a título ilustrativo, les invito a recordar las escenas de la película mencionada al inicio –si se la perdieron, pueden echar un vistazo al tráiler oficial–. Rodada a mediados de las dos décadas, las imágenes mostradas no parecen reflejar las de una sociedad estancada, ¿no es verdad? Tampoco parecen compatibles con una economía languideciente el incremento de conexiones a internet por fibra óptica –de cero a más de 20 millones–, el aumento de la esperanza de vida en casi cinco años, o la construcción en Tokio de 80 rascacielos de más de 150 metros –frente a 64 en Nueva York– durante las dos décadas “perdidas”.
No parece, pues, que la deflación haya tenido efectos tan terribles en la economía de los hogares japoneses, ¿no creen? Sin embargo, el culto al crecimiento nominal del PIB y la estrecha visión que del progreso económico tienen la mayoría de los economistas, vinculándolo casi exclusivamente al consumo, hacen que se “pierdan en la traducción” cuando miran al caso japonés. Y la más dramática de las consecuencias la están sufriendo los propios nipones, al hallarse en el mismo error conceptual sus propios gobernantes –léase Shinzo Abe y Haruiko Kuroda– en los últimos años. El riesgo es dar al traste con el progreso económico real por su obcecación en las medidas keynesianas de estímulo de la demanda agregada, vía gasto público e inflación.
En el último post "El peligroso juego de la ‘indeflación‘", un amable lector me preguntó en el foro acerca de la relación de la indeflación con lo ocurrido en Japón en los últimos 25 años. En parte, este artículo está motivado por esa pregunta y la respuesta es que tiene todo que ver. En aquel juego de la soga, las fuerzas deflacionistas han venido ganando la batalla en esos veinte años y parece que a los japoneses no les ha ido del todo mal, como hemos visto. Sin embargo, en los últimos años, el esfuerzo de los políticos está siendo de tal magnitud y la intervención tan masiva que empiezan a dominar las fuerzas opuestas, con un final mucho más incierto.
Muestra de la espiral suicida en la que la Abenomics está metiendo a Japón, pueden verla en las últimas cifras publicadas, que arrojan una contracción anualizada del 6,8% de su PIB mientras que los precios al consumo crecieron en junio un 3,3% interanual. Es decir, una caída en términos reales de más de un 10%. Y todo ello tras meter a la antigua potencia exportadora en un importante déficit comercial –un -2,4% del PIB en 2013– y debilitar profundamente al yen –que perdió en 2013 un 21% de su valor frente al dólar–. Un fracaso en toda regla que debería hacer pensar a todos aquellos que creen que a un país le va mejor con moneda propia y con libertad para imprimir y devaluar.
Permítanme que cierre el artículo con una pregunta. ¿En qué Japón preferirían vivir ustedes? ¿En el de las dos décadas perdidas o en el actual de la Abenomics?