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Una revolución desde el poder

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Parecen estar de acuerdo la mayoría de los historiadores en que en la Rusia de 1917 convergieron varios procesos que habían venido discurriendo paralelos hasta entonces, y que fueron esenciales para facilitar una revolución sin ellos altamente improbable. Dichos procesos son, según el resumen que hace Nicolas Werth en el “Libro Negro del Comunismo”, concretamente en el capítulo titulado “Un estado contra su pueblo: violencia, represión y terror en la Unión Soviética”:

  • La confrontación entre los campesinos y los grandes terratenientes, que no se resolvió sino algunos lustros después, con la derrota total de los labradores no por los latifundistas, sino por un Estado que ocupó la posición de éstos.
  • La paulatina decadencia de un ejército cada vez más desmotivado y con unos soldados cada vez menos patriotas.
  • Una “clase”, la de los trabajadores industriales, cada vez más activa y reivindicativa.
  • Un proceso de emancipación e independencia de las diversas “naciones” integradas bajo el imperio zarista.

Para Werth cada uno de dichos movimientos discurrió por su propio camino, con sus dinámicas y objetivos específicos y particulares, irreductibles a los simplistas eslóganes bolcheviques. Aún así, todos fueron catalizadores esenciales para destruir las instituciones tradicionales y erosionar sus formas de autoridad, creando un vacío de poder hábilmente colmado por la minoría bolchevique.

En lo que no se ponen de acuerdo los historiadores es en si el origen de dichos procesos fue natural o artificialmente creado. Si fue natural, la providencial fortuna de unos revolucionarios profesionales que estaban, en su mayoría, fuera del país -y viviendo, suponemos, del aire-, apenas un año antes, fue antológica.

Llama la atención ver en la prensa, a diario, que en nuestro país los mismos cuatro procesos están cobrando cada vez más fuerza: un campo cada vez más acogotado por un Estado supuestamente ecológico; un ejército con material que no sirve ni para ser enviado a la guerra de Ucrania, con unas fuerzas y cuerpos de seguridad que están siendo sistemáticamente humillados, además de utilizados contra la población en virtud de unas decisiones abierta y oficialmente inconstitucionales, como fueron los estados de alarma; una bandera y una historia, la nuestra, cada vez más denostadas, vilipendiadas y falseadas; unos nacionalismos cada vez más exacerbados, alimentados artificialmente por una clase parásita que llama al odio y a la confrontación y que crea problemas de convivencia donde tradicionalmente no los había; y una gran crisis en ciernes, alimentada por decisiones económicas y financieras miopes y estúpidas cuando menos, que podría -sólo podría- ser en su caso utilizada por una clase política demagoga para atizar un supuesto “odio de clase” e implementar decisiones “más valientes… y revolucionarias”.

 A todo eso hay que añadirle hoy, además, una campaña perfectamente diseñada desde hace décadas, financiada desde lo supuestamente público, y dirigida a pervertir el orden natural, las instituciones tradicionales y las costumbres; unas redes sociales y unos medios de comunicación omnipresentes, censores y monocolor; y una sociedad civil que está… de vacaciones.

Desconozco si el origen de los procesos en la Rusia de principios del siglo XX fue artificial o espontáneo, aunque tenga mi opinión. Basta leer los periódicos para entender que los de ahora están siendo dirigidos desde el poder. Se podrá discutir si es por maldad o por estupidez, pero sólo tenemos que ponernos de acuerdo en eso; el origen -artificial- es evidente. Los bolcheviques de antaño rellenaron, con su “revolución”, un supuesto “vacío de poder”. Los de ahora van a tener que colmar un erial oceánico; en lo demás, más de lo mismo.

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