Una nueva guerra ¿tibia?

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Hace unas semanas, los mercados internacionales se despertaron repentinamente con una especie de histeria colectiva por el lanzamiento de la plataforma DeepSeek, una herramienta más dentro de lo que se ha convertido en un verdadero portafolio de usos comunes de la llamada inteligencia artificial. No fue extraño escuchar comentarios apocalípticos sobre la supuesta victoria china en la nueva carrera tecnológica. Sin embargo, con el paso de los días, muchos comenzaron a llamar a esta nueva herramienta un “momento Sputnik”: es decir, un adelanto temporal en una carrera de largo alcance, que no implica una victoria duradera para quien lo consigue.

En cualquier caso, este episodio trae a colación un tema que ha estado presente en las últimas dos décadas de la agenda global: la carrera por la hegemonía en el siglo XXI. Y es que, al igual que con el episodio tecnológico de DeepSeek, muchos pregoneros han vaticinado durante años la inevitabilidad de la primacía china sobre Estados Unidos y Occidente. Dicho argumento se basa en una concepción del gigante asiático como una potencia económica cohesionada y asentada sobre sólidas bases de crecimiento y expansión. Por otro lado, otros juglares de la época moderna han defendido la supremacía norteamericana como algo imbatible e inevitable, sostenido sobre valores y poderes militares indestructibles.

Está claro que ambas hipótesis no solo denotan un punto cómico, sino que también se alejan sustancialmente de la realidad actual. Por una parte, tenemos a China, la potencia asiática milenaria que ha expandido su poder durante las últimas cuatro décadas gracias a una mezcla de mano de obra barata, copia y posterior venta a la baja de invenciones occidentales, un gran poder comercial y, sobre todo… una dictadura de partido único con capacidades coercitivas casi ilimitadas. Y aunque esto pareciera una condición óptima para ganar la maratón de las potencias, suele pasarse por alto que China tiene una de las pirámides demográficas más invertidas del planeta y que su mala praxis económica interna, tras años de crecimiento acelerado, le está comenzando a pasar una factura nada menor.

Por otra parte, está el conocido Tío Sam, una potencia que parece sufrir más de fenómenos coyunturales que estructurales, como la parálisis institucional y lustros de enfrentamientos sociopolíticos que no permiten un avance homogéneo en temas sociales y económicos. Basta con ver las últimas tres elecciones norteamericanas para concluir que, independientemente del ganador, el país está profundamente polarizado, con similitudes a un transatlántico con el timón atorado.

¿Quién ganará la maratón?

Frente a este panorama, ¿quién puede ganar entonces la maratón? Podría decirse que lo más probable es una coexistencia de ambas potencias, alimentada por la imperiosa necesidad de no aniquilarse y, hasta cierto punto, depender la una de la otra. Es previsible que haya avances e hitos en cada sociedad, aunque, tal como DeepSeek, el avance chino parece estar asentado sobre arcilla movediza. El pasado 31 de enero, la empresa tecnológica Qualys señaló, mediante un experimento, las grandes vulnerabilidades que la plataforma china tiene frente a sus rivales estadounidenses. Parece ser algo más barato que hace lo mismo… cuando en realidad tiene fallos sistemáticos que difícilmente lo convierten en un competidor serio a mediano plazo. Sirva este dato como metáfora de la realidad del gigante asiático: un país con pocos jóvenes, un sistema dependiente de un Estado exorbitante y una resaca económica que comienza a hacerse evidente.

¿Un nuevo siglo de dominio americano?

¿Significa esto que veremos otro siglo de dominio estadounidense? Aunque pareciera probable, debido a su capital de inmigrantes profesionales y su consolidado hub tecnológico, no se puede ignorar que el país está liderado por un presidente ocurrente, con grandes ansias de exhibicionismo político, y una oposición que ni siquiera encuentra la causa de su propio laberinto ideológico. Estos son elementos que no deben descartarse, pero aun así… no parecen suficientes para que el mundo sea capitaneado desde Pekín (lo cual no implica que eventos como avances tecnológicos o la anexión de Taiwán no puedan ocurrir).

Por ahora, tenemos a ChatGPT y a su amigo chino haciendo ruido, enormes tecnologías por descubrir y utilizar, y un mundo cada vez más complejo… con tintes de preponderancia americana. Pero, como suele ser norma hoy en día… el futuro es, cuando menos, opaco.

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