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Propaganda y gasto público, la fórmula (de fracaso) de Pedro Sánchez

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Es el fracaso de la política como un juego de ajedrez con el electorado.

Da la impresión de que sólo a la derecha le puede aburrir el ejercicio del poder, y que eso es lo que le ocurrió a Mariano Rajoy. Y es así, por el agotamiento ante tanto “lío”, como Rajoy permitió que Pedro Sánchez llegase al poder. Sánchez, por su parte, encabeza una coalición heterogénea cuya principal misión es la voladura controlada del régimen actual y, en última instancia, de España.

Hacer la revolución desde unas instituciones democráticas es un fastidio. Tienes que renovar el favor del pueblo a mitad del proceso, y todos sabemos que el pueblo puede llegar a ser muy desagradecido. El gobierno de Sánchez, además, ha llegado al poder a mitad de legislatura, por lo que los plazos le apremian. Y, todo ello, al frente de un akelarre parlamentario en el que se conjuran unos contra los otros, y todos contra PP y Ciudadanos. Hay que reconocer que el presidente no lo tiene fácil.

Sánchez ha comenzado la revolución por el lado simbólico, con el meneo del cadáver de Franco, y ni siquiera lo ha logrado por el momento. Aún le quedan otras dos estrategias para salir adelante.

La primera es la propagandística. Sánchez comenzó asombrando a propios y extraños con la elección de un plantel de ministros sobre el que cayó una riada de elogios. Ese ministronauta. Borrell, el azote de los nacionalistas. Calviño jr, que viene de manejar las cuentas de la Comisión Europea. Grande, Marlaska. Máximo, Huerta. Y Margarita Robles, que es tan simpática y tan independiente que todos nos vemos tan obligados a elogiarla, aunque en realidad nadie ha sabido decirme por qué. Pero ahí está.

Luego resultó que Huerta y Duque han recurrido a fórmulas legales para acercarse a un fin tan encomiable como pagar los menos impuestos posibles, algo que atenta contra el severísimo criterio moral de Pedro Sánchez. Severo, pero flexible, pues ha dejado caer al primero, pero no al segundo. Borrell dice que Cataluña es una nación. Valero, ministra de Empleo, reconoce que no sabe de economía. La ministra portavoz tiene graves problemas al expresarse. Y la de Energía dice que acabará con el combustible que mueve la mayoría de los coches. Montón recibe un máster sin tener claro ni la Universidad que se lo otorga. Montero es Montoro. Y Delgado, la “2” de Garzón, mientras era Fiscal en ejercicio, escucha de un policía corrupto que ha creado una red de prostitución para extorsionar a jueces y políticos, y ella lo sanciona con unas risas.

No le ha salido bien, pero la estrategia de convertir al Gobierno en una agencia de comunicación ha continuado sin descanso. Han tomado el control de RTVE con la mano ejecutora de Rosa María Mateo, la periodista independiente que pidió el voto para el PSOE en 2011. Y han puesto a un humorista, José Félix Tezanos, al frente del CIS. Iván Redondo, el Karl Rove hispánico, ha jugado con el maniquí Sánchez, poniéndole gafas oscuras en un avión o haciendo de Miss Marple en La Moncloa. Por el momento, ningún esfuerzo parece dar sus frutos. De hecho, ya lo han adelantado el presidente y la vicepresidenta Calvo, el Gobierno está pensando en cercenar la libertad de expresión, un método socialista de control de daños.

Le queda la otra estrategia, que es la más potente: la de regar a sectores enteros de la sociedad española con dinero público. En dos semanas ya había aumentado el gasto público en 2.500 millones de euros, casi 54 euros por español, o 214 para una familia de cuatro. Nada en comparación con lo que la conjunción social podemita planteaba para el presupuesto. Sánchez planteaba un aumento para este año de 5.230 millones. Y 2019 iba a convertirse en una fiesta del gasto público, de haber salido adelante su proyecto presupuestario.

Como en todas sus iniciativas políticas, ésta también ha terminado en fracaso. No puede aprobar los presupuestos, ya que el Partido Popular tiene mayoría en el Senado, y ha podido bloquear la propuesta presupuestaria del Ejecutivo. El Senado ha recibido todo tipo de descalificaciones por medio de Podemos, que la califica de ser poco democrática. Es la última incorporación por parte de Podemos a nuestro país de la política de Maduro, que ha anulado al Parlamento venezolano (Asamblea Nacional).

El Senado no sólo no es democrático, sino que en cierto sentido lo es más que el Congreso. El periodista Federico Jiménez Losantos, en su programa matutino, cometió el pequeño error de decir que ambas Cámaras se eligen de igual forma. Eso no es así, ya que en el Congreso los electores sólo pueden elegir dónde se cortan las listas propuestas por los partidos políticos, mientras que la elección en el Senado es nominal, y puedes votar a candidatos de partidos distintos.

El Grupo Parlamentario Socialista intentó una treta que consistía en colar un by-pass del derecho de veto del Senado en un proyecto de reforma de la Ley del Poder Judicial, pero la Mesa del Congreso, con los votos de Partido Popular y Ciudadanos, lo ha impedido. Este hecho, que una Cámara pueda frenar la iniciativa de la otra, no sólo no es un error del sistema, sino que es una de sus características más positivas. Algo que estaba escondido en el juego de mayorías de la política bipartidista, y que ha emergido con el billar a cuatro bandas de hogaño.

Propaganda y reparto de dinero con subida de impuestos. ¿Qué puede fallar? Ha fallado todo. Por un lado, los ministros son como minas de la acción de gobierno. Y por otro, la política de regalías del Gobierno choca con una oposición eficaz y con presencia en las instituciones, y con una crisis económica que ya se apunta, y que parece que será grave.

Es el fracaso de la política como un juego de ajedrez con el electorado. El de la concepción de la ciudadanía como una masa estúpida y manipulable, y el ejercicio del poder como una suerte de auto perpetuación. Sánchez ha sido moderado, quizás porque acaba de llegar, y ha mostrado su disposición a estar en el machito doce años, hasta 2030, pero no descartaría que sus ambiciones fueran mucho más allá. Quizás haya llegado el momento de hacer política de verdad. Pero para eso Sánchez no vale.

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