En pleno centro de Europa se cuece actualmente una de las situaciones sociopolíticas más convulsas de las últimas décadas; Alemania se encuentra al borde de un verdadero terremoto. A inicios de septiembre, las regiones de Turingia y Sajonia se convirtieron en los últimos ejemplos del auge de la extrema derecha de la mano del Partido Alternativa por Alemania. Mientras, analistas y “expertos” debaten el porqué de las causas, incluyendo temas como inmigración y encarecimiento del coste de la vida; el trasfondo, creo, es algo mucho más obvio e irónico en el país donde todo está perfectamente planificado: el caos y la esquizofrenia política.
Para explicar este fenómeno no hace falta remontarse mucho tiempo atrás, si se observa el gobierno de Angela Merkel, se pueden encontrar algunas claves más reveladoras sobre los males que aquejan al país actualmente y los síntomas extremistas que nuevamente lo acompañan, agitando viejos fantasmas de su conocido pasado.
Clave migratoria: de la solidaridad a la esquizofrenia
Quizás el ejemplo más llamativo ocurre en 2016, cuando el gobierno conservador de Merkel llevaba tiempo comprometiéndose a recibir a más de un millón de refugiados, principalmente provenientes de Siria, debido a la guerra civil y el posterior éxodo masivo en dicho país[1]. Esa política se llevó a cabo de manera masiva. Pasó por alto un control adecuado sobre quién entraba al país, qué conocimientos tenía y sobre todo, cuál era su pasado.
La presión migratoria y la falta de adaptación cultural de muchos inmigrantes llevó a que en el año nuevo que daba inicio al 2016, alrededor de 1200 mujeres fuesen abusadas sexualmente, por lo que se calcula fueron más de 2000 sospechosos. En la ciudad de Colonia, donde fueron identificados 153 sospechosos, dos tercios eran de origen marroquí o argelino, 44% solicitantes de asilo, 12% personas en estado de ilegalidad y 3% menores de edad no acompañados[2].
Lo sorprendente no es sólo el hecho en sí, sino además que el gobierno central de Alemania encubrió los hechos, censurando su cobertura mediática y prohibiendo especialmente reportar el origen de los agresores, todo con el objetivo de no generar tensión social. Este encubrimiento masivo no fue algo denunciado por un multimillonario con ínfulas de grandeza, ni por periodistas amateurs, fueron los propios medios tradicionales como Kölner Stadt-Anzeiger y Süddeutsche Zeitung[3] en un ataque de periodismo moral los que denunciaron las presiones brutales a las que se les quería someter so pretexto de proteger la convivencia cultural.
Crimen: oculto tu identidad, proclamo la mía
Es decir, un grupo de personas que han buscado una mejor vida en un país extranjero, cometen un acto brutalmente cruel y les tapan la identidad, mientras que si un local lo hace… se grita a los cuatro vientos. Ese tipo de corrección política e identitaria es un caldo de cultivo perfecto para que la población de un país termine con verdaderos sentimientos anti-migratorios; pues al tapar crímenes, se genera en el país una histeria colectiva producto de tapar el sol con un dedo.
Revelar la identidad de quien comete un crimen o admitir problemas de adaptación cultural no es una reivindicación racista; por el contrario, es querer separar la paja del trigo y dejar claro que en una democracia liberal todos deben respetar las leyes por igual y nadie recibe tratos de favor. Errar en eso equivale a dinamitar de manera letal la confianza que un país necesita tener en sus representantes políticos, de lo contrario, buscarán a alguien, quien sea, para hacerlo.
Clave energética en Alemania
Otro ejemplo de como los gobiernos moderados alemanes, aquellos “dignos” representantes del consenso político que llevó a la Reunificación, fue su política energética, que, en busca de luchar contra el cambio climático, se adelantó tanto que cerró todas sus centrales de carbón y centró sus fuentes en el gas provisto por Rusia (que como cualquiera sabe, nunca ha tenido problemas con Alemania). Merkel, antigua ministra de Ambiente y una luchadora incansable contra el cambio climático, hipotecó la independencia energética del país al hacer que el 55% [4]de la matriz energética correspondiente al gas viniese directamente de Rusia a través de gaseoductos como el Nord Stream 2 (aprobado y aupado por el gobierno de la CDU aun después de la invasión de Rusia a Crimea).
Al igual que el ejemplo anterior, es una manera de hacer política muy peligrosa, entregar la independencia energética de un país a un adversario políticamente hostil, aun cuando una buena parte de la economía del país depende de industrias que consumen grandes cantidades de electricidad, como es la automotriz.
Es decir, queremos coches eléctricos, ciudades inteligentes y energía limpia (siendo el gas el combustible de transición por excelencia)… ¿Quién se lo dará a Alemania? Rusia. ¿Problemas? Ninguno. Aquí el error no tardó en llegar, y si en el caso de los abusos sexuales la seguridad de la mitad de la población se veía amenazada, aquí eran los bolsillos de la gente. Tras la invasión de Rusia a Ucrania, se limitó el suministro de gas, los precios de la energía se disparan y hay que reabrir las contaminantes centrales de carbón.
Futuro inmediato
Todo era evitable, no era física cuántica o química en el caso de la señora Merkel, pero implicaba hacer algo valiente y no tan “trendy” como una transición más ordenada sin depender de potencias extranjeras y que tal vez no beneficiaran a políticos convertidos en ejecutivos de empresas rusas[5][6]. Sin embargo, una vez, los políticos de centro y “pragmáticos” optaron por una solución que ocasionó grandes problemas totalmente evitables.
Una sociedad democrática es tan fuerte como la capacidad de sus instituciones para dar respuesta a las demandas de sus ciudadanos de manera pronta y cumplida. El gobierno alemán no ha sido capaz de hacer eso. Durante las últimas décadas, en dos áreas clave como son inmigración y política energética, han caído en manos de políticos que han abdicado su deber de buscar la igualdad ante la ley, el bienestar y seguridad común, con tal de beneficiar modas o intereses personales.
Esa es la verdadera causa del auge de viejos fantasmas, que son aún peores, pero no son resentimientos infundados, racismo o discriminación, es la incapacidad de un sistema lo que lleva al límite a las poblaciones. Quizás aún los países europeos estén a tiempo de revertir sus errores, y de que el sistema vuelva a funcionar de manera efectiva. Las consecuencias de lo contrario, que todos conocemos, espero que no vuelvan a ocurrir.
Notas
[1] Refugees and asylum in Germany – statistics & facts- Statista (2024)
[2] German minister ‘told police to remove the word rape from Cologne sex assault report- Daily Telegraph (2016)
[3] Women in the Cologne Central Railway Station massively cornered. Kölner Stadt-Anzeiger
[4] How did Germany fare without Russian gas?- Brookings Institute (2023)
[5] El antiguo canciller Gerhard Schröder ha sido directivo de las empresas rusas estatales de energía Nord Stream AG, Rosneft, Gazprom.
[6] The Former Chancellor Who Became Putin’s Man in Germany- New York Times (2022)
Ver también
Alemania y Argentina: más señales de alarma. (Daniel Lacalle).
Algo está pasando en Alemania. (Luis Gómez).
La destrucción de la economía alemana. (Álvaro Martín).
1 Comentario
La Escuela Austriaca nació (de la mano de Carl Menger en 1871) frente (en directa oposición) al historicismo alemán; esto es, frente al 2º historicismo prusiano-alemán liderado por Schmoller que venía a negar la existencia, o incluso la mera posibilidad de existencia, de leyes económicas aplicables en todo tiempo y lugar, incluida la ley de la oferta y la demanda. De ser esto así, de tener razón los historicistas schmolleritas, los políticos gobernantes podrían hacer cualquier cosas en cualquier momento y en cualquier lugar (no existiría ninguna ley ni proceso de causa a efecto necesario distinto del de la voluntad del propio gobernante, su mera voluntad haría doblegarse el mundo a sus pies, sin límite ninguno). De hecho, desde esa cosmovisión historicista, ese (el gobernante) es el motor del mundo, del desarrollo, de la civilización.
Una de las características del historicismo alemán fue/es que convirtieron las universidades prusianas [1] en un feudo de lucha político-ideológica, cerrando el paso expresamente a cualquier profesor que pretendiera enseñar economía, tanto en su modalidad clásica smithiana, como en su modalidad moderna marginal-subjetivista ‘austriaca’ (superadora de la anterior tras la revolución marginal-subjetivista de 1871).
El rector de la universidad de Berlín expresó esta idea como que los profesores funcionarios de la Universidad de Belín eran, o se habían convertido en las guardaespaldas ideológicos del emperador (de la casa de Hohenlohe).
Pues bien, este hecho (este monopolio ideológico) tiene unas consecuencias tremendas, y no solo a corto sino también a largo plazo (que llega incluso hasta nuestros días): al excluirse la enseñanza de la economía, pueden aparecer fenómenos como el socialismo (en sus diferentes versiones, nacional-socialismo, sovietizante, woke, etc., pese a lo muy tontos o incoherentes que sea su supuesta base) o figuras como Ursula Von der Leyen que «creen» a pies juntillas en el dirigismo centralizado (aunque no son conscientes de ello, pues ni siquiera han oído hablar de que pudiera ser de otra forma), resultando, por ejemplo, en políticas energéticas suicidas como la que prosigue actualmente Alemania (que consideran tontamente como «limpia» e incluso como renovable la energía proveniente de quemar gas «natural», me imagino que basándose en que este es incoloro, frente a la de quemar líquidos o sólidos totalmente equiparables en casi todo (petróleo y carbón), cegada por el hecho de que estos sí tienen color… oscuro; parece estúpido, pero muestra donde estamos, y el daño que pueden hacer personas acríticas que se creen supuestamente educadas por el hecho de haber pasado por sistemas «educativos» monopolísticos).
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[1] El nuevo modelo estatalizado que reemplazaba a la institución espontánea original, de fundación cristiana privada, de comunidad o universidad de bienes voluntaria de profesores y alumnos, transformándolo por tanto la esencia del mismo para convertirlo en un monopolio funcionarial estatal controlado por el gobierno (muy lejos de lo que soñara en sus inicios Von Humboldt).