El pasado 19 de septiembre celebramos el aniversario, catorce años ya, de la muerte de José Antonio Labordeta. Un día de tristeza, por su muerte, pero también de alegría, porque, pese a que hayan pasado unos cuantos años, su legado sigue vivo. Este es el segundo año que el 19 de septiembre es todavía más triste, ya que llevamos dos años sin Emilio Lacambra y sin su Casa Emilio, donde, aunque faltara Labordeta, siempre estaba presente el espíritu del «abuelo».
Emilio Lacambra y Josemari Tomás ya no reciben a Labordeta, Joaquín Carbonel o Eloy Fernández Clemente en la esquina de la Avenida de Madrid con el Paseo de María Agustín de Zaragoza. Sin embargo, esa esquina sigue siendo el rincón del recuerdo, de las anécdotas, de las jotas tras alguna copa de más en la cena y, sobre todo, de las largas despedidas frente al Palacio de la Aljafería.
El Labordeta político
Ese mismo palacio, sede de las Cortes de Aragón, que acogió el inicio en la política profesional de José Antonio Labordeta después de haber escrito más de quince libros y otros tantos discos.
Un inico en la política profesional con 64 años, lo que le aportaba dos ventajas competitivas respecto a cualquier otro parlamentario. Por un lado, poder aportar su experiencia y sabiduría. Por otro lado, dada su edad, no necesitaba la política para vivir, lo que le ofrecía una independencia con la que no cuentan aquellos que dependen de la disciplina de partido.
Un momento especialmente admirable y emotivo en su carrera fue durante la precampaña de las elecciones de 2004 a las Cortes Generales, cuando una cena recaudó aportaciones voluntarias, y una subasta ayudó a financiar parte de la campaña electoral de Chunta Aragonesista. Una forma de financiación lejos de Una muestra más de que Labordeta nunca entró en política para aprovecharse del esfuerzo ajeno.
Cuentos de San Cayetano
Eso de ayudar a los demás en lugar de aprovecharse del esfuerzo ajeno le viene de familia. Hablaba de los recuerdos en Casa Emilio, pero no menos entrañables son los recuerdos de la plaza de San Cayetano, también en Zaragoza y que propiciaron el libro «Cuentos de San Cayetano», al lado de donde nació Labordeta y de donde se ubicaba el Colegio Santo Tomás de Aquino, fundado y dirigido por su padre, Miguel Labordeta Palacios, al que sucedieron en la dirección sus hermanos, Miguel y Donato Labordeta.
Miguel Labordeta Palacios, como recoge Santiago Sancho Vallestín en «Grabado en la mente», “fue un enamorado de la cultura: estaba convencido de que solamente a través de ella podrían los más humildes alcanzar un cierto bienestar que les permitiera vivir con dignidad”. Este amor al conocimiento y ayudar a los más humildes a través del conocimiento es lo que le llevó a crear un colegio privado.
El colegio, fundado en 1929 durante la dictadura de Primo de Rivera, pudo sobrevivir de manera independiente a regímenes como el de Primo de Rivera, Dámaso Berenguer, la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo, gracias a su carácter privado. Siendo presidente de Aragón, Marcelino Iglesias y consejera de educación, Eva Almunia, tuvo que cerrar en 2006. Gracias a su carácter privado, permitió que muchos profesores brillantes, que en la educación pública no habrían disfrutado de tanta libertad, desarrollaran su labor docente, como el propio Eloy Fernández Clemente, José Sanchis Sinisterra o José Antonio Rey del Corral.
Un somarda
Labordeta era aragonés y, por lo tanto, un somarda. O un somarda y, por lo tanto, aragonés. Somarda es una de esas palabras imposibles de definir. Se es o no se es, pero no se puede intentar ser somarda. Y, cuando estás ante un somarda, sientes que estás ante un somarda. Pero es imposible definir somarda. Que en los últimos años hayan dirigido dos aragoneses (Pedro Laín Entralgo y Fernando Lázaro Carreter) la RAE y siga sin recoger su diccionario, pese a recoger más de 750 aragonesismos, este término es una muestra de su complejidad.
Lo más parecido que he encontrado a una definición de somarda es una frase que recoge la «Breve antología universal del humor aragonés» de José Luis Cano, que dice que “el somarda es quien descoloca al interlocutor. O quien lo coloca en su sitio, que viene a ser lo mismo” o, la definición que hace Guillermo Fatás afirmando que un somarda es alguien “quien luce espíritu socarrón y con retranca, o sea, intención oculta, a menudo para mofarse de alguien y hacer ver algo, pero como sin querer”.
«Mu flojico, abuelo, mu flojico»
La clave, como indica Fatás está en el “pero como sin querer”. Luis Alegre ilustra la somardía cuando narra:
La anécdota me la contó, hace muchos años, José Antonio Labordeta. La estrella de la historia era Luis Buñuel. Acababa de estrenar una de sus obras maestras y el mundo se había rendido a su inmenso talento. Un día vino a Zaragoza a ver a su madre. Vivía en el Paseo de la Independencia 29, en el mismo edificio del Heraldo. Entonces, al lado de esa casa, Buñuel se encontró con un antiguo compañero de los jesuitas, al que hacía siglos que no veía. Su amigo le saludó, eufórico: «¡Hombre Luis, qué alegría verte! ¿Pero qué haces por aquí? Oye, que me he enterado de lo de tu película. Ya la he visto: mu flojica ¿eh?».
Al contarla resultaba imprescindible emplear, con la entonación precisa, la expresión «mu flojica», tan castiza: si en lugar de «mu flojica» se decía «muy floja», la historia perdía buena parte de su encanto.
[…]
La anécdota se jaleó mucho en algunos restringidos ambientes. Pero José Luis Borau me reveló que la figura de ese episodio no era Luis Buñuel sino José María Forqué, el director zaragozano responsable, entre otras muchas películas, del clásico Atraco a las tres. En una cena, Forqué le dijo a José Luis: «Vuelvo poco a Zaragoza y no sé para qué. El otro día que fui me paró un amigo por la calle para decirme que mi última película era muy mala».
Una tarde, en una charla, coincidí con Borau y Labordeta. Borau le aclaró al Abuelo que el rey de la anécdota era Forqué. Labordeta se echó a reír: «Ya lo sé, José Luis. Pero es que con Buñuel tiene mucha más gracia».
El himno de Aragón
Con Buñuel tiene mucha más gracia. Igual que con Labordeta. Algo parecido pasa con el himno de Aragón. El Boletín Oficial de Aragón publica la Ley 3/1989 de 21 de abril, en el que se recoge el himno de Aragón. Un himno con música de Antón García Abril (autor, entre otras muchísimas canciones, de la banda sonora de Los santos inocentes y El hombre y la tierra, de Félix Rodríguez de la Fuente) y letra de Ildefonso Manuel Gil, Ángel Guinda, Rosendo Tello y Manuel Vilas. Ahí es nada.
Ese himno lo es porque lo que dice una ley, pero nadie lo utiliza. En cualquier reunión de amigos, en cualquier fiesta de cualquier pueblo o ciudad de Aragón o de su zona de influencia, el himno que se entona es el Canto a la Libertad. Una canción que se ha convertido en el himno de forma espontánea, por aclamación popular y no porque lo diga una ley.
Todos los años, cuando el alcalde (o alcaldesa) de Zaragoza sale al balcón antes del pregón de las fiestas del Pilar, siempre recibe un abucheo generalizado tanto de los que le han votado como de los que no. Una especie de memento mori que rememora lo que en el imaginario popular fue el antiguo juramento de los reyes de Aragón. Que sea cierto, o no, (hay trabajos que lo niegan), el juramento de los reyes de Aragón, recoge la esencia de las monarquías hispánicas: el poder lo ostentan los individuos y lo ceden al rey y no al revés:
Nos, que somos y valemos tanto como vos, pero juntos más que vos, os hacemos Principal, Rey y Señor entre los iguales, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades; y si no, no.
Con Labordeta tiene más gracia
Entre todos los pregones y abucheos que he presenciado, el más notable fue el de 2017, pocos días después del golpe de Estado, que contó con el apoyo, entre otros, del entonces alcalde de Zaragoza. Desde un planteamiento simplista, el abucheo podría plantearse como un acto de “fango” de la derecha españolista. Sin embargo, desde ese mismo planteamiento, se podría decir que esa misma derecha españolista serían también opuestos a Labordeta. Pero, cuando empezó a sonar el Canto a la Libertad, se acabaron los abucheos. Y empezaron las Fiestas del Pilar.
Parafraseando a Gabriel Sopeña cuando habla de Mauricio Aznar en Al este del Moncayo,
Labordeta no es de los de izquierdas, ni de los de derechas, ni de los españolistas, ni de los no españolistas. Labordeta es un artista aragonés universal que pertenece a todos. Y lo que definió su espíritu fue colaborar con todo el mundo, siempre, sistemáticamente, con todo aquel que tuviera talento. Además de su insolencia, que era una virtud que lo definía muchísimo.
Por eso, un himno de Antón García Abril puede estar bien. Pero un himno es algo más que lo que diga una ley. Un himno debe ser una institución espontánea. De forma espontánea suena en nuestras cabezas Antón García Abril cuando vemos un águila con una cabra. Pero, también de forma espontánea, cuando pensamos en el himno de Aragón, suena Labordeta.
Porque, con Labordeta, tiene mucha más gracia.
Ver también
De himnos, pitos y prohibiciones. (Gonzalo Melián).
1 Comentario
Me parece lamentable que desde aquí se blanquee al Labordeta político, que aprovechó la simpatía que tenía entre los aragoneses para traicionarles apoyando a Zapatero.