Los fallos del mercado parece que autorizan a cualquiera a decir cualquier cosa.
Fernando Collantes, profesor de Economía de la Universidad de Zaragoza, publicó un artículo en El Diario Montañés hace unos meses con este título perentorio: «Salvar el sector lácteo». Es revelador del pensamiento único este lenguaje buenista y colectivista: hay que “salvar” un “sector”, como si todos sus integrantes fueran seres humanos, iguales en dignidad y en derecho al socorro.
El artículo empezaba así:
La situación de la cadena láctea es tan crítica que los políticos se han visto forzados a hacer algo que en principio evitan: ¡actuar!
Es una declaración asombrosa, considerando el profundo y profuso intervencionismo de las autoridades nacionales y de la Unión Europea en esta actividad, y en muchas otras, en las que no hacen más que actuar y actuar. Normalmente, eso sí, porque su absurdo y oneroso intervencionismo genera unos problemas que no pueden arreglar sin aún más intervencionismo. Lógicamente, esa cadena no resuelve nada, pero el pensamiento único celebra con frecuencia el logro de “la paz” con el “sector”. Esto normalmente significa que el consumidor/contribuyente se ve forzado a pagar más, en beneficio de los políticos que se presentan como abnegados estadistas cuando en realidad están castigando a la población en beneficio de grupos pequeños, pero bien organizados y dispuestos en ocasiones a acciones violentas en perjuicio, otra vez, de los ciudadanos.
Lo curioso del caso es que el profesor Collantes afirma: “La teoría microeconómica está básicamente del lado de los ganaderos y sus reivindicaciones”. ¿»La teoría»? ¿Toda?
El que se pueda decir una cosa así sugiere debilidad en la teoría, esencialmente porque los fallos del mercado parece que autorizan a cualquiera a decir cualquier cosa. Don Fernando asegura que la culpa es de los supermercados, pero no aconseja aumentar las subvenciones:
Cuanto más subvencionen los poderes públicos a los ganaderos, más podrán apretar las industrias y los supermercados a estos últimos.
La solución –¿cómo no se nos había ocurrido antes?– es fijar el precio de la leche. “¿No existen leyes que fijan un salario mínimo para cualquier trabajador? ¿Por qué no, entonces, algo parecido para el precio de la leche?”. Toma ya, teoría microeconómica. Esta la conclusión del profesor:
En otras palabras, aceptemos un poco menos de libertad de mercado a cambio de una mayor cohesión social.
Impresionante la retórica: aceptemos y cohesión, como si de verdad se tratara de una institución de la sociedad civil, y no de la coacción política sobre esa misma sociedad; y, naturalmente, es a cambio de, como si la violación de la libertad y los derechos de los ciudadanos fuera asimilable a cualquier otra transacción.
Y dice que eso lo avala «básicamente» la teoría microeconómica. Pues no está nada claro, don Fernando. Sin ir más lejos, puede usted empezar con el análisis que hizo Juan Ramón Rallo aquí mismo, en Libertad Digital.