Historia económica (III): Fertilidad y familia en el mundo católico y protestante

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La demografía, como ciencia social, experimentó un gran avance en la década de 1950 con el desarrollo de la demografía histórica. Un hito importante fue la publicación en Francia, en 1956, de un manual técnico que revolucionó este campo al introducir un método para medir los cambios demográficos a partir de registros parroquiales. Hasta entonces, la demografía histórica dependía de datos censales y recuentos ocasionales. Gracias a este método, fue posible reconstruir familias y trazar vidas individuales de manera detallada. Los registros parroquiales, que comenzaron a proliferar en el siglo XVI tras el Concilio de Trento, incluían bautizos, cumplimiento pascual, confirmaciones, matrimonios y la unción.

Los aspectos fundamentales del análisis demográfico son la fertilidad, la nupcialidad y la mortalidad. La fertilidad se ha considerado clave para entender muchas cuestiones demográficas. A finales del siglo XV, la población aún sufría las secuelas de la Peste Negra, y los siglos XVI y XVII estuvieron marcados por un crecimiento demográfico irregular. La mayoría de la población se dedicaba a la agricultura y la ganadería.

El crecimiento del siglo XVI se vio truncado en el siglo XVII debido a hambrunas, guerras y epidemias, lo que provocó un aumento significativo de la mortalidad catastrófica. Esta podía llegar al 10% de la población, haciendo que la recuperación demográfica tardara entre 20 y 30 años. La mortalidad infantil era alarmante: entre 150 y 250 de cada 1000 nacidos no sobrevivían al primer año de vida, y una cuarta parte no llegaba a los 10 años. Las familias acomodadas tenían menores tasas de mortalidad infantil. La mortalidad era un fenómeno menos controlable que la natalidad, esta última influida por factores como la edad de matrimonio.

La fertilidad estaba regulada principalmente por el matrimonio, con un porcentaje del 5% de hijos ilegítimos. La edad media de acceso al matrimonio en Europa oscilaba entre los 24,5 y los 26,5 años. Además, entre el 10 y el 15% de las mujeres no se casaban, lo que afectaba directamente la natalidad. En muchas regiones europeas, la fertilidad estaba estrechamente ligada a la mortalidad. La edad avanzada limitaba la capacidad de concebir, y las restricciones religiosas imponían abstinencia en ciertos períodos del año. Aproximadamente el 20% de las parejas no tenían herederos, y otro 20% solo tenía un hijo.

Las ciudades presentaban un crecimiento demográfico distinto al del ámbito rural. Si bien los residentes permanentes podían mostrar un crecimiento natural, las ciudades absorbían población rural, lo que elevaba las tasas de mortalidad y frenaba el crecimiento significativo.

En el siglo XVII, Europa experimentó el fenómeno de la protoindustrialización, caracterizado por la producción masiva de manufacturas antes de la mecanización. La manufactura estaba principalmente en el campo y orientada a mercados interregionales e internacionales. Este proceso impactó la estructura familiar, ya que los ingresos provenían tanto del trabajo agrícola como manufacturero. En las regiones protoindustriales, la edad de matrimonio disminuyó en algunas zonas, como en Inglaterra, donde llegó a los 24 años. Sin embargo, la dependencia de los campesinos de herramientas como telares podía llevarlos al endeudamiento y retrasar el matrimonio.

El trabajo protoindustrial también modificó la dinámica familiar. En las regiones agrícolas, la actividad se concentraba en ciertas estaciones, lo que favorecía una crianza más estable. Los hogares manufacturistas tenían más hijos en edad de trabajar que los agrícolas. En los primeros, los padres tenían menor control sobre los hijos en comparación con los agrícolas, donde la dependencia familiar era mayor. En épocas de crisis, los hogares protoindustriales eran más vulnerables debido a que las parejas se casaban antes y tenían más hijos.

En cuanto al matrimonio, las diferencias entre católicos y protestantes fueron notables. La Reforma protestante introdujo cambios significativos, como la justificación por la fe, el sacerdocio universal y la infalibilidad de la Biblia. Martín Lutero rechazó el celibato y promovió el matrimonio como el eje de la vida personal. Para los protestantes, el matrimonio no era un sacramento, sino una institución fundamental que debía estar regulada por el Estado. En los territorios protestantes, el control del matrimonio pasó del clero a autoridades civiles, lo que marcó un proceso de secularización progresiva. En algunos lugares como Ginebra, se establecieron tribunales de asuntos morales para regular el matrimonio y la vida conyugal.

Los protestantes también eliminaron los impedimentos matrimoniales que existían en el catolicismo, al considerar que solo servían para obtener dinero con las dispensas. Calvino, por ejemplo, prohibió el matrimonio entre primos hermanos, pero permitió enlaces entre parientes más lejanos. Otro cambio fundamental fue la abolición del matrimonio clandestino, ya que los reformadores creían que debilitaba la autoridad paterna y generaba conflictos legales. Para evitar estos problemas, se estableció la obligación de contar con testigos y anunciar el matrimonio públicamente. Asimismo, los protestantes introdujeron el divorcio como alternativa a la anulación católica, aunque en la práctica solo se aplicaba en casos de adulterio o abandono del hogar. Sin embargo, los divorcios no fueron comunes.

En el mundo católico, el Concilio de Trento reafirmó el matrimonio como sacramento indisoluble. Aunque en algunas regiones protestantes el matrimonio se regulaba mediante leyes estatales, en Inglaterra la situación fue diferente. Enrique VIII inició un proceso de separación de la Iglesia católica al anular su matrimonio con Catalina de Aragón. Inglaterra mantuvo influencias tanto católicas como protestantes en su regulación matrimonial. El matrimonio clerical fue permitido, pero sin la promoción entusiasta de los protestantes. La separación de los cónyuges era posible por crueldad, aunque no implicaba la posibilidad de un nuevo matrimonio.

En el ámbito familiar, los protestantes consideraban que la familia debía ser la base de la educación religiosa. Promovieron la enseñanza del catecismo en el hogar y establecieron escuelas, lo que contribuyó a un mayor índice de alfabetización en los países protestantes en comparación con los católicos. En el mundo católico, la educación muchas veces estuvo ligada a internados religiosos, que funcionaban como una alternativa a la familia en la educación de los niños.

El derecho canónico condenaba por igual las actitudes sexuales, pero en la práctica los hombres eran castigados con menos severidad que las mujeres. En el mundo protestante, las mujeres solteras o casadas perdían su reputación de manera más significativa que los hombres, situación que también ocurría en el ámbito católico.

La moralidad influyó en la percepción de los hijos ilegítimos, quienes, aunque mal vistos y sin los mismos derechos de herencia, no siempre fueron rechazados, especialmente en la élite. Muchos alcanzaron altos cargos, pero en el mundo protestante eran considerados un desorden para la sociedad y la familia, al punto de creerse que estaban condenados incluso si eran bautizados. Los protestantes promovían la responsabilidad familiar sobre estos niños, evitando que fueran una carga para el Estado. En cambio, el mundo católico promovía la atención institucional de estos niños en casas de expósitos, argumentando que así se salvaba su alma y se devolvía el honor a sus madres.

El honor de la mujer dependía de su castidad, establecida por la sociedad. Para preservar esta imagen, se crearon instituciones como la Casa de Socorro de San Paolo, que acogía a mujeres con relaciones ilícitas. En algunos casos, los tribunales obligaban a los padres varones a otorgar una dote al hijo ilegítimo, permitiendo así que la mujer recuperara su dignidad, aunque los hijos sufrían estigmatización.

En cuanto al papel de la mujer, existían múltiples escritos que instruían sobre su comportamiento. En el mundo protestante, aunque se predicaba igualdad espiritual entre hombres y mujeres, se canceló el celibato y se aprobó el divorcio, medidas progresistas en apariencia. Sin embargo, Lutero y Calvino consideraban a la mujer inferior al hombre y sostenían que debía ser obediente a su esposo y padre, limitada al hogar y la crianza de los hijos. Los protestantes radicalizaron esta visión, rechazando la existencia de mujeres solteras y eliminando conventos, a diferencia del mundo católico, que ofrecía esta opción de vida a las mujeres.

En el siglo XVII, las oportunidades para las mujeres disminuyeron, especialmente en el ámbito laboral. En el protestantismo, el papel de la mujer quedó relegado a esposa y madre, con la esposa del pastor como única figura destacada. Esta situación estigmatizaba a las mujeres que trabajaban fuera del hogar, pues se consideraba un reflejo de dificultades económicas familiares, reforzando el papel doméstico de la mujer y limitando su independencia.

Serie Historia económica

(II) La economía en el s. XVI: población y agricultura

(I) Historiografía y consideraciones previas

Juan Navarrete
Author: Juan Navarrete

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