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En la muerte de Lee Kwan Yew

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Que la muerte de uno de los políticos más destacados del último medio siglo haya pasado prácticamente desapercibida en España nos da una idea del grado de aldeanismo y cultura política de nuestros medios.

Hace un par de semanas fallecía Lee Kwan Yew: el arquitecto del moderno Singapur. Que la muerte de uno de los políticos más destacados del último medio siglo haya pasado prácticamente desapercibida en España nos da una idea del grado de aldeanismo y cultura política de nuestros medios. Ha contribuido también al silencio seguramente que Lee haya sido uno de los políticos menos políticamente correctos de esta era posmoderna y que haya demostrado cuán falsos son prácticamente todos los mantras con los que nos bombardea diariamente la progresía.

Frente a los que argumentan que es imposible salir del círculo vicioso de la pobreza y que los pobres permanecen pobres y lo son cada vez más, el moderno Singapur pasó del tercer al primer mundo en tres décadas. Hoy, Singapur quintuplica la renta media per cápita mundial, colocándose fácilmente como uno de los países más prósperos de la Tierra por encima de Alemania o Francia –no digamos nada de la antaño rica Argentina-.

Tampoco el soniquete del presupuesto público muy alto como garantía de buenos servicios e infraestructuras sale mejor parado. Con un gasto público de alrededor del 18% del producto interior bruto y un impuesto sobre la renta con un tipo marginal máximo del 20% aplicable a partir de 320.000$ (una renta de 60.000$ paga alrededor del 5% de tipo medio), la Administración de Singapur pasa por ser la más eficiente del mundo y no parece que ni infraestructuras ni servicios públicos estén más desatendidos que en los países que gravan a sus ciudadanos de forma salvaje.

Educación, sanidad y pensiones son financiados a través de un Fondo constituido con aportaciones sociales obligatorias sin que en ningún caso el Estado tenga que contratar legiones de empleados públicos para la prestación de tales servicios.

El ejemplo de Singapur hace aparecer como ridículos los argumentos de que la globalización, el comercio internacional, la inversión extranjera y los empresarios son los enemigos de la prosperidad. Algo que hasta los jerarcas del Partido Comunista de China más o menos indisimuladamente reconocen.

Lee Kwan Yew, es verdad, tuvo una forma paternalista de gobernar –por ejemplo exhortaba a los ricos a no caer en la soberbia y a los pobres a no ceder a la envidia- y no siempre tolerante. Cuando Nixon visitó el país en los años 70 recibió la siguiente confesión. “Nosotros no dejaremos que unos jóvenes melenudos nos disloquen el país como a ustedes”. La oposición comunista fue duramente aplastada y la libertad de expresión ha estado como mínimo bajo vigilancia. En este campo, Hong Kong es sin duda un paradigma superior. Pero que nadie en Europa o Estados Unidos mire con prepotencia. Aquí existen también legislaciones orwellianas en el campo del lenguaje sancionado como admisible. Aquí se persigue también el consumo y la tenencia de las más variopintas sustancias –desde el tabaco a los estupefacientes-. Y aquí el secreto bancario es sólo un añorado recuerdo: a día de hoy, la administración monitoriza hasta la más mínima transacción económica o financiera. 

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