Caridad vs. coerción fiscal: el verdadero significado de la Navidad

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La temporada navideña celebra el don excelso de la civilización cristiana y occidental: el nacimiento de Jesús, un acto de gracia divina y sacrificio voluntario. En el corazón de esta celebración reside la Caridad (Caritas), una virtud teologal que es la máxima expresión del amor. Pero, ¿puede la caridad ser forzada?

Para el paleolibertarismo —corriente que busca reconciliar la libertad radical con la moral tradicional occidental— la respuesta es un no rotundo. Solo el acto libre y voluntario posee mérito moral pleno. Como ha argumentado Miguel Anxo Bastos, el anarcocapitalismo no es un capricho ideológico, sino la consecuencia lógica del deseo de que la Caritas pueda manifestarse de forma auténtica, sin la interferencia coercitiva del Estado.

Caridad voluntaria vs. asistencia coercitiva

El catolicismo tradicional se fundamenta en el principio de la subsidiariedad —defendido en encíclicas como Quadragesimo Anno de Pío XI—1, el cual enseña que las funciones sociales deben ser manejadas por la autoridad más pequeña y cercana posible (familia, iglesia, comunidad). Este principio es inherentemente antiestatista.

Aquí se traza la línea ética fundamental:

A. La caridad genuina (privada y voluntaria): Surge de la convicción personal y el interés por el prójimo. Es un don directo que fortalece lazos humanos. Históricamente, funcionó en las guildas medievales o las hermandades españolas, donde comunidades locales sostenían a viudas y huérfanos sin burocracia central. Hoy lo demuestran organizaciones como Cáritas o la Sociedad de San Vicente de Paúl: en 2022 Cáritas España atendió a cerca de 2,8 millones de personas con recursos exclusivamente voluntarios2, generando no solo alivio material, sino gratitud, cohesión y virtud en donante y receptor.

B. La asistencia estatal (coercitiva): Financiada por impuestos —coacción pura, ya que el no pago conlleva cárcel—, se distribuye vía burocracia. Aunque pueda mitigar emergencias, su carácter crónico y burocrático erosiona la virtud. Distintos estudios cuantifican el efecto desplazamiento (“crowding-out”): la existencia de prestaciones públicas reduce las donaciones privadas entre un 10 % y un 30 %3. En EE.UU., el gasto social multiplicado por quince desde 1960, pero la tasa de pobreza apenas ha variado y la dependencia intergeneracional se ha incrementado significativamente4.

El impuesto no es un “contrato social” voluntario: se paga bajo amenaza de coacción. Esa violencia implícita anula cualquier pretensión de mérito moral. Económicamente, viola el principio hayekiano del conocimiento descentralizado: nadie sabe mejor que el propio individuo y su comunidad inmediata cómo y a quién ayudar. Socialmente, drena a la clase media y asfixia a las entidades locales —en España, muchas hermandades y cofradías ven mermados sus recursos por la inflación y la presión fiscal (INE, 2022-2024).

El gran error del conservadurismo contemporáneo

Muchos conservadores critican la decadencia moral de la sociedad y abogan por la preservación de los valores tradicionales. Sin embargo, al aceptar o incluso ampliar el Estado —por razones históricas o “pragmáticas”— incurren en una contradicción involuntaria: sostienen la institución que más contribuye a debilitar familia, iglesia local y asociaciones voluntarias. Jesús Huerta de Soto ha insistido repetidamente en que el intervencionismo y la inflación monetaria constituyen formas de expolio institucionalizado que corrompen tanto la asignación de recursos como los hábitos morales5.

El Estado absorbe responsabilidades clave: en educación, su monopolio debilita la transmisión de valores familiares; en caridad, centraliza la ayuda, eliminando la costumbre de la generosidad local. Como advierte Bastos, esto no preserva la tradición; la esteriliza.

 El paleolibertarismo argumenta que la única forma de conservar las virtudes es conservar la libertad; es decir, devolver las funciones sociales a la esfera de la acción voluntaria (el libre mercado y la sociedad civil). No es rechazo al conservadurismo, sino su radicalización: conserve lo esencial protegiendo la libertad que lo sustenta.

Juan de Mariana y el modelo del orden plural no absolutista

La desconfianza en el poder político es una lección atemporal, articulada por pensadores de la Escuela de Salamanca como el jesuita Juan de Mariana, en su De rege et regis institutione (1599)6, señaló los peligros del poder sin restricciones al criticar la tiranía y la manipulación monetaria por parte del Estado, demostrando que la coerción corrompe la economía y la moral. Para él, el orden social surge de asociaciones voluntarias, como las guildas medievales españolas, donde católicos practicaban caridad sin imposición real.

El paleolibertarismo extiende esto a un marco plural: comunidades pueden elegir órdenes éticos —conservadores basados en fe y tradición, o experimentos cooperativos—, siempre que respeten el principio de no agresión. No utópico, sino práctico. La única fuente de orden social compatible con la virtud es el orden espontáneo, que surge de la libertad para asociarse y de la voluntad moral de las personas.

La precondición ética: Aristóteles y santo Tomás de Aquino

Para comprender la verdadera naturaleza del dar, es fundamental volver a la filosofía clásica. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, establece que la virtud (como la Liberalidad o Generosidad, precursora de la caridad cristiana) solo se manifiesta si el acto se realiza con la disposición correcta. Un acto virtuoso debe ser: hecho voluntariamente, escogido por sí mismo (no como un medio), hecho con la recta disposición; es decir, desde el amor (philia y eunoia o benevolencia).

Esta defensa de la voluntad se alinea con la tradición de la Ley Natural. Santo Tomás de Aquino, basándose en la inclinación natural aristotélica, sostiene que existe una bondad intrínseca en el ser humano y un deseo de ayudar a su prójimo. La libertad es la condición necesaria para que ese bien —la Caridad— se manifieste. Forzar la “caridad” mediante la ley positiva no nos hace mejores: nos impide serlo.

Devolver la caridad a la esfera de la acción voluntaria no es egoísmo, sino el único camino para que la virtud cristiana recupere su plenitud. Naturalmente, esa devolución no puede ni debe ser abrupta: requiere un proceso ordenado y sostenido de desestatización —como el modelo original chileno de 1981, o el modelo suizo de subsidiariedad real—, paralelo al fortalecimiento de mutualidades, seguros privados competitivos, fundaciones y comunidades religiosas. Solo así nadie quedará desasistido durante la transición y la sociedad recuperará, paso a paso, su capacidad de amar de verdad.

Porque la Caritas, para ser Caritas, ha de llevar el sello indeleble de la libertad.

Bibliografía

1. Pío XI, Quadragesimo Anno, 1931, 79-80.

2. Cáritas Española, Memoria anual 2022.

3. Arthur C. Brooks, Who Really Cares, Basic Books, 2006; Daniel Hungerman, “Are church and state substitutes?”, Journal of Public Economics, 2005; meta-análisis OCDE sobre crowding-out.

4. Heritage Foundation, “The War on Poverty After 50 Years”, 2014; “Index of Culture and Opportunity”, 2023.

5. Véase especialmente Jesús Huerta de Soto, “La Escuela de Salamanca y el austrolibertarismo”, y sus trabajos sobre intervencionismo en procesosdemercado.com.

6. Juan de Mariana, De rege et regis institutione, Toledo, 1599 (edición moderna: Mainz, 1605; ediciones españolas posteriores).

Katheryn Rubio
Author: Katheryn Rubio

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