Hace sólo diez años, quienes querían tener el cheque en sus manos era la mitad de los españoles. El cheque o bono escolar ha ganado adeptos sin que ningún partido se haya atrevido a hacer de él una bandera.
¿El Partido Popular? Hasta que no sea el 90 por ciento de la gente la que lo quiera para sí, no comenzará a planteárselo, que su integridad moral no da para más. Y eso que proponerlo no tendría más que ventajas para el propio partido y para la gente que dice representar. Es atractivo. Es fácilmente comprensible y plantea un debate en el que sólo puede salir ganando. Una vez implantado, la gente tendría más poder para elegir la educación que quiere para sus hijos, lo que diluye, sin anularlo, el poder de la infiltración ideológica en las aulas. Y tiene difícil vuelta atrás. Cuando una familia se acostumbra a elegir, ¿quién puede convencerla de que es mejor que no lo haga? El cheque escolar, además, se puede combinar con cuentas ahorro-escolar y con escuelas a la carta.
Las posibilidades son enormes. Pero lo llamativo de este caso es que el creciente interés de los españoles por este sistema ha llegado al margen de los partidos políticos y, de forma destacada, del partido que debería estar más interesado en promoverlo, el PP. Ha sido la propia sociedad, con iniciativas particulares, la que ha ido ganando terreno a la corrección política.
Por eso es importante el juego de la cuerda entre las ideas y la política. La política es siempre posibilista, pero el terreno de juego lo pone el debate de las ideas. A medida que se avance, si llega el caso, en la consideración de los españoles por las ideas liberales, en esa medida, se irán desplazando PP y PSOE. Es un camino mediato, indirecto y largo. Pero es el único que puede llevarnos a una sociedad un poco mejor.