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Sin embargo, las conclusiones son las que son, y el desacuerdo con las mismas se debería plasmar en el señalamiento de sus errores (como, dicho sea de paso, han tratado de hacer varios, con escaso éxito) y no (como han tratado de hacer otros) en el asesinato civil del mensajero mediante chapuceras difamaciones.

Lo peor no es que algunos intenten vender su mercancía averiada, sino que haya quien la compre con entusiasmo. Será que sin la mentira no obtienen su ración diaria de dos minutos de odio; o peor, que tras décadas de pensamiento acrítico y dogmático se han vuelto permeables a cualquier trola mal fabricada.

Sea como fuere, no deja de ser curioso que un razonamiento tan de sentido común genere semejante incomprensión entre quienes están ideológicamente predispuestos a rechazarlo. Una cosa es que lo entiendan y callen; otra, que lo entiendan y lo manipulen; y otra más, que no lo entiendan y se construyan una realidad virtual alternativa –donde un informe dice lo que no dice y no dice lo que dice– en la que sentirse más confortados.

El informe de la Universidad Rey Juan Carlos en torno a los efectos sobre el empleo de las subvenciones a las energías renovables (popularmente conocido como Informe Calzada) no dice que toda actividad estatal destruya empleo (algo que, obviamente, queda muy fuera de nuestro –soy uno de los autores– concreto campo de estudio), ni siquiera que no deba invertirse en energías renovables. Nuestro estudio lo que señala es que las subvenciones públicas a las renovables no sólo no crean puestos de trabajo en el conjunto de la economía –como repiten hasta la saciedad los impulsores y beneficiarios de esas subvenciones–, sino que destruye empleo. Obviamente, si el único argumento a favor de las renovables fuera el del empleo, nuestro estudio zanjaría para siempre el debate (siempre y cuando no estuviera equivocado, claro). Pero probablemente no sea ése el caso, y se podrá pensar en alguna razón más para defenderlas (cuestión distinta es si esos nuevos argumentos tienen a su vez fundamento o no).

Muchos economistas, incluso algunos que deberían poseer un mayor conocimiento sobre el asunto del que demuestran, se han leído nuestros cálculos y han extraído conclusiones absurdas, fruto de la confusión. Para no entrar en las cifras –que pueden consultarse en el propio informe–, me limitaré a poner una metáfora; para que ustedes juzguen si tiene algo de controvertible y, sobre todo, de ininteligible.

Supongan que disponemos de cientos de miles de máquinas, que producen productos distintos, y que lo único que necesitamos para ponerlas en funcionamiento es combustible. El problema es que cada año sólo recibimos 1.000 litros de carburante, así que tenemos que seleccionar qué máquinas ponemos a funcionar y, por tanto, qué tipos de bienes producimos.

Cada máquina tiene su propia manera de operar y su propio nivel de consumo. Así, por ejemplo, la que produce barras de pan necesita un litro de combustible para producir 10 barras, y la que produce automóviles requiere de 200 litros para fabricar uno de éstos. Obviamente, no puede decirse que estemos destruyendo riqueza por el hecho de que decidamos utilizar 200 litros de combustible para fabricar un coche en lugar de 2.000 barras de pan; tan sólo concluiremos que preferimos un coche a 2.000 barras de pan.

Ahora bien, sí hay una forma bastante clara de empobrecernos. Imagine que tenemos dos máquinas distintas para hacer el mismo tipo de pan: la primera necesita un litro de combustible para hornear 10 barras, mientras que la segunda necesita 100 litros para producir la misma cantidad. ¿Qué le diríamos a la persona que eligiese producir con la segunda máquina? Obviamente, que está despilfarrando recursos y destruyendo riqueza.

Pues bien, exactamente eso es lo que puede decirse sobre las subvenciones a las energías renovables. Con éstas, las electricidad nos cuesta mucho más que con las demás energías: unos 28.500 millones de euros más, por lo que disponemos de menos recursos para utilizarlos en otras áreas.

Claro que, volviendo al ejemplo de las panificadoras, uno puede decir que, dado que la máquina ineficiente está pintada de rojo, le resulta más bonita y la prefiere, aunque produzca mucho menos. Bien, es un argumento que habrá que estudiar aisladamente (tal vez la máquina eficiente también sea roja pero uno no se haya dado cuenta, o le hayan metido en la cabeza la conveniencia de que las máquinas sean rojas), y en todo caso legítimo. Lo que no podrá decirse jamás es que una panificadora que gasta 100 litros de combustible para producir 10 barras es más eficiente que una que gasta uno solo en hacer lo mismo .

Muchos se han empeñado en hacernos creer que forzar el encarecimiento de la energía nos hará más ricos. Pero, si eso fuera así, en lugar de subvencionar las renovables deberíamos inyectar tanto dinero como fuera posible en la creación de fuentes eléctricas basadas en ruedas de hámster: un lujo para los amantes de los roedores (igual que las renovables son un lujo para los ecologistas) que es dudoso podamos permitirnos en tiempos de crisis

Así las cosas, creo que se entiende mejor que algunos, ya que no pueden argumentar, prefieran difamar.

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