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El “socialismo democrático”, la nueva amenaza

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Su crítica al capitalismo no hace prisioneros, y sus propuestas concretas apuntan a un control total de la economía por parte del sistema político.

El último país de América del que podríamos pensar que iba a albergar un movimiento político bajo el epígrafe “socialismo democrático” es el de los Estados Unidos. Y, de hecho, seguramente es el último junto con Canadá. Pero el caso es que ha llegado, y en dos sencillos pasos puede llegar a la primera magistratura del país. 1) El movimiento Democratic Socialists of America logra que sea su candidato el que se enfrente a Donald Trump en 2020. 2) Aunque presentasen a otro Donald, en este caso el pato, ganaría el Partido Demócrata porque los estadounidenses se han dado cuenta de que Trump va a arruinar al país y lo va a conducir a una dictadura.

La verdad es que no están claros ninguno de los dos pasos. Especialmente el segundo. Se daba por hecho que la elección presidencial se iba a realizar en las primarias del Partido Demócrata si Trump llegaba al final de su mandato y se volvía a presentar. Pero eso no está nada claro. El presidente, a pesar de sus abracadabrantes fallas como candidato, poco a poco va afianzando su base electoral.

Sobre la primera cuestión, es cierto que el grupo DSA tiene un discurso propio, y es también cierto que la mitad o más de los millenials, según las encuestas, tiene una visión positiva del término socialismo. Pero por un lado el stablishment demócrata es un hueso demasiado duro como para roerlo en un par de dentelladas, y por otro no sólo votan los menores de 40 años.

Lo cierto es que el movimiento Democratic Socialists of America, que a finales de 2017 tenía sólo 5.000 afiliados, casi ha multiplicado por diez su militancia y ha encontrado una rutilante estrella en la neoyorkina Alexandria Ocasio-Cortez. El pasado mes de julio se impuso al candidato oficial en las primarias demócratas para el 14 distrito de Nueva York. De modo que, sin resquicio a la duda, será un nuevo miembro de la Cámara de Representantes en las elecciones de noviembre de este año.

Todo lo que se diga de Ocasio-Cortez es poco. Recientemente acudió a una manifestación de taxistas para denunciar, en una agitada arenga, cómo el capitalismo, o la competencia, estaba arruinando sus vidas. Cuando terminó, se alejó en un flamante coche de Uber. Servicio en el que el año pasado se dejó más de 4.000 dólares.

Ocasio-Cortez no lo tiene fácil. Presume de provenir de la clase menos acomodada de la sociedad estadounidense, que es la máscara oficial de los socialistas en el baile político, pero como Ramón Espinar, la verdad es la contraria. El ejercicio de la política es un poco como el del periodismo, que obliga a la persona a ser experta en todo, y eso es imposible. De modo que podemos perdonarle que reconozca, ante la comprobación de su pavorosa ignorancia en materia de relaciones internacionales, que es un tema que en realidad no controla. O podríamos hacerlo, esto es, si no fuera esa la materia en la que ha cursado sus estudios.

Ha adquirido esa retórica de la denuncia lanzada con una contenida indignación y con el apoyo de los datos que tan querida es para los socialistas de todos los partidos. Los líderes de Podemos están todos cortados por el mismo patrón. El problema es que su indignación es tan falsa como los datos que la acompañan.

En una ocasión, por ejemplo, la nueva lideresa del socialismo norteamericano dijo que 200 millones de estadounidenses, el 40 por ciento de la población, ganaba 20.000 dólares al año o menos. En el mundo de Ocasio-Cortez ese ingreso debe de ser algo risible, no parece ser consciente de lo que es la verdadera pobreza. Aparte del hecho de que en los Estados Unidos no hay 500 millones de personas, sino unos 328. Su grado es, en realidad, en Economía y Relaciones Internacionales. Y si de lo segundo ofrece una abundante ignorancia, no es menos generosa en lo primero, y confunde conceptos fundamentales como, por ejemplo, cómo se contabiliza el paro.

Y, sin embargo, es toda una celebridad. Lo cual da una idea de que realmente hay un hueco importante para el socialismo-democrático, tal como lo propone este movimiento, ya que es capaz de lanzar a la fama a una candidata con tantas carencias.

Uno sólo tiene que pasearse por la web Democratic Socialists of America para comprobar que lo que proponen, sí, es el socialismo de siempre. Nada más entrar a la página, en la imagen de portada, se puede ver a un trasunto de Karl Marx. Como su discurso. En su último editorial se asume el lenguaje marxista sin complejos.

Lo que proponen no es la socialdemocracia, aunque sus mensajes enlatados en los medios de comunicación, con las menciones a la sanidad y la educación públicas y a los países nórdicos, es lo que sugieren. Pero no es eso en absoluto. Su crítica al capitalismo no hace prisioneros, y sus propuestas concretas apuntan a un control total de la economía por parte del sistema político.

La socialdemocracia no propone eso, sino permitir que el capitalismo nos siga enriqueciendo, y extraer de él una parte importante de la nueva riqueza para repartirla entre los políticos, y lo que sobre entre los votantes. Pero ni siquiera eso define lo que ha ocurrido en los países nórdicos.

Como ejemplo, está el de Suecia. Suecia se hizo rica manteniendo durante casi un siglo, de 1879 a 1960, unas instituciones con una baja fiscalidad y con una regulación económica muy amable. Suecia, además, se mantuvo alejada de las dos guerras mundiales. El “socialismo democrático” de Suecia duró cuatro décadas, y el fracaso fue tan rotundo que desde comienzos de los años 90’ se ha seguido el camino contrario, aunque para ello haya tenido que salvar las resistencias de los intereses creados. Llevan tres décadas huyendo a duras penas de la socialdemocracia, y en ciertos aspectos Suecia, como otros países nórdicos, están más avanzados en el liberalismo que muchos otros países europeos.

Su modelo, en realidad, es otro. El del socialismo que ha llegado al poder por medio del voto. Salvador Allende es el primer ejemplo que nos viene a la cabeza, Y fue sustituido por una dictadura cuando Allende estaba implantando la suya propia. En Chile falló el socialismo democrático, pero no lo ha hecho en Venezuela, ya que el régimen puesto en marcha hace dos décadas sigue en pie, cada vez más socialista y, por tanto, menos democrático. Daniel Ortega está construyendo el socialismo democrático a tiros en las calles, y con el apoyo de haber prohibido a los partidos de la oposición presentarse a las elecciones.

El socialismo democrático es un imposible, y si el movimiento de Ocasio-Cortez y Bernie Sanders triunfa, veremos el mayor asalto a la democracia estadounidense desde Abraham Lincoln.

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