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La praxeología en una caja de bolas

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La principal característica distintiva entre la teoría económica dominante (ya sabéis que me gusta llamarla mainstream) y la teoría austriaca, y que posiblemente sirva para explicar todas las demás diferencias, es la metodología. Me refiero al método utilizado para contrastar, no tanto para desarrollar, las hipótesis formuladas.

El punto de partida en ambos casos es el mismo: la observación de los fenómenos económicos. O sea, que en ambos casos se parte de una observación empírica que el científico tratará de explicar, para lo cual formulará diversas hipótesis. La cuestión metodológica diferencial entre la escuela Austriaca y el mainstream es cómo contrastar tales hipótesis.

Pues bien, en el mundo mainstream se piensa que la teoría económica es, o debería ser, como las ciencias naturales. Por tanto, el contraste de la hipótesis se habría de hacer con experimentos. Como esto no es posible en general en las ciencias sociales[1] (¿cómo reproducir completamente las condiciones iniciales?), sus procedimientos pasan por acumular datos históricos más o menos relevantes al caso, y aplicar técnicas econométricas para buscar parámetros que los relacionen. Ni qué decir tiene que esto presenta muchos problemas epistemológicos, a los que muchos grandes autores se han referido y sobre los que no procede que yo aquí me repita, y que todos tienen el mismo origen: el motor de la economía es el ser humano, y el ser humano es esencialmente cambiante, por lo que no hay forma de asumir la permanencia en las relaciones entre las distintas variables económicas, algo que sí ocurre en las ciencias naturales.

Conscientes del punto al que me acabo de referir, la escuela austriaca utiliza un enfoque metodológicamente opuesto. Dado que es el individuo la causa última de los fenómenos económicos, el contraste de las hipótesis se hace por deducción lógica desde una verdad inicial axiomática: “El individuo actúa”. Digamos que el economista austriaco propone un desarrollo lógico a partir de tal premisa para explicar el fenómeno observado, y el contraste consiste en examinar que no haya errores en el proceso lógico explicitado. Si no se detectan errores, la hipótesis queda verificada y tenemos una teoría. El problema de la teoría así desarrollada es, por supuesto, que no puede ser ni validada ni refutada por las observaciones empíricas. O sea, es cierta pase lo que pase, lo que no le gusta a la gente científica.

¿Es esto una debilidad o una fortaleza de la praxeología (que así se llama la metodología que acabo de describir)? Para unas cosas una fortaleza, para otras una debilidad, como casi todo en esta vida. Esta metodología aleja a la teoría económica de las ciencias naturales, lo que para muchos es malo al perderse el contraste con la realidad; pero la acerca a otras disciplinas igualmente prestigiosas, como las matemáticas y la lógica, ambas, por cierto, fundamentales para el desarrollo de las ciencias naturales.

En efecto, las matemáticas también son una ciencia apriorística, que no requiere observaciones para su contraste. Todas las matemáticas están implícitas, por así decirlo, en nuestra mente. Si no las conocemos, no es porque no existan ya, sino porque aún no las hemos desarrollado.  ¿Qué motiva el desarrollo de las matemáticas? Pues muchas cosas, pero no es la menor de las cuales el hecho de que nos sirvan de herramienta para tratar con fenómenos físicos complejos.

Cuando uno estudia topología, por ejemplo, se encuentra con construcciones de difícil aplicación práctica. ¿Para qué sirve hablar de bolas cerradas, conjuntos conexos o conjuntos compactos? Yo no lo sé. Pero luego resulta que muchas de estas cosas terribles (para el estudiante de Cálculo) se desarrollaron, por ejemplo, para poder estudiar mecánica cuántica. Los ejemplos son irrelevantes: lo importante es que esas construcciones preexistían en nuestras cabezas, y si no habían aflorado era porque nadie se estaba planteando el estudio de partículas invisibles en el núcleo de otras partículas menos invisibles. Y lo cierto es que  nadie ha exigido de esas matemáticas que sean contrastadas con las observaciones reales.

Exactamente lo mismo ocurre con la praxeología: toda está ya en nuestra mente, pero solo lo afloramos cuando necesitamos explicar un fenómeno económico. Sin embargo, por razones que tampoco me entretendré en apuntar, a la praxeología sí se le exige un contraste continúo imposible para afirmar su validez. Y con esto llego ya a la caja de bolas, que creo me permitirá ilustrar con claridad el problema que apunto.

Partimos de una hipótesis matemática (que sabemos que es verdad, al menos cuando se expresa en números con bases superiores a 5[2]): 2+2 = 4. Vamos a contrastarla empíricamente. Para ello, tomamos una caja opaca, con su tapa. Metemos primero dos bolas en la caja. A continuación, metemos otras dos. Finalmente, abrimos la caja. Y resulta que al abrir la caja, solo hay tres bolas.

¿Alguien diría que el experimento ha invalidado la hipótesis? Por supuesto que no: todo el mundo acepta que 2+2=4 y por muchas veces que este “experimento” salga mal, aunque saliera mal absolutamente todas las veces, seguiremos sabiendo que 2+2=4 y buscaremos explicaciones alternativas para el hecho de que al final del proceso solo haya 3 bolas. Quizá una se ha caído, quizá no la metiste, quizá no la has visto. Todos sabemos que algo extraño ha pasado, y que 2+2 siguen siendo 4. 

Pues, por increíble que pueda parecer, es lo mismo que ocurre con la teoría económica desarrollada por medio de praxeología. Cualquier análisis que se haga sobre, por ejemplo, la subida del salario mínimo interprofesional demuestra que ceteris paribus se incrementará el desempleo. Eso es así, no hay posible discusión, es una verdad implícita en nuestros cerebros y bien implícita está, pues posiblemente la raza humana se hubiera extinguido hace muchos años sin esta verdad implícita, lo mismo que lo hubiera hecho si hiciera mal las sumas.

Si ante una subida del salario mínimo se observa que se crea más empleo (en terminología de caja de bolas, que solo hay 3), uno no debería dudar del teorema de arriba (pues 2+2 siguen siendo 4), si no preguntarse qué ha pasado para que dicha subida haya coincidido con un incremento en la creación de empleo. De ello es inmediato saber que el empleo hubiera crecido aún más si no se hubiera subido el salario mínimo, y, en esencia, que el salario mínimo destruye empleo, algo que a la mayor parte de la gente le parece mal.

Pero claro, esto es lo que no aceptan los economistas mainstream, ni los políticos, porque en ambos casos sus posibilidades de actuar para mejorar el “bienestar social” quedarían reducidas a su mínima expresión, y el chanchullo revelado. Y es que los políticos no necesitan científicos ni ciencia, solo necesitan cortesanos que les digan lo que quieren oír. Y me temo que para esto no valen ni las matemáticas ni la lógica, ni tampoco la praxeología.


[1] Conviene no olvidar aquí la llamada economía experimental, en que se realizan observaciones de laboratorio sobre el comportamiento económico de los individuos. Creo que los resultados pueden en muchos casos ser esclarecedores, máxime si se emplean técnicas que permiten la interacción de grupos grandes de personas, pero en ningún caso permitirán contrastar las hipótesis con un nivel por así decirlo “científico”.

[2] Hago esta puntualización para anticiparme a los listillos que puedan decir que, por ejemplo, en base 3, 2+2 = 1.

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