Para explicar qué hace un especulador, pongamos el ejemplo de un comprador de grano. El especulador considera que el año que viene habrá una mayor necesidad de grano y que el precio del mismo será mayor que el de este. Entonces, compra una cantidad de grano, la retira del mercado y la guarda para el siguiente ejercicio, cuando la venderá. ¿Ha subido el especulador los precios futuros? Al contrario. Por un lado ha subido los precios de este año, porque ha retirado del mercado parte de la oferta. Y contribuye a que los precios del año siguiente sean más bajos.
Si su apreciación del futuro es adecuada, si los precios futuros iban a ser muy superiores a los de este año, el especulador obtiene beneficios. Pero esos beneficios están asociados a una gran labor social: al aumentar los precios actuales contribuye a lanzar la señal de que el bien es más escaso de lo que parecía en un principio, y que es conveniente conservarlo, quizás no consumirlo tan alegremente. Y por otro lo ofrece cuando más necesario es, como muestra los altos precios del año por venir. Si su apreciación es errónea, en lugar de contribuir al bienestar de la sociedad, la han empeorado. Ahora bien, lo que reciben a cambio son pérdidas. Beneficios y pérdidas son a la vez signo de la contribución privada al bienestar de la sociedad en la que viven, y premio o castigo por ello.
Todos somos especuladores, pues la función del especulador es la de mirar al futuro y plantearse qué evolución tomarán las cosas. Especulador es el que se plantea si elegir uno u otro trabajo en función del sueldo, las posibilidades de promoción, el capital humano que adquirirá, etc. Especulador es el que apuesta por comprar una casa cuyo valor futuro es incierto. Todos somos especuladores, aunque la mayoría critiquemos privadamente a los especuladores y les pongamos como causantes de todos los males.