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Calles arias

Publicado en Libertad Digital

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En realidad, a los socialistas no les irritaba el hecho de que la calle fuera el cortijo particular de un político, sino que no fuera su cortijo. De la misma manera, uno puede recordar la avalancha de críticas, procedentes de la izquierda, que recibió Aznar cuando prometió "limpiar las calles" de pequeña delincuencia. Por lo visto, el socialismo siente una filia irresistible por el robo, los atracos y la intimidación. No es de extrañar, pues, que padeciera una acentuada urticaria cada vez que algún político prometía –aun para no conseguirlo– acabar con la criminalidad.

Combinando las dos filias de la izquierda (la propiedad pública de las calles y su pasión por la criminalidad) inferimos cuál será su obsesión con respecto a las calles: dominarlas para erradicar todo atisbo de libertad.

No debe extrañarnos, por tanto, que el insigne alcalde de Barcelona haya propuesto una nueva "Ordenanza para garantizar la convivencia" que articula el típico sistema represivo y neoinquisidor que tanto agradada a la izquierda.

Solamente el nombre de la ordenanza ya ilustra perfectamente la mentalidad socialista: pretende ordenar la vida de las personas a través de la dirección y del poder político. Como ya dijimos, para la izquierda sólo puede existir la sociedad como fruto de la consciente planificación del político. Los barceloneses necesitan de los mandatos coactivos de su ayuntamiento para poder convivir. O Clos o el caos; a pesar de que con la ordenanza vayan a sufrir a Clos y el caos.

El contenido del anteproyecto es francamente escalofriante y opresor. Clos quiere construir una ciudad de autómatas, de hombres grises sin personalidad ni vida propia. La izquierda odia las desigualdades, no puede tolerar la visión de ciudadanos con distintos modos de vida, con diferentes formas de comportarse. Fuera de casa, en la calle, en los espacios públicos, los ciudadanos deben mantener las formas, deben actuar conforme al estándar de "ciudadano catalán idealizado". Ninguna desviación resulta aceptable.

Por ello, ciertos grupúsculos de indeseables deben ser eliminados, al estilo de la antigua URSS. Y es que el único lenguaje que entiende la izquierda es el de la violencia, la coacción y la represión.

Mendigos y otros maleantes

La ordenanza castiga la mendicidad reincidente con multas de hasta 3.000 euros. Los socialistas no pueden consentir que en su burgo, en su Nueva Jerusalén, exista la pobreza. Al fin y al cabo, ¿no era misión de la izquierda erradicar las desigualdades y el hambre en el mundo? ¿Cómo puede ser que en la propia Barcelona, ciudad progresista por excelencia, haya gente menesterosa? Mejor será esconderla.

Así, las multas irán acompañadas de una reclusión en los centros sociales públicos con el objetivo de "reeducar". Quizá Clos piense que los mendigos barceloneses no han entendido los principios del socialismo militante; en lugar de pedir en la calle, deberían reclamar la subvención pública. Los cineastas españoles saben bastante de esto.

En realidad, con la reclusión estamos ante un intento deliberado por erradicar a los individuos "incómodos", de apartar a los mendigos de la sociedad. Los barceloneses deben ser pulcros y elegantes: no puede consentirse semejante afrenta a la buena imagen internacional de la ciudad.

Vagos y maleantes deben desaparecer del paisaje urbano e institucionalizarse, convertirse en parásitos del ayuntamiento, en una especie de nuevos esclavos; de nuevos juguetes con los que justificar el incremento del gasto social y de la intervención pública.

En lugar de expandir su libertad, de eliminar las restricciones legales que condenan a miles de personas a la pobreza –como es el caso del salario mínimo–, la izquierda sólo tiene en mente continuar con su dirigismo y planificación. No da para más.

La persecución del inmigrante

Ya explicamos en su momento por qué la retórica proinmigración de la izquierda está hueca. Los socialistas quieren hundir en la miseria a los inmigrantes para utilizarlos como ariete político. No les interesa que toda esta gente se asiente, se integre y se enriquezca: en ese caso, en lugar de demandar más intervencionismo, pasarían a clamar por una mayor libertad, de la que es enemiga la izquierda.

En este caso volvemos a comprobarlo. Muchos inmigrantes se ganan la vida dignamente vendiendo CD y DVD, satisfaciendo y amenizando la vida de muchos ciudadanos. Es un proceso típicamente capitalista: ambas partes salen beneficiadas de la transacción.

De manera similar, el PSOE irrumpe en esta transacción con un proceso típicamente estatalista: impedir las relaciones libres entre dos individuos. Tanto el cliente como el vendedor de los "top manta", por obra y gracia del alcalde de Barcelona, podrán ser sancionados con una cuantía de hasta 500 euros. Ya sabe: la próxima vez que le ofrezcan un CD asegúrese de que la policía del pensamiento y las buenas costumbres no esté cerca.

Los antiguos amigos del sexo libre

La actitud neoinquisitorial de la izquierda se demuestra, una vez más, en el caso de la prostitución. Al margen de la calificación moral que nos merezca tal dedicación, lo cierto es que los socialistas nos vendieron durante mucho tiempo una imagen abierta, "progre" y defensora del derecho de un individuo a trabajar en la prostitución. Sólo la derecha cavernaria, afirmaban, podía oponerse a la "libertad de la mujer" para utilizar su cuerpo como mejor creyera conveniente.

Lo cierto es que, en última instancia, la derecha liberal se ha mostrado mucho más respetuosa con las prostitutas –aun cuando considere inmoral su forma de ganar dinero– que la izquierda propagandística. Los liberales son conscientes de que cada persona es libre de hacer cuanto quiera mientras no dañe a los demás.

El PSOE, como es habitual en su tradición, parece no adherirse al valor de la libertad individual; prefiere la coacción colectiva. La ordenanza es clara: tanto la prostituta como el cliente podrán ser sancionados con 500 euros. Nuevamente, la izquierda vuelve a meterse en la cama de los ciudadanos. Cuando aún no hemos conseguido sacarla de nuestros bolsillos –de hecho, cada vez está más adentro–, sus ínfulas intervencionistas se dirigen a erradicar la intimidad y privacidad de los seres humanos. No es de extrañar, por tanto, que un colectivo de prostitutas de Barcelona haya tachado la ordenanza de "dictatorial". Dictatorial y totalitaria, con todas las letras.

¿Y las pancartas?

Las proclamas del "No a la Guerra" pasarán a la historia; al menos, eso parece deducirse de la prohibición de la "contaminación visual" que contiene la ordenanza. Carteles, pancartas y panfletos quedan prohibidos. Es evidente que la izquierda desprecia la libertad de expresión. Siempre lo ha hecho. La restricción del espacio radioeléctrico o el Estatuto del Periodista son dos pruebas más que evidentes.

Con esta ordenanza, además, se propone evitar la difusión de cualquier idea en las ciudades. Si un barcelonés quiere protestar contra su "excelente" ayuntamiento podrá ser sancionado con una multa de hasta 3.000 euros. De esta manera, el poder político pretende conseguir el silencio total y absoluto de la disidencia.

Por poner un ejemplo, los vecinos del Carmel no sólo serán ignorados, a pesar de la agresión política que sufrió su propiedad privada; tras esta ordenanza ni siquiera se les permitirá criticar que el Consistorio socialista los margine.

Se acabaron las buenas épocas liberales de los panfletos y los libelos. La izquierda, ante su analfabetismo ideológico, teme que la gente le lleve la contraria. Por eso pretende acallarla.

Conclusión

Los neoinquisidores utilizan una táctica enormemente eficaz: reprimir al ciudadano y recordarle que tanta coacción no tiene otra finalidad que conseguir su propio bienestar.

En realidad, nos encontramos ante otro intento deliberado por controlar todos los resortes sociales, eliminar la libertad de los individuos y subordinarlos al poder político. El socialismo es un movimiento neoinquisitorial que busca ajustar a todos los individuos en sus retorcidos moldes de comportamiento. Odia la desigualdad y, por tanto, la persigue.

Clos busca unas calles limpias de maleantes, desviados, degenerados subversores, gandules y pobretones. Unas calles arias, en definitiva. La ideología de la pureza racial trasladada a nuestras "obligaciones cívicas" en la vía pública. Nuestra mejor convivencia requiere que nos convirtamos en esclavos del Estado.

Ahora bien, no creamos que el antiliberalismo redomado de Joan Clos es la excepción entre nuestra clase política. Otros, en este caso del PP, no tan tardado nada en atribuirse la paternidad del engendro regulador. De hecho, quienes más han aplaudido el texto izquierdista en el ayuntamiento de Barcelona han sido los concejales del PP y los nacionalistas de CiU. Pocas esperanzas podemos tener en que los políticos protejan nuestra libertad, cuando son sus principales conculcadores.

Al fin y al cabo, como decía Hayek, socialistas los hay en todos los partidos; y me temo que, en España, defensores de la libertad no lo hay en ninguno.

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