La ley de reducción de la jornada laboral es una de las medidas que lleva meses poniendo de manifiesto las discrepancias internas e incongruencias ideológicas del gobierno de coalición. La ley, que ya se encuentra en el Congreso de los Diputados, lo hace sin los apoyos necesarios y con la confirmación de una enmienda a la totalidad por parte de Junts. Pero el circo no viene de ayer: desde el principio, la ley ya ha tenido a diferentes ministerios a la gresca en torno a cuándo y cómo debía aplicarse.
Y en medio del caos, el esperpento de esta ley se suma a un Gobierno en general, y a una Yolanda Díaz en particular, que no para de jactarse de los datos de empleo y crecimiento en España. La ministra de Empleo que, por un lado, se vanagloria de bajar el paro con datos maquillados, se jacta también de recortar la jornada laboral y fotografiarse con un libro llamado ‘Abolir el trabajo’. Así, pues, cabría preguntarse qué sentido tiene vender la reducción del paro como un triunfo, si abolir el trabajo es el fin último del discurso. Yolanda defiende esta ley como una forma de hacer que la gente sea más feliz haciendo apología de la trabajofobia.
El Gobierno, por su lado, lleva meses repitiendo que estamos a la cabeza del crecimiento y la creación de empleo. Pero los datos de afiliación del Gobierno, como siempre, tienen agujeros de guión enormes. Los datos se maquillan y se tergiversan a voluntad, y se pretende reducir la jornada laboral sin que baje el salario. ¡Como si las horas trabajadas no tuvieran relación con la productividad! Un Gobierno que presume de tener más empleo que nunca, una ministra de Trabajo que quiere acabar con el trabajo, y todo ello sin pronunciar una sola buena palabra hacia los empresarios en siete años de gobierno socialista.
Un delirio más al nivel que ya nos tienen acostumbrados…
El empleo como construcción ideológica
Una de las piedras angulares de los Estados modernos es su narrativa en torno al empleo. El discurso del Gobierno que cuida al trabajador versus el maligno empresario que solo quiere explotar. Además, el neomarxismo y el carpe diem se han ido concatenando creando un tejido social en el que el trabajo es visto como una forma de explotación moderna. Esto, sumado a una ley laboral totalmente rígida, ha acabado por generar un escenario en el que el Gobierno crea las consecuencias con sus propias medidas, y luego señala como culpable al sector privado.
Se crean las políticas de salario mínimo para homogeneizar las condiciones dignas de empleo, sin tener en cuenta el tipo de trabajo, las horas, el territorio en el que se aplica y otros factores clave. En consecuencia (como señalaba Anxo Bastos recientemente) ocurre que con la misma ley laboral aplicada, los datos de desempleo varían enormemente según la región. Y así, sin tener en cuenta nada de esto, el Gobierno ha convertido las cifras de afiliación en un hito histórico, como prueba irrefutable de que “España funciona”. Creamos más empleo y crecemos más que nadie.
El problema es que una de las figuras que ha ido maquillando el desempleo de forma sesgada es el contrato fijo discontinuo: un contrato que no garantiza continuidad, ni estabilidad, ni salario constante. Personas que trabajan dos meses, diez los pasan en casa, y no aparecen como paradas en el sistema, pues al final es lo único que importa.
Otro aspecto clave es el número de afiliados. Pues es cierto, y según los últimos datos disponibles, que el número de cotizantes está actualmente por encima de los 21 millones. Pero también es cierto que hay más de 10 millones de personas que reciben pensiones de todo tipo. Y si a eso le sumamos que 3.5 millones de cotizantes son empleados públicos, aproximadamente estaríamos hablando de 17 millones de personas trabajando para mantenerse a sí mismas… y a 13 millones de personas más.
Por lo que, en realidad, estas cifras, más que venderse como un triunfo, deberían venderse como las cifras de un modelo insostenible, en el que cada trabajador del sector privado no solo se mantiene a sí mismo, sino que carga a sus hombros a un empleado público o pensionista.
Pero estos datos no importan, no aplican, pues, como ya sabemos, el dato no mata al relato, sino que es el relato el que crea los datos que luego se vierten sobre la población para crear el imaginario de que en España hay más empleo que nunca.
Datos reales, pobreza estructural y ficción estadística
La realidad de la situación laboral es muy diferente a cómo se vende desde las altas esferas gubernamentales. El paro juvenil es alarmante, y desde el ministerio de Trabajo se lanzan soflamas ideológicas en torno a la abolición del trabajo. Los sectores más jóvenes de la población asisten a cómo, desde el Gobierno, se proclama, por un lado, la reducción del paro como un éxito; y, por otro, se fomenta la recreación y el ocio como nuevos pilares vitales, por encima del trabajo y del esfuerzo por un futuro mejor.
Tenemos así, a una generación abocada a denostar el trabajo, mientras mira al Estado como padre legislador para protegerla del poco empleo que los malvados empresarios estén dispuestos a ofrecer. Sin salarios competentes, sin miras al futuro y sin motivación a luchar por mejorar su situación, pues el gobierno dice que ya hace todo lo que puede… pero esos malvados capitalistas no dan su brazo a torcer.
Mientras tanto, la economía va como un tiro (según Pedro Sánchez) y cada vez se reduce más la brecha entre ricos y pobres. Lo que no nos dice el presidente es que, en parte, esto es porque cada vez más la inflación afecta más a todo tipo de bolsillos, y cualquier persona que comienza a enriquecerse intenta huir del sistema fiscal criminal que sufrimos en España.
No sólo somos más pobres en promedio y seguimos por debajo de los niveles prepandemia, sino que además las familias españolas pagan 11.000 euros más de media que en 2018. La cifra del paro, además, se maquilla gracias a que 800.000 personas figuran como fijos discontinuos, aunque en realidad se encuentran inactivas la mayor parte del tiempo, pero no se desagregan de los datos de bajada del paro.
A ello hay que sumarle que hay en torno a 600.000 pluriempleados, por lo que un trabajador puede figurar varias veces como cotizante según los trabajos que acumule. Y si todo esto no fuera suficiente, si nos ceñimos a la bajada del paro como triunfo único y demoledor, España actualmente sigue a la cabeza del paro en Europa. Y no solo eso. Si ampliamos el baremo a datos conocidos en el plano mundial, España solo tendría menor tasa de paro que superpotencias tales como Angola, Ruanda, Yemen o Zimbabue. Por lo que tampoco se entiende la obsesión del gobierno por vender esta cifra como prueba definitiva de su éxito económico.
El gobierno no crea empleo. Solo la ilusión de ello. Se contrata en peores condiciones que hace años. Los impuestos asfixian las ganancias empresariales. Y los trabajadores jóvenes no pueden competir con perfiles más formados debido a las rígidas políticas de despidos y a un salario mínimo que actúa como barrera de entrada.
Pero oiga, España va mejor que nunca, porque el paro ha bajado. Poco importa que de los 1,16 millones de contratos en marzo de 2025, 657.000 fueran temporales, 127.000 a tiempo parcial y 144.000 nuevos fijos discontinuos. Poco importan los datos. Poco importa que el empleo se precarice, se vuelva más inestable y el sabor entre la población sea cada vez más amargo en torno al futuro y la estabilidad. Poco importa todo esto, pues para eso tenemos el Estado, para publicar los datos oficiales.
Y el que no quiera contentarse con esto es, como ya sabemos, porque se traga los bulos de la ultraderecha, o porque directamente pertenece a la fachosfera que quiere destruir el país progresista y vanguardista que el gobierno de Pedro Sánchez ha creado.
Una cultura contra el esfuerzo, un país en caída
El empleo no es un dato que se pueda manipular mediante ingeniería estadística o decretos de quita y pon. El empleo, como vemos en otros países, se crea cuando hay libertad para emprender, para contratar y, sí, por mucho que duela a algunos, libertad para despedir.
Actualmente, vivimos una de las épocas en las que más se denigra el trabajo, y no en vano, una gran parte de la población ha querido entender que trabajar es el mal que el maligno capitalismo ha creado.
Una población que ha olvidado que todo lo que tiene ha sido precisamente por el sacrificio y ahorro de muchos antes que ellos. Una población que ha olvidado lo que es el esfuerzo, que no cree en la meritocracia porque el de al lado ha recibido una herencia. Una población que ya no quiere adaptarse, sino que busca la comodidad del subsidio y del trabajo fácil. No vaya a ser que ese día no pueda bajar al bar del autónomo, que sí que puede estar ahí día y noche para ponerle las cañas…
Author: Adrián Ortiz
"Adrián Ortiz es licenciado en Comunicación Audiovisual y cofundador, junto a Mario F. Castaño, de El Punto Ancap, un proyecto de pensamiento libertario que confronta las narrativas estatales desde la crítica cultural y la ética de la libertad."