Manuel Azaña (1880-1940) es el político español del siglo XX del que más se ha escrito, con excepción de Franco (1892-1975). Su protagonismo en la IIª República española coincidió con los años más trágicos de la historia española del siglo XX. Líder republicano indiscutible entonces, no es sencillo conocer su pensamiento, incluso el político, porque, en general, siempre ha resultado difícil separar al personaje de su trayectoria durante la República (1931-1936) y la Guerra Civil (1936-1939). Sucede con casi todos los estudios sobre él, incluso biografías, que habitualmente lo estudian en función de su faceta de gobernante republicano, casi en exclusiva, sin profundizar mucho en su trayectoria, ideas y pensamiento.
Intelectual, ¿liberal?, burgués
Alguna vez Azaña se autodefinió como “un intelectual, un liberal y un burgués”. Y fue un intelectual y sin duda un burgués. Sin embargo, hay dudas de que alguien con un temperamento tan dominante fuese un liberal. Temperamento mostrado en los modos empleados en su acción de gobierno (1931- 1933), o en su oposición durante el bienio radical-cedista (1933-1935), o en su segundo y terrible mandato como Primer Ministro, entre febrero y mayo de 1936 y, después, como presidente de la República (1936-1939). En lo relativo a su pensamiento, tampoco puede decirse que fuese un liberal, como otros de su generación. Y no fue un teórico político que dejase textos doctrinales, expresivos de su ideología y pensamiento.
Doctor en Derecho, se dedicó a la Función Pública, desde 1910, en el entonces Ministerio de Gracia y Justicia, mas su gran vocación fue la de escribir. Como escritor, aunque poseyó talento, tuvo muy poco éxito. Le faltó quizá genio creador. A cambio, fue un gran narrador de hechos y situaciones de su época. Sus Diarios personales, sobre los acontecimientos de su vida en la República y la Guerra Civil, es su obra más célebre. En ellos, el autor se muestra brillante y mordaz, con un estilo sobrio y ameno que conforma el más notable dietario político de cualquier personaje destacado del siglo XX, español o extranjero. Pero, igual que sus discursos políticos, no son obras literarias exactamente y no los concibió como tales.
Esa fama de sus Diarios, facilita también estudiar a Azaña en función sólo de su trayectoria política en el periodo republicano. Su pensamiento no está principalmente ahí. Está más en algunas otras obras que, además, en lo literario, superan a los Diarios. Se trata de las quizá mejores obras de Azaña: Vida y obra de D. Juan Valera (1926), con la que ganó el Premio Nacional de Ensayo de 1926, el discurso Tres Generaciones del Ateneo (1930), y La Velada en Benicarló (1939). Las tres poseen también intencionalidad política y, una de ellas, Tres Generaciones del Ateneo, el discurso con el que inauguró el curso ateneista 1930-1931, cuando fue presidente de esa Docta Casa (1930-1932), es quizá su texto más leído.
El papel de Joaquín Costa
Joaquín Costa (1846-1911), gran teórico del regeneracionismo, tuvo mucha influencia en la generación intelectual de Azaña, la Generación de 1914 (en la que también figuran Ortega y Gasset y Madariaga), orientando su pensamiento político y su visión de España. Costa ejerció una notable influencia en él, especialmente en su pensamiento político y en su concepción de España. El regeneracionismo también lo compartieron los noventayochistas, y hasta los conservadores (Maura, Primo de Rivera y Franco) y muchos otros tras el desastre del 98. Era el dolor profundo por “la patria muerta”, el “patriotismo del dolor” que decía Ortega, ante el desengaño ante la decadencia, la derrota y la corrupción.
La influencia de Costa en Azaña requeriría precisiones y matices, pues reelaboró el costismo desde su propia experiencia y su particular visión del mundo. Ateneista desde 1900, Azaña coincidió allí con Costa en 1900 y 1901, cuando éste preparó y publicó su Oligarquía y caciquismo (1901). Costa, ya en el republicanismo, desarrollaba entonces sus últimas campañas políticas. Azaña tomó de él su crítica a la Restauración, su denuncia del caciquismo y la oligarquía, y su desconfianza hacia las élites políticas y su dudosa capacidad para mejorar el país. También su preocupación por la educación (“escuela y despensa”) como instrumento para regenerar España. Y, asimismo, tomó también el “Cirujano de Hierro”, que practicase la necesaria cirugía férrea para “modernizar” España, con una intervención radical para eliminar cualquier obstáculo. Un cirujano que quizá soñó con ser él.
La influencia de Francia
La segunda influencia, quizá la más importante, fue Francia. Entre 1911 y 1912, estuvo becado un año en París por la Junta de Ampliación de Estudios, viaje que influyó mucho en su formación. En esa primera visita, le impresionaron profundamente la historia, la literatura y las instituciones francesas: Azaña siempre consideró la cultura francesa como el “hogar común” y la “casa materna” de las personas cultas de raza latina, y la IIIª República Francesa un modelo de estado a imitar. Al iniciarse la Iª Guerra Mundial (1914), lideró las campañas a favor de los aliados y fue corresponsal de guerra en Francia, visitándola de nuevo. Contactó entonces con el radicalismo republicano francés, liderado por Clemenceau (1841-1929). Y, entre 1919 y 1920, junto con Cipriano Rivas Cherif, residió en París unos meses.
Azaña creyó encontrar en Francia el gran referente cultural, histórico y político, para orientar el impulso regeneracionista hispano y abordar la terea de modernizar la “caduca”, “atrasada” y “enferma” España. Francia representaba, el éxito en la modernidad en la que España había fracasado. Más aún, consideró a España y a su trayectoria en la modernidad un fracaso y hasta un error históricos.
En 1913, retornado de Francia, firmó junto con, entre otros, Ortega y Gasset, Salvador de Madariaga, Fernando de los Ríos, Luis de Zulueta o Américo Castro, el Prospecto de la Liga para la Educación Política. Fue una iniciativa del “posibilista” Partido Reformista de Melquiades Álvarez (1864-1936), al que Azaña se afilió ese año, igual que Ortega y Gasset o Madariaga. Azaña permaneció en el Partido Reformista hasta su pase al republicanismo, durante la Dictadura de Primo de Rivera. También, entre 1913 y 1920, fue Secretario Primero del Ateneo, donde se hizo notar por su más que enérgico carácter.
Su pensamiento se fundó en el regeneracionismo y en un “afrancesamiento” frecuente en España desde el siglo XVIII. Doble visión negativa de España y su historia y sobre las dificultades para la modernización nacional. Esas tesis negativas se difundieron mucho tras el desastre del 98. Entonces, Costa propuso echar doble llave al sepulcro del Cid; en 1920, Valle Inclán (1866-1936), en su célebre drama Luces de bohemia, dice que la historia de España era una “grotesca deformación de la civilización europea”. En 1922, Ortega y Gasset publicó su España Invertebrada, ensayo de éxito que contiene afirmaciones, arriesgadas y algunas muy erróneas, sobre aspectos esenciales de la historia hispana, para fundamentar sus tesis sobre la debilidad tradicional de las élites españolas. Y, en 1923, Primo de Rivera quiso ejercer de cirujano férreo.
Un pesimismo español
Pocos intelectuales han expresado mejor la visión negativa de España como Azaña. Lo hizo en varias ocasiones, pero de modo rotundo en noviembre de 1930, en Tres Generaciones del Ateneo que, pese a su título y aunque se refiera a él, no versa sobre el Ateneo. Es una reflexión sobre España y su historia, anticipada en Vida y Obra de D. Juan Valera, en la que anunció el programa que aplicaría si llegaba al poder. Un discurso importante, tanto por lo que dijo, como por quién lo dijo y desde dónde lo hizo: en el casi centenario Ateneo, a un mes de la sublevación republicana de Jaca (diciembre de 1930) y a cinco meses de la proclamación de la IIª República (abril de 1931).
En su discurso, Azaña impugnó al Ateneo liberal y las dos primeras generaciones ateneístas (1835-1900), análogamente a cómo impugnó la Restauración y toda la trayectoria seguida por España en el siglo XIX, que singularizaba en la del Ateneo liberal. Pero su impugnación iba más lejos del rechazo de la Restauración, para conformar una auténtica impugnación, en su conjunto, de España y de su historia, casi desde los Reyes Católicos. A su juicio, la España surgida a finales del siglo XV había sido un “error histórico” a suprimir, pues no era posible corregirlo: así, dijo que “En el estado presente de la sociedad española, nada puede hacerse de útil y valedero sin emanciparnos de la historia”, por ser nuestra tradición, sobre todo el catolicismo, incompatible con la modernidad.
Azaña también condenó el siglo XIX español, la dinastía Borbón y los reyes Austrias y, ya en el paroxismo, condenó toda la tradición española. Para Azaña, la historia de España era esa grotesca deformación de la cultura europea que denunciaba Valle Inclán. Condena que extendía a los liberales del XIX y a la generación de la Restauración (la segunda generación del Ateneo), a la que acusó de pusilánime e inconsecuente, por “resignarse” a tolerar los restos del Antiguo Régimen, heredados de la tradición, y por su renuncia a conducir la “revolución burguesa” a sus últimas consecuencias. Descalificación que ya había lanzado en Vida y Obra de D. Juan Valera.
Así, afirmó que “Hace un siglo, los revolucionarios liberales se empeñaron en demostrar que su revolución restauraba instituciones arcaicas: Toreno, Argüelles, Martínez de la Rosa, el propio Martínez Marina y otros expositores del liberalismo español, torturan la tradición para autorizar su obra política” (la Constitución de 1812 y el desarrollo liberal del siglo XIX). Una situación que, a juicio de Azaña, no había mejorado nada en el XIX pues, en referencia a Costa, añadió que “En tiempos modernos, un apóstol, casi un mártir de la regeneración española, estaba también poseído del mismo afán. (…). (…) el morbo histórico estraga (…) a la sociedad española.
Y concluyó diciendo: “si me preguntan cómo será el mañana, respondo que lo ignoro; además, no me importa. Tan sólo que el presente y su médula podrida se destruyan”. Es decir, consideraba que el tema principal de su tiempo era destruir toda la tradición hispana, política y cultural, y hasta la propia herencia liberal del siglo XIX que, para él, eran elementos, no sólo prescindibles, sino los principales lastres que impedían la modernización nacional. No siendo corregibles, su eliminación requeriría seguramente la “cirugía de hierro” propuesta por Costa.
Un sueño de destrucción y regeneración
Azaña estaba convencido de que el principal objetivo de la IIª República no era establecer un régimen político estable y aceptable en términos democráticos, culminación del liberalismo seguido desde 1812. No; su principal prioridad fue acabar de raíz con la España de su tiempo y con toda su tradición (cultural, política y religiosa), pues eso, para él, era el mayor obstáculo para modernizar el país. Le sucedía como lo que se achacó al líder radical francés Clemenceau, que amaba mucho a Francia, pero aborrecía a la gran mayoría de los franceses. Azaña pudo haber sido un liberal, como Madariaga, pero nunca lo practicó o, como se ha dicho, quizá lo daba por supuesto (¡!), aunque nunca lo ejerciese.
Sus afanes de “regeneración nacional” le inspiraron, en 1931, un intento de recreación de la revolución francesa, adaptada a la España de su tiempo, mediante la IIª República. De ahí su empeño, con premuras reformadoras (reforma militar, agraria, educativa, religiosa, etc.), sin concesiones y con modos autoritarios (Ley de Defensa de la República), en hacer tabla rasa del pasado para “reconstruir” desde cero una nueva España, “liberada”, al fin, del pesado lastre de sus prescindibles historia y tradición. Aunque debe decirse que muchos de los proyectos de Azaña estuvieron bien concebidos y Franco los utilizaría después en su largo mandato. Por ejemplo, los Nuevos Ministerios de Madrid, las reformas educativa y agraria, planes hidrológicos, etc.
Años después, revisaría su actitud, entre la auto-reivindicación y el desengaño, en La Velada en Benicarló (1939). También revisó ahí la trayectoria republicana seguida desde el 14 de abril de 1931 y, muy especialmente, la seguida durante la guerra civil. Lo hizo en tonos amargos y muy críticos, aunque nunca para sí mismo, al igual que sucede en sus Diarios.