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Que viene el lobo

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Llevamos años viendo cómo, en las redes sociales, analistas e inversores famosos llevan prediciendo la “gran crisis de nuestra vida”; desde Ray Dalio a Jim Rogers pasando por Robert Kiyosaki o Harry S. Dent, entre otros. La quiebra de la china Evergrande, la adquisición de Credit Suisse por UBS, o los problemas con los bancos regionales americanos, personificada en el Silicon Valley Bank, no fueron sino “pruebas” de lo que estaba por ocurrir, pero que todavía no ha ocurrido.

La deuda

Los problemas de deuda de los gobiernos occidentales (y las tesis de Rogoff y Reinhart en Esta vez es distinto: Ocho siglos de necesidad financiera), pandemias, guerras, tensiones y amenazas geoestratégicas, los cambios de paradigma económicos, las decisiones de nuestros políticos -con apuestas por tecnologías y formas de vida antieconómicas-… Todo ha llevado a que muchos cenizos lleven/llevemos años asustados, agarrotados casi, temiendo la llegada de un “Godot” al que seguimos esperando.

Y, mientras, las principales bolsas occidentales no han hecho sino subir: de los 3.300 puntos del S&P 500 de justo antes de la pandemia (febrero de 2020), a los 5.600 de la actualidad (por no hablar de la subida de 9.700 a 17.500 del Nasdaq Composite en el mismo período -con picos de 18.600 hace sólo un par de meses-); casi nada. La subida ha sido tan “loca” que los gestores value se las ven y se las desean para batir a los índices. Y es que todo parece subir, y subir, como si no hubiese un mañana.

Los últimos sustos de agosto han vuelto a poner a mucha gente nerviosa: “ahora ya sí”, gritan, aunque parece -quizás sea un error mío de apreciación- que no con tanta convicción, quizás por miedo a volver a estar viendo visiones. Y puede sea verdad, puede que ahora “sí que sí”. Pero debemos ser prudentes.

Políticos y burócratas

No voy a entrar a analizar sesudas cuestiones de económicas, pero sí quiero poner el acento en un par de factores que no siempre se recuerdan, pero que son fundamentales:

En primer lugar, están los políticos y burócratas, con el inmenso poder que tienen, al controlar los boletines oficiales de los estados y los bancos centrales. Evidentemente, no disponen de la piedra filosofal, pero sí de unas herramientas, sobre todo las monetarias, que les permiten, si así lo consideran, estirar el chicle mucho más de lo que uno se podría esperar. Y con políticos y burócratas no podemos olvidar tampoco a los grandes jugadores del mercado, quienes a lo mejor no pueden imponer decisiones políticas y/o monetarias -al menos directamente-, pero sí pueden intervenir en el mercado con un fuerte patrimonio -suyo o gestionando el de otros-,  respaldando su actuar.

En segundo lugar, está el comportamiento de la gente, de por sí impredecible (al menos con certeza absoluta). Tendemos a considerarnos racionales. Si lo fuésemos, anticipar nuestras acciones sería pan comido. Pero la Ciencia y el sentido común nos repiten, machaconamente, que no lo somos tanto. La Economía Conductual lleva ya décadas hablándonos de los sesgos. Y no es, ya que el consumidor no sea tan racional como nos habían vendido, es que, según Daniel Kahneman (en su Pensar rápido, pensar despacio) tampoco lo es el empresario.

Daniel Khaneman, George Soros

No muchos tenemos presente, por ejemplo, el artículo con el que el citado Premio Nobel, junto con su colega Amos Tversky, destacaba sus hallazgos sobre la perspectiva del emprendedor (Teoría de la perspectiva. Un análisis de la decisión bajo riesgo). Halla este trabajo que los empresarios actúan a partir de sus “percepciones” -con los sesgos sistemáticos que correspondan-, no necesariamente a partir de la realidad. Se basan en sus propios modelos subjetivos, llenos de errores, puras creencias. Recordemos lo que decía Platón de las opiniones y creencias, que para él no eran conocimiento. Y es verdad que los autores citados nos hablan de los sesgos negativos, de los sesgos pesimistas adaptativos; pero también recuerdan los sesgos positivos, de los que sufren los amantes del juego cuando “están en racha”.

Y en tercer lugar, quiero mencionar la Teoría de la reflexividad de George Soros (en la que se centra, entre otros, en su libro La alquimia de las finanzas o en El nuevo paradigma de los mercados financieros). Los mercados no tienden necesariamente a ningún equilibrio, como nos han querido enseñar; las personas, según el autor húngaro, basan sus decisiones -como ya adelantábamos más arriba- en sus percepciones y no en la realidad; pero no sólo eso: sus propias elecciones influyen en la situación, de forma que “ideologías” basadas en premisas falsas puedan transformar la realidad. Una suerte de la “paradoja del observador” de la Física, aplicado a las ciencias sociales.

El peso de la realidad

Por todo ello es por lo que no siempre ser un inversor “contrarian” es tan rentable, por muy bien captada que se tenga la realidad. Muchas veces dedicarle más horas que nadie a ver variables o situaciones “reales” que los demás no ven, no garantiza el éxito en la inversión. El mercado es creado por las personas con sus decisiones diarias. Analizar el volumen de deuda, o la inflación real, las malas decisiones políticas o los cisnes negros que se adivinan en el horizonte, como bombas hipersónicas contra las que no parece haber escudo ni defensa posibles, abstrayéndonos del “sentir general”… no es suficiente si olvidamos lo más importante: a quienes fijan los precios con sus decisiones diarias.

La realidad es tozuda, y se acaba imponiendo, porque de donde no hay suficiente, no se puede sacar, al menos eternamente. El problema es que, si el chicle se estira más de lo esperado, pueden habernos salido canas antes de que se rompa de tanto estirar. Y el inversor tampoco es inmune al sesgo. Sólo faltaría que de tanto gritar advirtiendo que viene el lobo, sin que aparezca -aunque seguramente esté agazapado a las puertas-, nos cansemos y vayamos a dormir, inconscientes, justo antes de que venga.

Ver también

Una teoría alternativa del ciclo económico. (Álvaro Martín).

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