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La Biblia ultraliberal

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Los creadores, grandes y pequeños, empresarios y trabajadores que lucharon por mejorar su situación personal, egoístas ellos, comienzan a abandonar sus empleos y desaparecen, se sumen en el olvido, como si se los hubiese tragado la tierra.

Esta situación coincide, en aparente paradoja, con el triunfo, ya definitivo y total, de todas esas ideas que mantiene la mayoría de la gente. Todo lo que nos dijeron los intelectuales, lo que repiten sin cesar los políticos y vuelcan los medios de comunicación como verdadero canon moral occidental: el egoísmo es la encarnación de todo mal. Debemos vivir, pero no para nosotros sino para los demás. Y no de nuestro esfuerzo, sino del ajeno. Si algo bueno nos ocurre, somos culpables. Si algo malo nos ocurre, no lo somos; la sociedad es la culpable.

Estos dos párrafos contienen lo esencial de una novela, La Rebelión de Atlas, que se editó en 2003 en español en 1.104 páginas. Fue escrita en 1957, y en estos más de cincuenta años jamás se habían vendido más ejemplares que los que se venden ahora… cuando estamos en plena crisis económica, y cuando los valores descritos en esa novela han encontrado en Barack Obama un defensor de dimensiones titánicas, mitad hombre mitad dios, dueño de una retórica brillante que codifica esencialmente esa filosofía antiindividualista, antiliberal, que condena el beneficio privado como causa de todos nuestros males y llama al socialismo, sin mentarlo por su nombre, como única solución.

Ayn Rand, la autora de La Rebelión de Atlas, utilizó numerosos personajes para encarnar esa filosofía colectivista que se ha cernido sobre la sociedad hasta ahogarla. Pero Obama es un rostro especialmente identificable de esa forma de pensar. ¿O no podía haber dicho él que en esta crisis "la culpa es de las empresas. Es por su falta de espíritu social. Se niegan a admitir que la producción no es una elección privada, sino un deber público?". Es más, ¿no lo ha dicho él, realmente?

Rand coloca en el centro de la virtud al egoísmo. Pero no a lo que está pensando en este momento, sino a la atención principal a los propios objetivos, que nos llevarán a cada uno a la mayor producción de bienes, que lo son para los demás. Y en ese camino al uso de la razón y del conocimiento. Y todo ello a la cooperación voluntaria con el resto de personas por medio del intercambio. Es decir, que el egoísmo, tal como lo entiende Rand, es el vértice de la cooperación social y de la atención a las necesidades de los demás, pero por la vía indirecta de la obtención de beneficios, no por la sumisión directa a las necesidades de los demás. Por eso, en su "utopía de la codicia" el lema es "juro por mi vida y mi amor por ella que jamás viviré para nadie ni exigiré que nadie viva para mí", y el resultado, que "no hay conflicto de intereses entre hombres que no demandan lo que no han ganado".

Un artículo del diario El Mundo recogía el "boom" de ventas de La Rebelión de Atlas, más altas ahora que cuando fue reconocido por los lectores del New York Times en el segundo puesto de "los libros que han cambiado su vida", sólo detrás de la Biblia. El artículo está escrito desde esa amalgama socialdemócrata, ese "pensar" que, en un 95 por ciento consiste en colgar carteles difamantes, y en un 80 añadir la palabra "salvaje" a todo aquello que no gusta. Llama la obra randiana de "Biblia ultraliberal". Es el libro del momento.

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