¿Acaso alguien se ha parado a pensar cómo es posible que nueve terroristas armados hasta los dientes pudieran prolongar durante horas su carnicería a tiro limpio por las calles de París sin que nadie pudiera detenerlos?
Los horrendos atentados de París han vuelto a poner sobre el tapete el eterno debate entre seguridad y libertad. El presidente francés, François Hollande, apenas ha tardado 48 horas en declarar la «guerra» a los terroristas del ISIS, anunciando, además, la extensión del estado de emergencia durante un mínimo de tres meses y el refuerzo de las operaciones militares en Siria, así como una amplia batería de medidas legislativas y policiales, reforma constitucional inclusive, que recuerda mucho a la polémica Patriot Act aprobada en EEUU tras la masacre del 11-S.
Más allá de si éstas y otras medidas resultarán o no eficaces en la lucha contra el terror islamista, sorprende que hasta la fecha nadie haya planteado, ni en Francia ni en otros países europeos bajo amenaza, la necesidad de reformar la absurda y contraproducente restricción sobre las armas existente en buena parte de la UE.
¿Acaso alguien se ha parado a pensar cómo es posible que nueve terroristas armados hasta los dientes pudieran prolongar durante horas su carnicería a tiro limpio por las calles de París sin que nadie pudiera detenerlos? ¿Cómo es posible que al menos tres de estos salvajes lograran entrar en una sala de conciertos llena de gente sin resistencia alguna por parte de la seguridad del recinto y consiguieran atrincherarse en ella con decenas de rehenes totalmente indefensos? ¿Podría suceder algo similar en EEUU o Suiza, donde la libertad de armas está muy extendida, o en Israel, donde los mecanismos de seguridad privada están más desarrollados (guardias y vigilantes de locales van armados) y sus ciudadanos pueden acceder a armas de fuego en caso de riesgo terrorista?
Quizá este debate aún no haya surgido en buena parte de Europa debido al desconocimiento y, sobre todo, a la multitud de mitos y falacias que se han instalado en la opinión pública sobre el derecho a portar armas. Así, la respuesta habitual que ofrecen los prohibicionistas en cuanto surge esta cuestión es que facilitar el acceso de la ciudadanía a las armas aumentaría de forma exponencial la criminalidad y los asesinatos, ya que delincuentes y locos se harían con tremendos arsenales y acabaría habiendo tiroteos como los de EEUU, con su alta tasa de homicidios por arma de fuego.
El problema de tal argumentación es, en primer lugar, que la prohibición no afecta en absoluto a terroristas y criminales, que ya pueden hacerse con armas en el mercado negro, pero sí perjudica a millones de personas decentes y honradas que no pueden defenderse adecuada y eficazmente de sus ataques, con lo que sus vidas y haciendas quedan al albur del correcto funcionamiento de las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado, cuya reacción siempre se produce a posteriori, una vez que ya han sucedido los crímenes. En segundo lugar, y muy al contrario de lo que se piensa, EEUU es un país muy seguro, especialmente en los estados con menos restricciones para portar armas -incluso por la calle-, al igual que otros países donde la libertad de armas y, por tanto, el fundamental derecho a la autodefensa es ley.
La tasa de homicidios por arma de fuego en EEUU, excluyendo suicidios y accidentes, no ha dejado de caer desde los años 90.
En concreto, el número de asesinatos por esta causa ha bajado de 7 por cada 100.000 habitantes en 1993 a 3,6 en 2013, según un reciente estudio publicado por el prestigioso Pew Research Center.
Es decir, este índice se ha reducido a la mitad en los últimos 20 años y se sitúa en un nivel similar al de los años 50.
Sin embargo, la clave es que durante este mismo período el número de armas de fuego en circulación entre la población estadounidense, lejos de frenarse, se ha disparado. Los estadounidenses han comprado más de 170 millones de pistolas desde principios de los 90. Tan sólo en 2013 se estima que unas 16 millones de pistolas entraron en circulación en EEUU.
Igualmente, cabe señalar que, siendo uno de los países con mayor número de armas entre civiles, con casi 90 por cada 100 habitantes, no sólo los homicidios, también los crímenes violentos en general, como los robos y las violaciones, se han reducido a la mitad en EEUU en los últimos 20 años, según las estadísticas del FBI. Como consecuencia, la realidad, por mucho que le duela a la progresía europea, es que los norteamericanos gozan de un elevado nivel de seguridad.Los datos anteriores arrojan dos conclusiones muy importantes: la prohibición de armas en México no ha impedido un enorme incremento en la tasa de homicidios, mientras que el crecimiento de las armas en circulación en EEUU se ha traducido en un drástico descenso de asesinatos. Esto desmonta por completo el manido argumentario de los prohibicionistas.Mientras tanto, en el vecino México, donde existe una fuerte restricción a la compra legal de armas, los asesinatos han subido mucho durante el mismo período.Es decir, mientras que la posesión de armas aumenta de forma sustancial entre la población civil, la tasa de homicidios con armas de fuego se ha reducido a la mitad.
En concreto, EEUU ocupa el puesto 16 de la OCDE en cuanto a seguridad individual, con una nota media de 8,9 puntos sobre un total de 10, a la altura de países con mucha mejor fama en este ámbito, como Dinamarca o Alemania, y por encima de España, Francia o la tranquila Suiza, por poner tan sólo algunos ejemplos. Apenas el 1,5% de los estadounidenses admitió haber sido víctima de un asalto o robo en los últimos doce meses, una de las cifras más bajas del mundo desarrollado, e inferior al 3,9% de media que presenta la OCDE y al 4,2% de España.
Asimismo, conviene recordar que algunos países europeos, como Suiza o Finlandia, son mucho más flexibles en este ámbito, con cerca de 45 armas por cada 100 habitantes, y sin embargo también registran tasas de homicidios muy bajas -entre 0,4 y 1,5 por cada 100.000 habitantes-. Todo ello demuestra, una vez más, que la posesión legal de armas no es, en ningún caso, el factor determinante a la hora de explicar el mayor o menor número de asesinatos.
Por último, pero no menos importante, destaca el hecho de que la inmensa mayoría de los tiroteos públicos en EEUU que alcanzan relevancia a nivel mundial acontecen, curiosamente, en lugares donde está prohibido portar armas, como es el caso de colegios, universidades y otros espacios públicos, ya que es ahí donde el asaltante sabe que los presentes están indefensos. De hecho, muchos colegios se han empezado a replantear su política sobre la prohibición de armas a raíz de estas masacres, apostando así por entrenar y armar a parte de su profesorado para neutralizar a cualquier perturbado que intente entrar en el recinto con la intención de matar.
En Israel, por ejemplo, donde la convivencia con el terrorismo islámico forma parte del día a día desde hace décadas, existe control de armas para los civiles, pero cualquier ciudadano puede obtener legalmente una pistola en las zonas donde el riesgo de atentado es alto o cuya profesión está más expuesta a la amenaza yihadista. Prueba de ello es que la demanda de armas de fuego entre los israelíes se ha multiplicado por cuatro desde que los palestinos desataron la actual oleada de ataques terroristas con cuchillos.
¿Por qué nadie se plantea una medida similar en Francia, España y el resto de países amenazados por Estado Islámico? ¿Qué sentido tiene que no nos podamos defender frente a un ejército de radicales islamistas cuyo objetivo prioritario es la población civil? Es evidente que, ante semejantes matanzas, es necesario mejorar y reforzar los servicios de Inteligencia y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para prevenir, localizar y atrapar a los potenciales terroristas que campan por Europa, pero eso no justifica que los gobiernos nos impidan protegernos por nuestros propios medios.
El Gobierno español proveía de escoltas y permiso de armas a los civiles amenazados por ETA. En la actualidad, es toda la población, sin distinción, la que está bajo la diana de los islamistas. No abrir el debate sobre la libertad de armas y el derecho fundamental a la autodefensa constituye no sólo una irresponsabilidad, también una gravísima imprudencia que, por desgracia, tan sólo beneficia a los delincuentes, en general, y a los bárbaros yihadistas, en particular. Frente al terrorismo, libertad de armas.