El avance del PIB en el primer trimestre (0,3 por ciento) constituye el menor crecimiento económico intertrimestral desde 1995. A su vez, la inflación, situada ya en el 5,1 por ciento, retrocede hasta 1997, año en el que se inició la serie histórica por parte del Instituto Nacional de Estadística (INE). El ritmo de afiliación de la Seguridad Social se ha reducido hasta niveles no vistos desde 1994, tras experimentar un exiguo avance del 0,7 por ciento.
De hecho, tanto la producción como el consumo se encuentran ya en recesión técnica. Es decir, crecimiento negativo durante dos trimestres consecutivos. Sin ir más lejos, las ventas de coches se han desplomado un 17,6 por ciento en el primer semestre. El peor dato desde 1993. Y eso que tan sólo estamos al comienzo de la crisis.
En la actualidad, se ciernen sobre España tres fenómenos interconectados, cuyas consecuencias agravarán, en gran medida, los principales indicadores macroeconómicos del país a corto y medio plazo. En primer lugar, el frenazo en seco del sector inmobiliario que, hasta el momento, lideraba el crecimiento económico nacional. En este sentido, España sufre ahora los temibles efectos del estallido de una burbuja inmobiliaria, cuyo tamaño supera, incluso, a la de Estados Unidos.
A ello se suma el excesivo endeudamiento de la economía. Y es que, a lo largo de los últimos años, España ha crecido a crédito: la deuda privada nacional ha pasado de representar el 212 por ciento del PIB en 2002 al 344 por ciento en 2007. Todo ello como consecuencia del éxtasis que ha vivido el mercado de la vivienda.
No es de extrañar, pues, que el déficit por cuenta corriente, que representa la necesidad de financiación externa del país, siga aumentando mes a mes, y amenace ya con representar casi el 12 por ciento del PIB español a finales de año, duplicando el déficit de EEUU (5 por ciento del PIB) y multiplicando casi por diez el de la eurozona.
Por si fuera poco, toda esta debacle ha coincidido con el cierre del mercado interbancario mundial a raíz del estallido de la crisis subprime en EEUU. El grifo de la financiación crediticia española se ha cerrado, y sus efectos se notarán de un modo dramático tanto en familias como en empresas. Además, el exceso de liquidez generado de forma artificial durante los últimos años afluye ahora con intensidad hacia el mercado de materias primas, empujando al alza el precio del petróleo y de los alimentos. Es decir, inflación.
Por último, la previsible subida de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo (BCE), que sin duda no será la última, encarecerá aún más el coste de los créditos y, por lo tanto, el repago de la elevada deuda que acumulan las familias. La puntilla que corona o de la que, más bien, surge la tormenta es la depreciación del dólar y el consiguiente repunte del euro. La fortaleza de la moneda europea en nada beneficia a la ya de por sí deteriorada competitividad española. Sin un motor económico lo suficientemente fuerte como para sustituir al ladrillo, España se verá abocada a un mínimo de dos o tres ejercicios de crecientes dificultades.
Una particular travesía por el desierto que, lejos de terminar, acaba de iniciar su andadura. Si los primeros meses de la actual tormenta se asemejan ya a la recesión vivida en 1993, la crisis del petróleo de los años 70 será el espejo en el que, a partir de ahora, se verá reflejada la economía nacional.