La diferencia entre ambos es muy clara. Kioto sigue el modelo que, por ejemplo, impuso Franco a comienzos de su dictadura: el racionamiento, aquí impuesto sobre las emisiones de CO2. Se crean cuotas de emisión y se reparten como hacen los políticos las cosas. Y luego los distintos ministerios de industria obligan a las empresas a reducir su actividad lo suficiente como para cumplir con las cuotas. En realidad no se suele llegar a tanto, y no hay más que mirar a España, cerca de un 50 por ciento por encima de sus emisiones de 1990. Necesitaríamos diez Narbonas o un Lenin para ajustarnos a lo firmado.
El APEC, que acaba de renovar este fin de semana su acuerdo, sigue un modelo distinto. No pretende acabar con el desarrollo, sino fomentarlo; de ahí la histeria de los ecologistas en su contra. A la reducción de las emisiones por la tecnología y la eficiencia, parece ser su lema. Estados Unidos, con ese modelo, ha logrado mantener las emisiones desde 2000, mientras que Europa las ha aumentado notablemente.
El acuerdo prevé fomentar el desarrollo de tecnologías más limpias y su implantación tanto en economías punteras como en las más atrasadas (China). Y la conservación de sumideros de CO2; es decir, de los bosques que lo absorben durante la fotosíntesis. Puesto que la introducción de tecnologías está engarzada con el desarrollo económico y éste necesita al libre comercio como las plantas el CO2, el acuerdo del APEC firmado en Sydney declara que "el comercio abierto, la inversión y las políticas medioambientales son cruciales para extender las tecnologías de bajas emisiones". Para cuidar la Tierra hacen falta más medios, no menos. El desarrollo es el camino.