Yo mismo he escrito sobre él y me cuesta resistirme a hacerlo de nuevo. Desde el liberalismo y el conservadurismo se ha destacado que es una persona muy a la izquierda. Lo es para Estados Unidos y lo es para nosotros. Barack Obama es la culminación en la política de una larga carrera iniciada hace cuatro décadas por la Nueva Izquierda. Sus mentores, profesores y modelos proceden de ahí. Es discípulo de Saul Alinsky, que escribió un manual para radicales donde recomendaba recurrir a cualquier medio con tal de oponerse a las insondables fuerzas reaccionarias; un libro escrito para quienes quieren "cambiar el mundo". Tiene lazos claros con Bill Ayers, un radical, un terrorista de los 60. No es que él tenga esas inclinaciones, pero su esquema ideológico nace en ese ambiente. Por cierto, que el Partido Republicano debería reflexionar sobre cómo es posible que los estadounidenses hayan elegido a un candidato en el precipicio izquierdo del Partido Demócrata, si un 40 por ciento de ellos se considera conservador, otro tanto centrista o independiente, y sólo un 20 por ciento (menos, en realidad), se llama a sí mismo progresista.
Pero si hay algo que define a Barack Obama es que es un ungido de tomo y lomo. Su lema "yes, we can", es perfecto, porque cada votante hipnotizado por Obama pone sus propias esperanzas en ese "podemos", que no tienen por qué ser las mismas para cada ciudadano. Pero lo que quiere decir el propio presidente electo con su mantra es muy claro: cree que por medio de la palabra, de la oratoria, se puede cambiar una persona. Y, como él mismo dice, "si se puede cambiar una persona, se puede cambiar una comunidad; si se puede cambiar una comunidad, se puede cambiar una nación; y si se puede cambiar una nación, se puede cambiar el mundo". De modo que tendremos que revisar la teoría de las visiones de Thomas Sowell para entender bien al desconocido Obama.
Obama se equivoca. La naturaleza humana es más o menos fija y la oratoria puede obrar milagros, pero los milagros son imprevisibles y asistemáticos. No va a cambiar nada con su palabra. Y, por lo que se refiere a su política, dentro del estrecho margen que tiene para elegir un curso u otro, recurrirá a sus escasos pero radicales referentes ideológicos. La prueba de que ni él es capaz de cambiarnos es que la izquierda española, que ha enterrado momentáneamente su hacha de guerra contra los Estados Unidos, revivirá su odio cerval a aquel país antes de un año. ¿Qué se apuestan?