Elon Musk no comprende el dinero

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Elon Musk afirmó lo siguiente en una entrevista de 2022 (traducción libre):  “La economía real son bienes y servicios, no dinero.  El dinero es simplemente una base de datos”.  “El dinero no tiene poder en sí mismo” Las afirmaciones anteriores no son en absoluto originales ni aisladas. Son habituales en la cultura popular, y se deben fundamentalmente a la mínima o nula “utilidad material” distinta de facilitar el intercambio que tiene el dinero actual o incluso los metales preciosos cuando eran dinero. De manera que parece que el valor del dinero se explica solo porque a su vez otros lo aceptan y así sucesivamente. 

La aparente circularidad al explicar el valor de un objeto que solo sirve para intercambiar se resuelve entendiendo que es una herramienta, como un exprimidor de naranjas. El exprimidor en sí no te alimenta. El valor de un exprimidor deriva del mayor valor que un momento dado le otorgamos al zumo respecto a las naranjas. Se podría decir que el exprimidor “intermedia” naranjas por zumo.  

En el caso de un objeto que solo sirve para intercambiar, aunque su valor no deriva de la creación de nuevos bienes físicos, sino que deriva del nuevo valor que se crea al facilitar los intercambios.  Para sostener la afirmación anterior, asumimos que antes de todo intercambio, ambas partes consideran que van a mejorar su situación gracias a ese intercambio, que lo que obtienen vale más que lo que entregan.

Imaginemos dos agricultores: uno produce tomates en verano y el otro, naranjas en invierno. Ambos quieren intercambiar su excedente por el del otro, pero las cosechas no coinciden: cuando hay tomates no hay naranjas, y viceversa. Además, ni tomates ni naranjas se conservan hasta la siguiente estación, así que intercambiar directamente es inviable. Intercambiar tiene valor potencial para ambas partes, pero la imposibilidad del intercambio impide que los granjeros obtengan ese valor. 

¿Qué ocurriría si usan como intermediario un objeto X cuyo único fin es facilitar ese intercambio? El productor de tomates entregaría su excedente en verano a cambio de X, y en invierno utilizaría X para obtener naranjas. El productor de naranjas hace lo mismo, pero al revés. Gracias a X, el intercambio se hace posible y los agricultores ganan valor, son más ricos, porque satisfacen más necesidades. Y, por cierto, esto no es nada novedoso, se inventó tal cual en el neolítico.

Podemos afirmar que X tiene valor como bien de orden superior: el valor de X es indirecto porque  deriva del incremento de valor que ambas partes obtienen al intercambiar tomates por naranjas, que sin X no sería posible. Se crea más valor del que existía previamente (asumiendo que los costes de usar X son menores que el valor que genera el intercambio). Es decir, que el valor neto final es positivo. Es el mismo caso de intermediación que el exprimidor de naranjas.

Pero cuidado, hemos afirmado muy rápido que X tiene valor. Para que eso sea cierto, la cantidad necesitada se tiene que prever superior a la cantidad disponible.  ¿Es esto cierto para X?

La cuestión crucial aquí es que existe una necesidad insatisfecha, que es la de intercambiar tomates por naranjas.  El valor no está en las cosas, sino en satisfacer necesidades insatisfechas.  Por consiguiente, X tendrá valor siempre que pueda satisfacer esa necesidad. Pero insisto, el valor ya existe mientras exista la necesidad insatisfecha, aunque aún no se haya creado o encontrado un objeto que pueda satisfacerla. La existencia y creación de X y, por tanto, su utilidad, serían consecuencia de esta necesidad insatisfecha.

Aclarado lo anterior, para que el objeto X pueda satisfacer esta necesidad, deberá tener algunas propiedades mínimas. Básicamente, que sea fácilmente apropiable (la luna no serviría): duradero, fácil de transmitir, transportar, almacenar, etc.  La cantidad necesitada de X dependerá del volumen de intercambios que estimemos que, utilizando X, aportarán más valor neto a quienes intercambian. Luego está la cantidad disponible, que no es más que estimar la cantidad existente de X y sobre todo cómo evolucionará esta cantidad en el futuro.

Ya nos hemos formado una expectativa sobre la cantidad necesaria (demanda) y la cantidad disponible (oferta), y X tendrá valor si la cantidad que estimamos necesaria es superior a la que estimamos disponible. Es decir, ya tenemos una expectativa de si X será relativamente escaso y en qué grado. El grado de escasez relativa es el factor más determinante del valor de X.,

Hemos demostrado que no hay ninguna circularidad porque el valor de X depende de una necesidad insatisfecha (intercambiar naranjas por tomates) y de la cantidad de X. No hemos recurrido a que X sea útil ni valioso de antemano. Tampoco hemos necesitado los términos “valor de uso” ni “valor de cambio” para afirmar que el intercambio es un valor de uso más, pues en el contexto del significado popular de “valor de uso”, estaríamos haciendo la trampa de colocar nuestra conclusión como punto de partida de nuestra argumentación. Antes hay que demostrar que facilitar el intercambio es valioso.

Para intercambios a corto o medio plazo, la utilidad de X resulta bastante evidente en una economía profundamente especializada, donde casi todo lo que producimos no queremos autoconsumirlo y, por tanto, tiene muchísimo valor conseguir intercambiar.  Pero, ¿Y los intercambios a largo plazo? Para contestar a esta pregunta, por claridad, vamos a llamar “Z” al objeto que intermediaría estos intercambios a más largo plazo.

Si sustituimos naranjas y tomates por nuestros servicios laborales actuales y los bienes que necesitaremos durante la jubilación, el valor futuro de todo el abanico de bienes que podrían intermediar este intercambio es incierto. Y no hace falta recurrir a ejemplos del neolítico porque, por ejemplo, el valor del dinero que usamos actualmente es bastante incierto a 20 o 40 años vista. O peor todavía: es bastante cierto que será significativamente menor.

Dada esta incertidumbre, es racional buscar mayor certidumbre del valor futuro por la vía de la utilidad entendida como cualquier funcionalidad distinta a la de facilitar el intercambio, en cosas que creamos con alto grado de seguridad que vayan a ser útiles en el futuro, como por ejemplo una casa o acciones de una gran empresa que fabrique alimentos. Pero al contrario de lo que afirman personalidades como Warren Buffett o Charlie Munger, la vía de la utilidad no es suficiente, también debe haber escasez relativa. Si la empresa amplía capital como si no hubiera un mañana, o se construyen muchas más casas de las que se necesitan, o cae mucho la demanda de casas en la ciudad, como pasó en Detroit en los 90, la utilidad per se sirve de bien poco.

Como la escasez relativa es muy relevante, también resulta lógico centrarse de manera radical en la oferta para garantizar el valor futuro, obviando la utilidad. Es decir, buscar objetos Z cuya cantidad futura sepamos con gran certeza que será muy limitada. Buscar el valor en la mera escasez.

Un argumento tan habitual como profundamente erróneo en contra de la mera escasez es que hasta un excremento tuyo es único e irrepetible, y no por ello tiene ningún valor.  El error profundo está en concluir que, por ser físicamente único, lo sea a efectos prácticos.  Para que “único” tenga significado, tiene que ser muy fácilmente distinguible de cualquier otra deposición, o como mínimo distinguible.  Si el coste de distinguir una unidad de otra es infinito o muy alto, entonces todas las unidades son iguales a efectos prácticos. 

Pero comprar algo obviando totalmente su funcionalidad “real” (distinta del mero intercambio) se califica popularmente como “puramente especulativo”, que tiene una errónea connotación social negativa o de “suma cero”. Decimos errónea porque ya hemos visto que todo intercambio, sin excepción, tiene como objetivo ex ante aumentar el valor para las partes. El error consiste en no tener en cuenta el factor tiempo y el factor sujeto.  

El valor de un objeto no es el mismo dependiendo de quién lo posea y cuándo lo posea. Porque el valor no está en el objeto físico, sino en la necesidad que satisface. Por ejemplo, unas gafas para leer pueden no tener ningún valor para ti mientras eres joven porque no las necesitas, pero sí pueden tenerlo de anciano. Lo mismo con el dinero, los mismos 2.000 € que te sobran de  joven pueden ser más valiosos si de anciano te faltan ingresos, y son los mismos 2.000 € (asumiendo el mismo poder adquisitivo). Tampoco es lo mismo que, como resultado de la especulación pura y dura o incluso como resultado de una apuesta, un local comercial pasara de estar en manos del sujeto Paquirrín al sujeto Amancio Ortega. Probablemente, el segundo será capaz de crear valor con él, mientras que el primero habría destruido valor si lo usa para negocios ruinosos. El local es más valioso en manos de Amancio Ortega. Por eso especular, incluso en el sentido de apostar, crea valor tanto individualmente como socialmente. El concepto popular de “juego de suma cero” cae en el error de medir el valor en cantidades físicas de objetos, y no, el valor no es eso.

Mientras persista la necesidad social de certidumbre sobre el valor futuro, no hay razón para pensar que tiene que haber un último comprador de Z o “comprador más tonto” que tenga que perder lo que ganaron los compradores anteriores. Tampoco es relevante que estos bienes se acaparen con el propósito de manipular su escasez, pues esto puede pasar. Y pasa también con bienes que además sirven para otras cosas distintas del mero intercambio.  Lo fundamental es que el objeto Z se perciba como persistentemente escaso en el futuro, y así, desde su escasez relativa, pueda seguir satisfaciendo la necesidad social de disponer de valor en el futuro.

Sabemos que la necesidad que resolvería Z es importante y universal. Si cada uno de nosotros mismos tiene esa necesidad básica, es racional concluir que todos los demás también la tienen. Esa necesidad no es otra que intentar asegurar el valor en un futuro lejano.  Por eso, bienes cuya aparente “utilidad física” es ínfima o nula, como un Picasso, objetos de coleccionismo, el oro o Bitcoin, tienen tanto valor, porque nos resulta relativamente fácil llegar a una alta certidumbre por el lado de la cantidad existente y, en consecuencia, a su muy probable escasez.

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