Como el título del artículo es bastante provocativo, me apresuro a aclarar que considero la esclavitud inmoral y uno de esos fenómenos que ojalá se hubiera ahorrado la humanidad. La esclavitud forzada ha sido una lacra, con independencia de que se puede analizar económicamente haciendo abstracción de sus nefandas características, que es lo que se proponen las siguientes líneas. Lo repito, la esclavitud es inmoral; espero que a nadie le queden dudas sobre mi opinión.
La reflexión que me atrevo a compartir se gestó durante mi reciente viaje por el golfo de Guinea, donde me atrevería a decir que históricamente tiene lugar el origen de la esclavitud comercial. Me explico: obviamente, la esclavización tenía ya unos cuantos milenios de existencia, pero era generalmente consecuencia de las guerras y conquistas entre los distintos poderes. Se esclavizaba a la población de las ciudades derrotadas, por ejemplo, y una vez se aparecían esclavos, estos se comercializaban como cualquier otro bien. Desconozco si ya se practicaba la captura de personas con el objeto de venderlas como esclavos, aunque es fácil suponer que sí.
Concentración del mercado de esclavos
En todo caso, sí se puede aceptar que la masificación del negocio de esclavos tuvo lugar en esta zona. La estructura productiva es bastante conocida: los cazadores de esclavos penetraban tierra adentro y capturaban tribus enteras de indígenas, a quienes luego llevaban a la costa. Una vez aquí, esclavos y esclavas eran internados en las prisiones de castillos y fuertes, de donde eventualmente eran sacados (por la Puerta de No Retorno) y amontonados en bodegas de barcos.
Tras una navegación de cabotaje por la costa africana hasta Senegal, llegaba el momento de cruzar el océano Atlántico. En la otra orilla, terminaba el proceso con la venta de los esclavos. Todo esto se hacía en unas condiciones infrahumanas para las personas esclavizadas, lo que suponía un elevado porcentaje en pérdida de vidas, aunque no tantas como para hacer el comercio insostenible.
Este proceso productivo era inmoral, pero como todo intercambio voluntario, generaba riqueza a todos los involucrados (obviamente no al esclavo, que no entraba libremente en la transacción). De no ser así, no hubiera sido sostenible y no se hubiera producido.
Varias ilustraciones de esa riqueza han llegado a nuestros días. Los más visibles son los formidables castillos, fortalezas y palacios que puntean la costa africana. Se invertía en esta estructura porque las ganancias esperadas eran grandes. No hay país europeo de la época que no estuviera presente de una u otra forma: hay castillos portugueses, ingleses, franceses, daneses, suecos y alemanes. Curiosamente, no hay españoles, está claro que veían mejores negocios en otros sitios, en lugar de esclavizar a las poblaciones africanas. Aunque esto no confiere superioridad moral a nadie, es un hecho verificable históricamente.
Esplendor en los siglos XVII y XVIII
Otros vestigios de épocas pasadas de estas tierras los constituyen los palacios de la cultura Dahomey, y los santuarios Ashanti. Dichas sociedades conocieron su mayor esplendor en los siglos XVII y XVIII. La correlación temporal con el establecimiento de los fuertes antes citados revela la causa: tanto Ashanti como Abomey generaron su fortuna capturando a la gente de tribus rivales para venderla a los tratantes europeos.
Ahora el análisis resulta más agridulce: la esclavización de unas tribus por otras permitió el desarrollo de las segundas de una forma difícilmente imaginable sin el comercio de esclavos. La prueba es que, de momento, no se han encontrado restos relevantes de culturas anteriores, por lo que tiene toda la pinta de que el modo de vida de estas tribus apenas había variado durante siglos antes de la llegada de los portugueses.
Los más avezados se pueden llegar hasta el norte de Togo y Benin, donde encontrarán más patrimonio cultural digno de conocimiento. Aquí le esperan los pintorescos “tatas” (especie de fuertes cilíndricos) de los Batammariba. La tradición de construir tatas en esta zona no es inmemorial, ni mucho menos, comienza en el siglo XVIII. De nuevo, la correlación temporal hace pensar en la causalidad, y uno acierta: los Batammariba huyeron al norte para evitar que los Dahomey los esclavizaran; los tatas se diseñaron de tal forma como protección contra dichos ataques.
Así, parece que la historia antigua de estos países se puede explicar en torno al fenómeno de la esclavitud: consiste básicamente en la estructura productiva para el comercio de esclavos, y en la manifestación arquitectónica de las riquezas atesoradas por las tribus “cazadoras”, o de las construcciones defensivas de otras.
El camino seguido hacia el desarrollo
Alguien podría aventurarse a concluir que, sin la esclavitud, estos territorios no hubieran podido desarrollarse y alcanzar el estatus de que ahora disfrutan. ¿Cómo sería la Ghana actual si los portugueses no hubieran encontrado una fuente de riqueza que hiciera sostenible su presencia en Elmina, aunque fuera una fuente indiscutiblemente inmoral? Podemos imaginar escenarios mucho mejores, cierto, pero también habrá que aceptar que las tribus allí presentes habían sido incapaces de progresar[1] durante miles de años y, por tanto, que era difícil esperar que tal progreso se hubiera producido sin contacto con otras sociedades.
El ejemplo de lo ocurrido en estos países es una prueba de la importancia que tiene el intercambio para la sociedad. El intercambio de bienes, servicios y, por qué no, cultura y costumbres, permite el enriquecimiento de una forma inimaginable para grupos aislados. Este aislamiento era la norma en el golfo de Guinea antes de la llegada de los portugueses.
Si no hubieran encontrado nada o nadie con quién intercambiar, no hubieran invertido en castillos y no se hubieran quedado allí. Por suerte, encontraron algo y alguien para comerciar. Por desgracia, ese “algo” era realmente alguien, y la esclavitud es inmoral.
[1] No quiero decir que el progreso siempre sea mejor. Entiendo progreso como generación de más opciones vitales para los individuos respecto a la situación previa, lo que normalmente ocurre cuando disponen de más riqueza.