Skip to content

Lo que sí une a Podemos y a Trump

Publicado en El Confidencial

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Tanto Podemos como Trump utilizan el populismo —la construcción de un relato falaz y maniqueo que concluya en el advenimiento redentor de un caudillo mesiánico— como estrategia política.

Las crisis económicas son periodos en los que la producción agregada de un país se hunde: y con el hundimiento de la actividad también tiene lugar una contracción generalizada de los ingresos (rentas salariales y del capital) que perciben sus ciudadanos. En las crisis, por consiguiente, hay una enorme cantidad de damnificados que constituyen el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de un movimiento político populista que los aglutine.

Al cabo, el populismo, en la canónica definición de Albertazzi y McDonell, es:

«Una ideología que enfrenta a un pueblo virtuoso y homogéneo contra un conjunto de élites y ‘otros’ colectivos peligrosos a los que acusa de arrebatar los derechos, los valores, la prosperidad o la voz que le corresponden a ese pueblo soberano».

A saber, la estrategia política del populismo pasa por lograr que las ‘víctimas de la crisis’ desarrollen una conciencia unitaria de grupo mediante la construcción de un relato maniqueo en el que su pauperización se presente como el resultado de la conspiración de algún antagonista bien identificado. Para el populismo de izquierdas —populismo clasista—, ese antagonista son los ricos: son ellos los que han medrado a costa de empobrecer a los trabajadores; para el populismo de derechas —populismo nacionalista—, el antagonista son los extranjeros: son ellos los que se infiltran en nuestro país (inmigración o importaciones) para arruinar a las compañías patrias (condenando al desempleo a sus trabajadores y a la ruina a sus empresarios).

La identidad del enemigo cambia, pero la estructura de la narración es la misma: un colectivo homogéneo de víctimas enfrentado a unos verdugos perfectamente determinados que les quitan aquello que les corresponde por derecho. Es ahí donde entra la presunta función social del partido populista emergente y la urgente necesidad de encumbrarlo al poder: solo desde el poder estatal se puede catalizar ‘el cambio’ en favor del grupo pauperizado y en contra del contubernio antagonista. Los populistas de izquierdas prometen trasladarles los costes de la crisis a los acaudalados —impuestos sobre las rentas altas y los grandes patrimonios—, mientras que los populistas de derechas advierten de que harán lo propio con los extranjeros —deportación de inmigrantes y rearme arancelario para proteger a la industria nacional de la competencia ‘desleal’ exterior—.

Por eso, porque la estructura del relato es la misma, la politización del ‘sufrimiento’ que Podemos le reprochaba recientemente a Donald Trump

«Trump usa sufrimiento creado por la crisis para construir proyecto basado en el odio, y no en defender los DDHH» @pbustinduy #Bustinduy24h

es calcada a la ‘politización del dolor’ que hace poco más de un mes reivindicaba Pablo Iglesias para llegar al poder:

«Debemos politizar el dolor, que el dolor se convierta en propuestas para cambiar la realidad» @Pablo_Iglesias_#DesafíosPodemos

Por supuesto, y como ya he indicado, el objetivo de las fobias de ambos no es el mismo: el populismo de derechas a lo Trump carga contra mexicanos, chinos y musulmanes; el populismo de izquierdas a lo Podemos carga contra rentas altas, ahorradores y empresarios. Tampoco las políticas planteadas son precisamente análogas: el populismo de derechas propone más impuestos y más regulaciones contra mexicanos, chinos y musulmanes; el populismo de izquierdas propone más impuestos y regulaciones sobre rentas altas, ahorradores y empresarios. De hecho, es totalmente coherente que el populista de izquierdas sienta un profundo desprecio hacia el populista de derechas y viceversa, aunque a la hora de la verdad los dos se fusionan en su radical rechazo hacia la globalización: para el populista de izquierdas, la globalización es la responsable de que la fortuna de los ricos esté aumentando a costa de explotar a los pobres del Tercer Mundo; para el populista de derechas, la globalización es la responsable de que los ricos apátridas se deslocalicen al Tercer Mundo o contraten dentro de sus países a inmigrantes baratos, dejando sin empleo a los obreros nacionales (por ejemplo, Bernie Sanders es un populista de izquierdas que emplea parte de la retórica de un populista de derechas).

Pero por mucho que los populistas de izquierdas y de derechas se desprecien en casi todos los asuntos salvo acaso en el de la globalización, los dos concuerdan en un aspecto esencial ya mencionado: no apuestan por medidas realistas y sensatas que permitan acelerar la salida de la crisis mejorando la situación efectiva de los damnificados, sino por cebar el resentimiento general hacia ciertas minorías sociales globalmente inocentes para así poder instrumentar electoralmente la frustración de los perdedores netos de la crisis.

Nótese, a este respecto, que no estoy afirmando que todos y cada uno de los miembros que componen esas minorías sociales demonizadas por el populismo sean inocentes: en cualquier colectivo social más o menos extendido podremos hallar manzanas podridas que serán convenientemente aireadas como paradigma de la corrupción intrínseca de ese colectivo. A saber, entre mexicanos y musulmanes, a buen seguro que podremos encontrar a delincuentes, terroristas o traficantes de drogas, sin que ello signifique que la totalidad, o la mayor parte, se ajuste a semejante descripción y merezca sufrir la sanción salvífica prometida por el populismo de derechas. Asimismo, entre capitalistas y empresarios, a buen seguro hallaremos casos obscenos de estafadores, corruptores y élites extractivas, sin que ello implique que todos cumplan con tales características y que, en consecuencia, merezcan sufrir la penitencia prometida por el populismo de izquierdas. Lo que sí afirmo es que el populismo, de izquierdas y de derechas, juega la carta de criminalizarlas en su conjunto.

En definitiva, es comprensible que Pablo Iglesias, o cualquier miembro de Podemos, se moleste cuando se los compara con Donald Trump: Podemos no es xenófobo —al contrario, aboga por una mayor acogida de inmigrantes— y Podemos no es nacionalista —aunque a veces abusen de la retórica patriotera—. A su vez, el programa económico de Trump es en muchísimos aspectos —no en todos— la antítesis del de Podemos. Sin embargo, en un sentido específico, no está justificado que la formación morada se rasgue las vestiduras por semejante comparación: tanto Podemos como Trump utilizan el populismo —la construcción de un relato falaz y maniqueo que concluya en el advenimiento redentor de un caudillo mesiánico— como estrategia política; es decir, tanto Podemos como Trump exacerban y canalizan el odio de las víctimas de la crisis hacia personas inocentes con el único propósito de alcanzar el poder.

Más artículos

Trump 2.0: la incertidumbre contraataca

A Trump lo han encumbrado a la presidencia una colación de intereses contrapuestos que oscilan entre cripto Bros, ultraconservadores, magnates multimillonarios y aislacionistas globales. Pero, este es su juego, es su mundo, él es el protagonista.