¿Es el valor de cambio un valor de uso? I

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En una teoría se pueden utilizar las definiciones que se consideren oportunas con el propósito de explicar la realidad de la mejor manera posible. Teniendo esto en consideración, podríamos definir el valor de uso de manera que el valor de cambio sea un valor de uso más, si consideramos que esto va a explicar mejor la realidad.  

Esta manera de definir el valor de uso podría ser conveniente a la hora de explicar el dinero o cualquier otro objeto que solo sirva para realizar intercambios. Después de todo, no  deja de ser un poco extraño decir que un dinero que solo sirva para intercambiar no tiene ningún valor de uso, pues transmite la idea de que no sirve para nada cuando la realidad es que se usa para facilitar el intercambio, que es una de las necesidades más importantes, sino la más importante, en una economía altamente especializada.

Sin embargo, establecer que el valor de cambio es un valor de uso nos lleva al problema de vaciar de contenido esta diferenciación del valor, porque si el valor de cambio es un valor de uso, entonces todo valor es de uso.

Menger distinguió el valor de uso como el valor de aquellos bienes económicos que satisfacen necesidades de manera directa, y valor de cambio el de aquellos bienes económicos que satisfacen necesidades de manera indirecta.  Pero en cualquier caso son dos manifestaciones del mismo fenómeno: El valor. 

Respecto a lo anterior, cabe destacar que valor de uso y de cambio son en cierto modo contrarios. Aunque pueden coexistir simultáneamente, una vez decidimos intercambiar un bien, ya no es posible utilizarlo. Cierto es que podemos vender una vivienda y seguir habitándola como inquilino―, pero en ese caso nuestro bien económico ya no es la vivienda física, sino el derecho de arrendamiento que se adquiere a cambio de una contraprestación periódica.  Es decir, no podemos sorber y soplar al mismo tiempo.

A efectos dialécticos para el análisis en este artículo, podríamos rebautizar valor de uso como “valor directo” y el valor de cambio como “valor indirecto”.  Al hacer esto, vemos cómo afirmar que un bien tiene valor directo porque tiene valor indirecto es verdaderamente confuso. Habría que abandonar esta estructura conceptual Mengeriana.

En mi opinión, la solución para poder mantener la estructura conceptual de Menger sería rescatar el término “utilidad” tal y como él lo definió, sin mucho éxito por cierto.  Su definición es que todo aquello que satisface una necesidad humana es útil.  Y esto es una cuestión independiente del valor, el aire que respiramos satisface una necesidad humana y en circunstancias normales no tiene ningún valor.

Pero la utilidad sí que puede ser una consecuencia del valor, de hecho todo aquello que tiene valor es automáticamente útil para el intercambio, y el intercambio es una necesidad humana. Como ya expliqué en este artículo, el valor de cambio puede surgir de la mera rareza que pueda alimentar una expectativa de escasez económica, tal y como sucedió con Bitcoin.

El fenómeno de Bitcoin abrió un interesantísimo debate sobre este asunto. Importantes economistas como Eugene Fama, Joseph Stiglitz, Paul Krugman, Steve Hanke, J.P. Koning o Xavier Sala i Martí, o prestigiosos financieros como Charlie Munger o Warren Buffet rechazaron y rechazan de plano Bitcoin precisamente por considerar que no tiene ningún valor de uso directo (o valor fundamental), y en su marco teórico no contemplan que ni el valor de cambio ni el valor especulativo puedan ser un valor de uso.

Y dentro de la escuela austriaca también corrieron ríos de tinta sobre si Bitcoin violaba el teorema de regresión de Mises por no tener ninguna utilidad ni ningún valor de uso antes de tener valor de cambio.

A la luz de todo lo anterior no cabe duda de que la ciencia económica enfrenta un serio problema teórico por resolver. Puede parecer razonable redefinir el valor de uso para incluir dentro de él al valor de cambio, pero esta estrategia no soluciona la dificultad de fondo. Difícilmente convencerá a los críticos, pues seguirán viendo en ello el razonamiento circular que intentó desenmarañar Mises: si el único valor de uso consiste en que alguien te lo compre a un precio igual o superior porque a su vez también espera venderlo a un valor igual o superior, entonces no se está explicando su valor, sino simplemente asumiéndolo.

Para resolver este problema no basta con una redefinición de términos, lo que necesitamos es poner estos términos en correcta relación con la causa esencial del valor, que no es otra que la escasez.

El error de estos economistas —el mismo que llevó a Mises a elaborar su teorema de regresión— consiste en considerar como requisito previo al valor la utilidad entendida como funcionalidad, es decir, como satisfacción directa de una necesidad distinta de intercambiar o especular (que en esencia lo mismo), de modo que el bien si o si debe tener valor previo por razón de esa otra utilidad.

Como señala Carlos Bondone, el único requisito especial e ineludible del dinero para que satisfaga la necesidad de intercambiar es que sea un bien económico, es decir, que sea escaso.  El dinero sólo puede desempeñar su función, solo puede satisfacer la necesidad de intercambiar si tiene valor. Y si no es escaso, no puede tener valor.

El anterior requisito no es solo aplicable al dinero, sino a cualquier otro bien que solo sirva para intermediar intercambios o para especular con el valor.  En el caso de Bitcoin se ve claro: Si por cualquier razón dejara de ser escaso, si por ejemplo la cantidad fuera ilimitada, dejaría de tener valor, y como consecuencia sería totalmente inútil para el intercambio.

En el caso de cualquier tipo de dinero moderno, podemos dejar fuera de este análisis su fricción en el intercambio —costes de asesoramiento, divisibilidad, etc.—, porque en cualquier caso será muy baja si asumimos que se tratará de dinero fundamentalmente inmaterial o “digital”. Dicho esto, aunque la escasez es condición necesaria, por sí sola no sería suficiente para que un bien sea útil como dinero. Para ello, debería darse un grado de “escasez estable”, es decir, que los agentes anticipen que la dinámica de la cantidad resulte en que la oferta se adapte a las variaciones de la demanda, maximizando así la estabilidad de su valor.

Se podría sostener que estos bienes, que únicamente sirven para el intercambio, satisfacen de manera directa la necesidad de intercambiar y, conforme a la definición de Menger, ello constituiría un valor de uso. Sin embargo, esta interpretación genera confusión porque como decíamos vacía de contenido la distinción entre valor de uso y valor de intercambio. Una vez hacemos la distinción, es mucho más coherente adscribir la necesidad de intercambio al valor de intercambio que al valor de uso. 

También se podría defender que acumular un bien líquido como colchón de seguridad constituye un valor de uso por dos razones: primero, porque aporta un servicio de seguridad frente a la incertidumbre económica; y segundo, porque no se desea intercambiar el saldo de ese colchón. 

Sin embargo, del mismo modo que poseemos extintores con la esperanza de no tener que utilizarlos nunca, y que estos no proporcionan seguridad en abstracto sino que pretenden asegurar la posibilidad concreta de apagar un fuego en caso de incendio, un saldo de liquidez tampoco ofrece seguridad en abstracto, sino que pretende asegurar la posibilidad de intercambio. En definitiva, seguimos hablando de valor de intercambio.

Almacenar o atesorar un bien no es otra cosa que poseerlo por más o menos tiempo, y poseer está implícito en el concepto de valor o escasez. Nadie posee cosas sin valor. Además, el almacenamiento se puede interpretar como una forma de intercambio (intertemporal intrapersonal). 

La necesidad de intercambiar es, sin duda, una necesidad humana como cualquier otra, pero si nuestro marco teórico pretende diferenciar analíticamente valor de uso y de cambio, resulta más que lógico adscribir la necesidad de intercambio al ámbito del valor de cambio (intercambio ↔ valor de cambio). Y sin ningún problema podemos afirmar, asimismo, que los bienes económicos sin valor de uso y que solo sirven para el intercambio, son útiles.

La clave, por tanto, no consiste en redefinir las categorías de valor, sino en comprender que la condición para que un bien tenga valor es la escasez; que la utilidad no constituye por sí sola causa suficiente; y que, por el contrario, la utilidad —entendida como funcionalidad—  puede ser consecuencia del valor.

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