Los hermanos Dassler (Rudolf y Adolf) eran dueños de una fábrica exitosa de calzado deportivo allá por los años 20 en la pequeña localidad de Herzogenaurach, cerca de Nürenberg. Pese a que su capacidad empresarial era portentosa, ninguno de ellos fue un santo. Ambos se afiliaron al partido nazi poco después de que éste se hiciera con el poder. No obstante, su fidelidad primera se decantó siempre por el negocio de las zapatillas.
Durante los Juegos olímpicos de Berlín de 1936 Hitler se sintió fuertemente contrariado al comprobar cómo sus deportistas arios eran sistemáticamente superados por los atletas afro-americanos. Lo que, tal vez, el Führer ignoraba era que Jesse Owens calzaba unas novedosas zapatillas de clavos confeccionadas por la Gebrüder Dassler Schuhfabrik.
La Segunda Guerra Mundial truncó brutalmente muchas vidas y proyectos empresariales. La fábrica de los hermanos Dassler se transformó en taller de tanques y en almacén de lanzallamas (este tipo de cosas era lo que demandaban más urgentemente los jerifaltes de la planificada economía alemana de entonces). Al concluir la contienda una fuerte discusión precipitó el cisma fratricida. Nunca más volverían a dirigirse la palabra. Cada uno montó separadamente su propia fábrica de zapatillas en sendos lados del río de su ciudad natal. Rudolf registró en 1948 la marca Ruda, que luego se transformaría en Puma y Adolf (el benjamín Adi) creó al poco tiempo la suya: Adidas, contracción de su nombre y apellido.
La competencia entre ambas compañías fue desde entonces feroz, al igual que el creciente antagonismo entre sus fundadores. Los trabajadores, sus familias y todos los residentes de la pequeña villa bávara tuvieron que tomar partido por una u otra marca. La elección del centro de trabajo y las preferencias en el vestuario deportivo era toda una declaración de principios que acarreaba la retirada del saludo de los miembros del bando opuesto. Por descontado cada uno tenía sus propias tiendas, escuelas y bares de adictos a los que acudir.
La rivalidad se extendió hasta hijos y nietos; demandas judiciales incluidas. Los diferentes Dassler y sus empleados trabajaron duro, mejoraron sus procesos productivos y, entre medias, popularizaron el uso de prendas deportivas por el mundo. Sin ningún diseño previo, tanto la enseña del trébol rayado como la del felino brincador acabarían por copar en los años 60 y 70 el mercado internacional. Se convirtieron en verdaderos iconos deportivos.
En su empeño por batir a su contrincante, debemos a la dividida saga Dassler la aparición del moderno marketing deportivo y el patrocinio millonario de los grandes deportistas (no exentos de corrupciones y alguna que otra felonía). Puma hizo fichajes memorables con Pelé, Cruyff, Boris Becker o Maradona. Adidas hizo lo propio con Bob Beamon, Cassius Clay o Beckenbauer y, recientemente, con Beckham o Messi. Incluso el jubilado Fidel Castro, profeta anticapitalista, apareció ataviado con su lustroso chándal de Adidas (confirmando ésta su eslogan de “impossible is nothing” y contrariando, esta vez, a la progresía bermeja).
Ambas compañías recalaron pronto en el mercado de los EE UU. Su presencia propició sin duda la aparición en 1971 de una pequeña empresa de Oregón (inicialmente llamada Blue Ribbon Sports) que acabó dominando años después el mercado de la indumentaria deportiva: Nike es, actualmente y por el momento, la marca hegemónica mundial, seguida de Adidas-Reebok (Puma ha quedado bastante marginada, lejos de su indiscutido predominio de antaño junto a su adversario tribarrado).
En sus años dorados Puma introdujo, no obstante, innovaciones destacables como la moderna vulcanización, el cierre con velcro, la tecnología duoflex con fibra de carbono o las cámaras de aire interconectadas entre sí. Luego supo reinventarse a finales de los 90 al fusionar anticipadamente deporte y moda y conseguir conectar con un segmento más exclusivo de población urbanita que, sin practicar necesariamente deporte alguno, se preocupa por su salud e imagen. Ahora se la asocia a una marca cool.
Por su parte, el equipo de técnicos de Adidas aportó los tacos recambiables, el uso de materiales impermeables o la incorporación de tiras de goma modelo predator. A partir de los 90 hizo análisis escaneados del pie para diseños personalizados del calzado de los deportistas de élite, siendo hoy ya posible para el público en general el propio diseño o “tuneo” de las zapatillas. Sus modernas fábricas producen incluso calzado con microprocesadores (zapatilla inteligente tipo Adidas 1) o materiales nanotecnológicos.
Los herederos de Rudolf y de Adi perdieron hace años el control accionarial de sus respectivas empresas que han sufrido desde entonces diversas vicisitudes y cambios de dueños (incluido el ineficiente lustro de fines de los 80 en que Puma pasó a ser una empresa pública alemana). Sin embargo, toda aquella tenaz rivalidad cambió para siempre el mercado globalizado del equipamiento deportivo en beneficio de todos los consumidores.
Hace siglos que los escolásticos salmantinos, entre otras muchas observaciones certeras, supieron describir los fructíferos efectos de la competencia dinámica en el desarrollo de la sociedad pese a que los caminos que pueda aquélla tomar fueran siempre impredecibles.
Planificadores de todos los partidos, abstenerse de trazarlos. La imposición de una “competencia perfecta” no hubiera permitido la peripecia vital y empresarial de los Dassler.
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