El lenguaje económico (LII): el chivo expiatorio

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Dice el economista e insigne comunicador, D. Carlos Rodríguez Braun, que el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio. Y lleva mucha razón. Asiduamente, las personas no se molestan en averiguar las causas reales de los problemas y dirigen su ira contra uno o varios culpables imaginarios. Hoy veremos 3 ejemplos de chivo expiatorio en el ámbito económico.

La Revolución francesa y los panaderos

Justo un año antes de la toma de la Bastilla (14 julio de 1789), una tormenta de granizo asoló Francia. A la sequía del verano de 1788, siguió un invierno cuya severidad no había sido vista desde 1709 (Schama, 2019: 337). Las enormes pérdidas en las cosechas de frutas y cereales causaron una gran escasez de alimentos. Incluso el trigo disponible tampoco podía ser convertido en harina porque los ríos congelados inutilizaban los molinos. El comercio internacional podría haber mitigado la escasez, pero las heladas, la escasez de otros países vecinos y las guerras en los mares Mediterráneo (rusoturca) y Báltico dificultaron las importaciones de cereales y arroz.

La hambruna, unida a los problemas estructurales del Antiguo Régimen (elevados impuestos, privilegios reales, déficit presupuestario del estado), desató la ira de las masas. Del encarecimiento de los alimentos (harina, pan, aceite) se culpó a molineros, panaderos, conspiradores, especuladores y acaparadores, para quienes algunos cahiers [1] rurales pedían la pena de muerte.[2] Por su parte, Robespierre, pedía impuestos progresivos y requisas forzosas a los ricos egoístas y sanguijuelas. «Había llegado el momento de declarar la guerra a esos traidores de la economía» (Schama, 2019: 773). Comerciantes e intermediarios fueron culpados de una inevitable subida de los precios, fruto de la escasez debida a causas naturales.

El Tercer Reich y los judíos

En Alemania, la república de Weimar financió la Primera Guerra Mundial y las reparaciones monetarias a los vencedores (tratado de Versalles) con emisión masiva de dinero (sin respaldo), llevando al marco a una depreciación extrema.[3] La hiperinflación de 1923 dejó a la clase media completamente arruinada. El gobierno, ante la pérdida de credibilidad, culpó a los judíos, comunistas y otros «enemigos internos» de la nación, a los que se acusaba de controlar las finanzas internacionales y de haber contribuido a la derrota militar de Alemania («puñalada en la espalda»). En particular, muchos empresarios judíos fueron linchados por «acaparadores». Todo ello fomentó la popularidad del nazismo y el ascenso de Hitler al poder. Las crisis nacionales suelen ser utilizadas por los gobiernos para aumentar su poder y control sobre la población (Higgs, 1987).

El turista

Este es nuestro último y más reciente chivo expiatorio. En los últimos años, colectivistas, ecologistas y nacionalistas —entre otros—, vienen culpando al turista de casi todo: deterioro medioambiental, parasitismo fiscal, inseguridad ciudadana, masificación, gentrificación, encarecimiento de la vivienda, colapso de los servicios públicos, etc. En Canarias, en 2024 y 2025, se han producido sendas manifestaciones bajo el lema: «Canarias tiene un límite». No es preciso repetir el artículo del año pasado, pero recordemos lo más importante: a) el incremento del coste de la vida no es culpa del turismo, sino el efecto de la última inflación (2021) creada por el gobierno; b) el encarecimiento de los alquileres, además de la inflación, es fruto de las restricciones institucionales sobre la oferta: escaso suelo disponible (legal), burocracia, inseguridad jurídica de propietarios, arrendadores y empresarios, etc.

En España, la industria turística genera el 12,3% del PIB y el 11,6% del empleo.[4] Atacar a los turistas no solo está injustificado, sino que significa «pegarse un tiro en el pie». Nuestro bienestar económico no pasa por culpar a los turistas del daño ocasionado por la legislación, el intervencionismo y las trabas al libre mercado, sino por aumentar y mejorar la oferta turística.

Bibliografía

Higgs, R. (1987). Crisis and Leviathan. Independent Institute.

Schama, S. (2019). Ciudadanos. Una crónica de la Revolución francesa. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial.

Notas

[1] Los cuadernos de quejas (en francés: cahiers de doléances) fueron unos memoriales de peticiones y quejas que realizaban las asambleas de cada circunscripción francesa durante los Estados Generales de la Revolución francesa.

[2] El 26 de julio de 1793, la Convención aprobó la pena de muerte para los acaparadores.

[3] En noviembre de 1923, 1 US dólar = 4.2 billones de marcos.

[4] I.N.E., 2023

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