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Se cumplen ahora dos años de la prisión preventiva contra el comunista Pedro Castillo por su intento de golpe de Estado. El 7 de diciembre de 2022, este ilustre personaje de sobrero pomposo que no sabe apenas leer (y es maestro) intentó disolver el Congreso por las bravas y autoproclamarse dictador (gobernando por decreto) con unas infundadas acusaciones de golpismo.

No era tema baladí. La Constitución peruana, la de 1993 y redactada por Fujimori, ordenaba que, tras la elección presidencial, el presidente debía presentar un candidato a primer ministro ante el Congreso (Perú es un sistema unicameral). En caso de no conseguir la mayoría, el presidente podría disolver la Cámara y convocar elecciones anticipadas. Ahora bien, esto únicamente podría hacerlo una vez en todo su mandato (cinco años). El primer candidato fue Guido Bellido, reconocido homófobo. Como la votación no salió adelante, la segunda candidata fue Mirtha Vásquez, que había sido presidente del Congreso y del ala más moderada del partido marxista-leninista.

Cuatro meses después, Vásquez dimitió alegando diferencias con el presidente. El siguiente fue Héctor Valer, con un meteórico mandato del 1 al 8 de febrero, del que tuvo que renunciar acusado de tener la mano muy larga con la mujer y la hija. Fue sustituido por Aníbal Torres, el cual duró hasta el 25 de noviembre, todo un récord comparado con sus predecesores. Hasta el 7 de diciembre, día del intento de golpe de Estado, el cargo estuvo vacante. Pedro Castillo intentó nombrar de nuevo a Torres tras disolver la Cámara, pero la rápida reacción del Congreso, destituyéndolo por incapacidad moral, dieron al traste con sus planes. En total, Castillo nombró a 78 ministros en 495 días de gobierno, un ejemplo de la inestabilidad política del país.

Fernando

El azar quiso que esta efeméride haya coincidido con la batalla de Ayacucho, la última del proceso independentista americano, el 9 de diciembre de 1824. Por aquellas fechas, los pocos realistas, o leales a la Corona absolutista de Fernando VII, repuesto en el trono de tal forma tras la invasión de la Península por los Cien Mil Hijos de San Luis, apenas pudieron resistir la falta del envío de tropas, capitulando ante una República que se había proclamado ya tres años antes, pero que no contaba con el control efectivo de todo el territorio.

En un primer momento, la reciente independencia de las repúblicas hispanoamericanas, aunque había un Imperio Mexicano al principio, fue tremendamente próspera. Por ejemplo, los quince primeros años de la naciente nación mexicana la convirtieron en la más próspera del mundo. Esto no se terminará de decir lo suficiente: el lugar más rico de este planeta a comienzos del s.XIX era la reciente América independizada. Esto se acaba, por ejemplo, en México con el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), en el que México perdía más de la mitad de su territorio en favor de unos boyantes Estados Unidos.

Pero lo más conocido de Castillo a este lado del Atlántico fue por sus insultos a España, al rey o a cualquier cosa que recordara a los peruanos que una vez fueron ricos durante su toma de posesión. No es cuestión ahora de recordar todas las imprecisiones históricas que Pedro Castillo cometió, con el consiguiente disgusto al darse cuenta de su apellido, sino en cómo se puso la venda antes de la herida: la culpa de su infame e inestable gobierno la tuvo un tipo que, aliado con otros indios, derrocó el poder político dominante para establecer un sistema de mestizaje.

Vicente

Sin embargo, Pedro Castillo no inauguró este hecho. Andrés Manuel López Obrador, AMLO para los amigos, nieto de un inmigrante cántabro, hizo lo propio durante todo su mandato. Para la posteridad queda cuando exigió al rey Felipe VI pedir perdón por la conquista que los antepasados de López Obrador llevaron a cabo hace cinco siglos. Esta es otra cuestión que tampoco se repetirá lo suficiente: la conquista de América fue llevada a cabo en su mayor parte por indígenas aliados con los españoles. Esa imagen de barcos españoles descargando soldados frente a unos desvalidos indígenas para imponer el neoliberalismo salvaje está totalmente alejada de la realidad.

No, los problemas de Hispanoamérica son de ahora. Más concretamente, de una clase política corrupta a más no poder, de una guerra contra las drogas absolutamente inútil (Colombia es el paradigma) y de una falta de acumulación de capital como consecuencia de diversos factores, desde la cultura hasta el sistema fiscal.

No obstante, los dirigentes americanos han encontrado la forma de exculpar sus gestiones ya desde el día de sus tomas de posesión: echar la culpa a quien llegó a esas playas hace cinco siglos y de los que descienden, les guste o no. Algo que Castro ya empezó explotando, sólo que contra Estados Unidos, que está más cerca y que existe desde hace menos tiempo. Pero, como la canción ya suena demasiado, ahora había que buscar a alguien que, desde la imposibilidad de defensa por la distancia temporal, no pudiera defenderse de tales ataques. Pizarro, Colón o Cortés son buenos candidatos.

Ver también

El retorno del populismo en América Latina. (Mateo Rosales).

El agotamiento de la nueva ola populista. (Mateo Rosales).

La final del mundial. (Cristóbal Matarán).

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