Intuyo que los asesinos de las Ramblas no parecen estar muy asustados por la prisión permanente revisable de Gallardón.
Este artículo está escrito en pleno debate sobre la secesión de Cataluña. Podría ser de actualidad debatir sobre si los procesos de secesión son una posible evolución a sociedades anarcocapitalistas, pero, por principio, no me gusta debatir sobre temas tan polémicos en momentos en los que se discute con apasionamiento, y si bien tengo una postura al respecto (que coincide en lo esencial con la del director de este instituto), prefiero discutirla en momentos más calmados, por lo que este mes propongo el asunto de la transformación de la guerra y sus posibles consecuencias sobre la evolución de los Estados.
Los procesos de formación del Estado moderno y su posterior evolución están íntimamente ligados a la guerra. Historiadores y politólogos como Charles Tilly, Michael Mann, John Hall o Bruce Porter, no todos ellos libertarios, han explicado estos procesos como una dialéctica constante entre la estructura organizativa del Estado y las formas de hacer la guerra. Como observó uno de ellos, Charles Tilly, el Estado hace la guerra y la guerra hace al Estado. De ser este argumento correcto y ser aún la guerra el principal factor de definición estatal, se podría establecer que cambios en la forma del conflicto o en la defensa deberían alterar de forma sustancial la forma en la que el Estado se configura. Un historiador militar israelí, Martin van Creveld, ha expuesto en dos de sus libros (Rise and fall of the state y Transformation of war) la tesis de que las nuevas formas de guerra convertirán a los modernos estados en una suerte de reliquia histórica incapaz de cumplir con la función que teóricamente justifica su existencia, que es la de garantizar la seguridad de su población. A este respecto me gustaría abrir un doble debate, siendo el primero el de si la función de seguridad sigue aún siendo la principal función del Estado en las sociedades modernas de nuestro entorno y, la segunda, si es correcta o al menos potencialmente correcta la aseveración del profesor Van Creveld sobre la capacidad del Estado moderno de afrontar los nuevos desafíos a la seguridad. De ser cierta su teoría se podría entonces debatir, algo que haremos en un posterior trabajo, si el anarcocapitalismo podría llegar tras una evolución de este tipo y si este podría conformarse como la mejor de las respuestas posibles a este desafío. Ahora procederé a explicar cuál es mi postura al respecto de estos dos debates.
Si observamos los presupuestos de los modernos Estados occidentales, como quería el viejo Schumpeter, para medir la importancia de las distintas funciones públicas, parecería que las funciones de defensa y seguridad ya no son ni mucho menos la principal de las preocupaciones de los gobernantes, siendo preteridas por el gasto en pensiones o en bienestar social. El Estado moderno no parece preocupado, al menos en lo que al gasto se refiere, por el mantenimiento del orden y la seguridad, sino por el mantenimiento de servicios sociales de educación o sanidad e incluso de investigación o cultura. El viejo Estado gendarme parece haber pasado a mejor vida y el moderno poder político sólo nos muestra su cara más amable en términos de cuidados y protección de la población en general y de los más débiles e indefensos en particular. La gestión de la violencia ya no sería, pues, la función esencial del Estado, como no lo serían tampoco las otras funciones definidas como imprescindibles como la de justicia o la de construcción y sostenimiento de infraestructuras, también relegadas a la marginalidad, por lo menos en lo que a asignación presupuestaria se refiere.
Pero no estoy de acuerdo con Schumpeter en este punto. Si bien el gasto público en seguridad es porcentualmente pequeño en nuestro entorno, esto no implica que el gasto en seguridad haya disminuido en términos absolutos en perspectiva histórica y mucho menos implica que haya dejado de ser su función más importante y la que legitima su existencia. Sin el monopolio de la gestión de la violencia los Estados modernos no habrían podido en el pasado ni podrían haber mantenido en el presente el actual nivel de intervención en la vida social, ni recaudar los fondos para financiar los servicios públicos que lo legitiman. Sin el monopolio de la violencia y la amenaza de su ejercicio no sería posible, en primer lugar, conseguir recaudar la cantidad de ingresos de la que hoy disponen los Estados. Tampoco les sería posible conseguir la disciplina social que hace que la casi totalidad de la población obedezca sin resistencia sus directrices y, por ejemplo, escolarice a sus hijos en los sistemas obligatorios de instrucción pública, lo cual a su vez deriva en un incremento ulterior de los niveles de aquiescencia a las directrices estatales. El cambio que se ha producido en el ámbito de la seguridad es en el peso relativo de los mecanismos de defensa externa, que se han reducido en relación a los que se refieren al mantenimiento del orden público en el interior de las sociedades. A día de hoy, las guerras clásicas se puede decir que han desparecido y el conflicto se expresa más bien en luchas por el control por el poder en el interior de un Estado, con o sin intervención de potencias exteriores. De ahí que la función militar del Estado haya decaído en beneficio de la función policial del mismo, dándose al tiempo cambios en la propia organización y en las dotaciones de armamento necesarias para tal función, produciéndose cierta mímesis entre ambas, de tal forma que las policías (algo muy visible en Estados Unidos) usan armamento cada vez más pesado y, a la inversa, los ejércitos son cada vez más usados en funciones de orden público, siendo cada vez más habitual observar a soldados patrullando las calles como medida de disuasión antiterrorista. En conclusión, no entiendo que la defensa haya dejado de ser la función central del Estado, sin la cual este no podría en última instancia sostener su capacidad, pero sí reconozco que esta función haya abandonado el primer plano entre los argumentos usados para legitimar al moderno poder político y perdido, por tanto, visibilidad.
Una vez establecido este punto debemos pasar a discutir si la forma en la que el Estado presta sus servicios de defensa sigue siendo la más adecuada para garantizar la seguridad de la población y, de no ser así, analizar su posible evolución. Autores como Spruyt afirman que el Estado moderno es hijo de la artillería que destruyó el castillo feudal y sería, por tanto, lógico que nuevas formas de agresión o de gestión del conflicto pudieran a su vez contribuir a la superación de la forma estatal, incapaz de dar respuesta adecuada a las mismas.
Nuevas formas de agresión son las nuevas formas de terrorismo (sobre todo el yihadista), las mafias del siglo XXI, que son en muchas ocasiones mafias viejas como la N’Dranguetta, que paradójicamente se revelan perfectamente adaptables a las realidades tecnológicas del siglo XXI. Desafíos de nuevo cuño son los nuevos piratas y traficantes de personas que usan sofisticadas formas de cobro como el bitcoin o paypal. Nuevas formas de armamento como los drones (potencialmente usados incluso en forma de enjambre) o las nuevas generaciones de minas pueden reequilibrar el potencial de la defensa frente al ataque, dificultando al Estado su capacidad de control de territorios rebeldes. La aparición de ciudades ferales (ciudad con tal densidad de población que hacen imposible el control por parte de las policías convencionales) como pueden ser algunas grandes urbes de la India, Pakistán o Latinoamérica, plantean nuevos retos a la seguridad. Recordemos que históricamente los gobiernos podían controlar mejor a las ciudades que al campo, pero con ciudades enormes llenas de escondites y barios impenetrables en los cuales se pueden esconder todo tipo de terroristas o en las que maras o bandas pueden ejercer impunemente su dominio, el modelo tradicional de dominio estatal se tambalea. Los antiguos guerrilleros y partisanos operaban mejor en el campo, donde podían ocultarse dado su mejor dominio del terreno: pero ahora son las ciudades, sobre todo las grandes, el lugar donde pueden ocultarse y disimular mejor. Bin Laden, por ejemplo logró mantenerse oculto mucho tiempo en una de estas urbes. Dado que el espacio de este tipo de artículos es corto, analicemos entonces alguna de estas amenazas para ver en qué medida el Estado puede afrontarlas sin tener que abandonar su forma actual.
Los Estados modernos han diseñado tradicionalmente sus sistemas de defensa para confrontar a otros Estados, pero su escala o su organización para la prestación de este tipo de servicios pudiera no ser la adecuada. Por una parte, son muy pequeños para confrontar amenazas que se coordinan en red a escala mundial, en la forma de grupos terroristas yihadistas tipo Al Qaeda o ISIS (frente a los movimientos terroristas clásicos que operaban exclusivamente dentro de un Estado como ETA o el IRA). Tampoco las mafias de nuevo cuño, frente a las tradicionales, operan en un sólo país, sino a escala mundial, llegando a crear alianzas con otras organizaciones similares, como bien relata Claire Sterling en sus libros sobre las mafias. La coordinación de los Estados en este aspecto es muy compleja, pues ambas amenazas aprovechan vacíos legales y la difícil interoperabilidad de las distintas agencias de seguridad estatales.
A su vez, los Estados-nación son demasiado grandes para afrontar con eficacia el problema, dada la enorme desproporción de medios usados por unos y otros. Un pequeño grupo de terroristas, que en circunstancias normales no pasarían de montar un alboroto en una verbena o una taberna y ser convenientemente molidos a palos, pueden, en cambio, usando armas caseras desestabilizar países enteros de decenas de millones de habitantes, con fuerzas de seguridad bien dotadas, armadas y entrenadas. En Francia llegó a establecerse el estado de alerta y en España causó una crisis política de gran alcance. El Estado sólo puede actuar con un gran coste y su dimensión y su forma de operar no es probablemente la adecuada para afrontar esta amenaza y, de hecho, se han dado atentados indiscriminados en los Estados más consolidados del mundo. ¿Cómo se afrontaría el problema en una sociedad sin Estado? Primero, en una comunidad privada la presencia de minorías radicales de este tipo es mucho más difícil de ocultar y prevenir. Es más fácil detectar un terrorista en Liechenstein que en París, Londres o Berlín. Una comunidad privada dudo que facilite o permita el asentamiento o la entrada de este tipo de sujetos en su territorio, pues el acceso a los mismos no sería libre como lo es ahora. Segundo, el efecto de caja de resonancia, de tal forma que un atentado en cualquier sito ve multiplicado su efecto a nivel de todo un Estado desestabilizándolo y consiguiendo multiplicar su efecto en todo su territorio (objetivo último del terrorista), se ve aquí muy reducido dado que los efectos políticos del atentado quedarían reducidos a una escala más local. Muy probablemente la población de las sociedades sin Estado estén armadas o entrenadas para afrontar este tipo de amenazas, no como en las poblaciones estatizadas en las que la recomendación es escaparse y correr durante el tempo en que tarde en llegar un agente. Por último, habría que discutir si los sistemas penales de los Estados o sus formas de combatir el terror son las más adecuadas. Intuyo, aunque bien pudiera equivocarme, que los asesinos de las Ramblas no parecen estar muy asustados por la prisión permanente revisable de Gallardón. Nuevas formas de combate flexibles o organizaciones también reticulares como las mafias probablemente pudiesen combatir el terror de una forma más eficaz y menos costosa (la mafia corsa solicitó que le dejasen a ella hacerse cargo del trabajo, dado que el Estado, con sus portaviones y aviones de combate, no parecía muy competente).
Lo mismo podría decirse también , por ejemplo, de la piratería. Frente a la amenaza de los piratas en el Índico se enviaron por parte de los países europeos buques de combate preparados para combatir a buques similares, no a pateras con motor. Esos buques, además del enorme coste del viaje, no parecen ser por dimensiones o por procedimientos operativos la mejor forma de combatir a tales piratas. Los armadores solucionaron el problema con dos o tres mercenarios sudafricanos, dotados de armamento apropiado para ese tipo de navíos y bien entrenados para esa tarea en concreto. Desde entonces no se han producido más apresamientos.
Quisiera, así, con estas páginas contribuir a abrir algún tipo de debate sobre este tema y, en general, sobre la evolución de las formas de defensa y seguridad estatales y su contraste con las de una sociedad ancap.
8 Comentarios
No existe derecho de secesión
No existe derecho de secesión ni el derecho de rebelión ni el derecho de decidir. Barbaridad de barbaridades…
«LA PATRIA NO SE HACE, LA DEMOCRACIA, SÍ.
¿Derecho a Decidir?
Sin Poder de Decidir.
Una Nación es algo dado, que no depende de la voluntad.
Igual que no podemos decidir quién es nuestro padre».
Antonio García-Trevijano»
¿En qué momento se formó la
¿En qué momento se formó la nación española? Algunos dicen que fue en 1492, el segundo día de enero concretamente, tras la conquista de Granada. ¿Qué nación les fue dada al nacer a toda la gente que nació antes de la conquista de Granada? Por ejemplo, tenemos al poeta Juan Boscán, nacido en 1490. Una gran aportación que hizo este hombre a la humanidad fue la publicación de los poemas de Garcilaso de la Vega, quien nació en el año 1501. ¿Era Garcilaso uno de los primeros españoles y Boscán era simplemente Catalán de Barcelona y todavía no era español porque no le nacieron en el momento oportuno? Absurdo.
Si la nación Española empezó a existir en 1492, y la nación no es algo que se elige, entonces los Reyes Católicos no eran españoles. ¿A qué nación pertenecían?
¿Y si la nación española nació en la batalla de Covadonga? ¿A qué nación pertenecía Don Pelayo?
¿Y si la nación española nació cuando los romanos terminaron de conquistar Hispania? ¿Entonces los visigodos no eran españoles, sino unos despreciables invasores que destruyeron a la nación española original?
¿La guerra de la independencia? ¿Qué se hizo de aquello?
¿A qué nación pertenecen la gente nacida en las islas Filipinas hoy? ¿Cuál es su patria?
¿Y una niña recién nacida en Puerto Rico a qué nación pertenece?
¿Y un niño nacido en Haití a qué nación pertenece?
La nación y la patria son milongas. También son falsos los conceptos de estado, partido, país, sindicato, asamblea, tribu, tribunal, senado, congreso, corte, etcétera. El único concepto que es potable es el de familia, pero está muy sobrevalorado. Y el concepto de iglesia podría ser aceptable, siempre que no se meta en políticas.
La rebelión no es un derecho sino una OBLIGACIÓN. Rebelarse contra la Generalidad de Cataluña es lo que debería haber hecho la gente cuando los políticos empezaron a abusar de ellos. Rebelarse contra Montoro es lo que deberían haber hecho sus víctimas. Rebelarse contra González es lo que deberían haber hecho los que creen en el principio de separación de poderes. Todos cobardes, todos mojigatos, todos empanados. Tenemos lo que merecemos, vale ya de echar balones fuera. Los esclavos no deben quejarse.
España no es ningún mito o
España no es ningún mito o entelequia, sino una cierta identidad sociocultural como lo son Asturias, Europa o la Cristiandad. Evidentemente, esta realidad histórico-antrológica se conformó de manera continua y evolutiva, no de un día para otro, por lo que tus preguntas son impertinentes y falaces.
Se trata de una taxonomía inclusiva, sin que, por ejemplo, exista contradicción entre ser catalán, español y europeo.
Negando lo evidente lo único que consigues es desacreditarte, y mala publicidad para las ideas que defiendes. Cosa muy distinta sería denunciar que se apele a estas indiscutibles identidades de idiosincrasia, valores, costumbres y tradiciones para justificar la coacción política. Pero tirar gratuitamente contra los sentimientos nacionales en sí -cuando el mal es el nacionalismo o justificación de la violencia en aras de la nación-, resulta tan disparatado como rechazar a las mujeres o a los homosexuales por culpa del feminismo y del homosexualismo.
«Español» es aquél que diga
«Español» es aquél que diga el BOE. ¡Pero este no es el tema!
Sobre la defensa en una sociedad sin Estado:
Dice el profesor Bastos que «en una comunidad privada la presencia de minorías radicales de este tipo es mucho más difícil de ocultar y prevenir» y cita «Liechenstein» frente a París o Berlín. ¿Qué impide a terroristas o violentos disimular en una comunidad, privada o pública, grande o pequeña, estatal o no, Liechenstein o París? En Ripoll ni los más allegados sabían qué tramaban los asesinos: no se pudo prevenir y se ocultó. O cuando la ETA, al descubrirse pisos francos la comunidad de vecinos flipaba al enterarse de que eran etarras los vecinos del ático. En Liechenstein, lo que pasa, es que va gente adinerada que no tiene ganas de follones, porque prefiere la dolce vita a ir por ahí inmolándose como los pardillos, no porque sea una «comunidad privada» donde sea más fácil prevenir la violencia. Si acaso por lo reducido del territorio.
Poner a las mafias y mercenarios a combatir contra «enemigos» es algo aberrante, desde el punto de vista de la defensa de la libertad, ¿no? Las mafias no son organizaciones románticas defensoras de la libertad. P.ej. habría que aclarar quién es más violento, si el pirata somalí que aborda a mercenarios extranjeros armados en «su» territorio, o el mercenario que no duda en privarle de todas las libertades al somalí cuando le pide peaje con coacción. ¿El mafioso que asesina jueces es una buena alternativa a la policía pública? ¿Seguro que son más liberales las maras, peores que fieras salvajes, que la policía o el ejército, buenista por definición? ¿Pero no era Robin Hood el malo, en la mitología liberal, y toda su tropa de mercenarios privados?
Me da la sensación de que se confunde sistemáticamente «privado» con «mejor», y «estatal» con «peor» (en términos morales), cuando creo que el término más adecuado sería «eficiente» e «ineficiente» (en términos económicos).
En todo lo demás estoy bastante de acuerdo, que se dice pronto.
Por cierto, en el caso de Cataluña, si se quiere parar «el procés», la solución ya se sabe cuál es. Bastaron 12.000 euros al día para acabar con los Síndicos Electorales, cosa que jamás hubieran conseguido los miles y miles de policías enviados, ni tanques ni el mismísimo hombre-cohete.
Slds.
Undepe:
Undepe:
Si en vez de “privado” y “público o estatal” –tendenciosa terminología estatista- hablamos de “libre y voluntario” frente a “impuesto con violencia”, se aprecian claramente las esenciales denotaciones morales en juego. Reducir la moral a la eficiencia -¿según quién?- supone un inaceptable utilitarismo obsceno.
OK. Me resulta imposible
OK. Me resulta imposible eliminar la tendenciosidad de mi castellano. Sólo lo consigo con el lenguaje matemático… 😉
¿Qué sería «mejor», defender a una comunidad con una guerrilla libremente organizada de voluntarios, o un regimiento de militares procedentes de un servicio militar obligatorio so pena de prisión? Supongo que diréis lo primero. Pero, y si la comunidad a defender es la familia del hombre-cohete, o la guardia pretoriana de algún «super-malo», sería aceptable usar un ejército de coaccionados? ¿Qué justifica (o le da más peso a) una acción, en el mundo de la defensa, el hecho de ser «libre y voluntaria» o el hecho de ser «correcta»? Quien dice «correcta», dice «mejor» o «ideal», «lícita», «buena», etc. (hay que asumir mucha heurística en la interpretación de mi pregunta). Yo opino que en este caso lo «liberal» queda relegado a segundo plano (hasta que alguien me convenza de lo contrario).
¿Y la autodefensa preventiva, cómo se trataría desde un punto de vista liberal? ¿Habría sido «correcto» matar a Hitler mientras era niño, si hubiera sido posible conocer lo que pasaría después y hubiera sido la única manera de evitarlo? ¿Privamos de vida a alguien, en defensa propia antes de que haya perpetrado su ataque? Asumamos que no somos ninguno de los 2 bandos: libertad a toda costa, pero ¿de cuál de los 2 bandos? ¿dejamos que lo resuelvan ellos, o uno de los bandos (¿el más liberal?) merece nuestro apoyo, sólo por ser liberal?
Slds.
Hola UNDEPE.
Hola UNDEPE.
«¿Qué impide a terroristas o violentos disimular en una comunidad, privada o pública, grande o pequeña, estatal o no, Liechenstein o París?» Nada impide disimular. Lo que dice Bastos es que es *más difícil*. En una comunidad privada todos los miembros se vigilan mutuamente. No es cotilleo ni el tipo de vigilancia que el Estado realiza. Es mucho más simple. Hoy pasamos mucho tiempo del día pensando en las «informaciones» que nos llegan por los medios de comunicación. Estamos distraídos y no percibimos correctamente la información más cercana a nosotros, generada por las acciones de la gente más próxima. Sobrecarga de información lo llaman. Algunos especulan que todo forma parte de un plan para conquistar el mundo. Feliz aquel que logre aislarse y ocuparse solo de lo que es realmente importante. (¡Visca el Brexit!)
Las mafias y las maras y las guerrillas son cosa mala. También son cosa mala las policías y los «cuerposyfuerzasdeseguridaddelestado» (latiguillo jaculatorio de moda). ¿Por qué son malos nuestros guardianes? Porque han jurado y prometido hacer cumplir leyes injustas. Ellos no están para juzgar las leyes. Tampoco van a permitir a nadie que se ponga a valorar la justicia de las mismas: en España no existe nada parecido a la «jury nullification» de los EEUU, institución odian a rabiar los izquierdistas de Nueva Inglaterra. Nuestros honorables guardianes cummplen órdenes, y las ejecutan sin pensar si hacen lo bueno o lo malo. No lo hacen gratis, sino que sus empleadores tienen que cumplir su parte del trato: salario mensual y prebendas bobaliconas, además del impagable solaz de saber que están sujetando los pilares de la tierra, la civilización y la democracia. Son buenos chicos, buenos estudiantes, gente formal y sana, que se corta el pelo y hace deporte y bebe zumos de coles. Para estas personas la justicia se fundamenta en la amenaza de agresiones, secuestros y muerte, y ellos tienen el privilegio de servirla. No se admite competencia. No puede haber autonomía moral, o esto sería una anarquía. Todos debemos estar sometidos a la Autoridad, cuya justificación última es «la voluntad de la mayoría del Pueblo».
En otras palabras, los policías son mafiosos líricos. O bien, los mafiosos son policías pragmáticos. Cuando hay un gran terremoto en Japón, son las mafias los que cuidan de la gente. El Estado no puede atender todas las peticiones y colapsa bajo el peso del papeleo. Se enreda en su propia maraña. Lo cual es trágico, porque los que se dedican a atender a las víctimas creen con mucha fe que ellos son los únicos que pueden ayudar y los únicos que tienen derecho a ayudar, porque así lo dicen las leyes, mientras que la realidad desmiente, y no es la primera vez, a las pretenciosas leyes humanas, provocando mucho desasosiego en los bienintencionados y atolondrados servidores del Estado. Pobrecitos. En seguida se les pasa. No hay mejor analgésico que el orden espontáneo. La realidad se abre paso y la gente se ayuda, aunque a las autoridades esto les aterre. No es posible planificar perfectamente para un desastre. Hay que improvisar con lo que se tiene a mano, y la única forma real de «tener muchas cosas a mano» es que haya muchas cosas en circulación, distribuidas por doquier, antes del desastre. Texas levantará pronto la cabeza, pero las islitas del Caribe tardarán mucho en recuperarse. El capital marca la diferencia.
Claro que los policías no son asesinos de vocación ni ladrones natos. Pero es lo que acaban haciendo. Y los mafiosos son muy conscientes de su naturaleza asesina y ladrona, pero acaban negándola y dedicándose a proteger a los débiles, no porque les guste, sino porque necesitan caza. Los humanos tienen que cultivar a otros humanos para poder cosechar lo que sea que deseen cosechar.
Robin Hood no subió los impuestos a los pobres. Eso lo hizo el Sheriff, es decir, un mafioso con ínfulas de benefactor de la humanidad. Mal está asesinar. Por ejemplo, Santo Tomás Moro asesinó en la hoguera a unos cuantos herejes, es decir, rivales políticos. Luego le tocó a él morir asesinado por la «Justicia». Se cumplió aquello de «el que vive por la espada morirá por la espada». Por ahí andaba un tal Cromwell, que creo era tío-abuelo del tirano Cromwell, el puritano, verdadero fundador de la Democracia moderna que padecemos. A ese Cromwell, servidor del pérfido Enrique VIII, también lo mataron por cuestiones políticas, como a Moro, y cuenta la leyenda que hicieron una chapuza en su ejecución, porque emborracharon al verdugo y no acertó a darle una muerte rápida con el hacha, sino que se dedicó a darle golpes en varias partes, provocándole gran sufrimiento. Una vez más, la eficacia de la función pública está libre de toda sospecha. Mal está matar, como decía. Todos los terroristas totalitarios que se dedican a matar deben morir. Incluidos los que creen que obran con autoridad legal. No es un capricho mío, sino que es el dictado de la propia naturaleza de las cosas, de la realidad, como demuestran incontables anécdotas históricas: la legendaria muerte de Atila, el asesinato de Julio César, el suicidio de Allende, la muerte del Che Guevara, de Mussolini o de Gadafi (ese facha que nos protegía de la crudeza de los «fanáticos» musulmanes del desierto). A mí no me gusta nada la idea de que la gente robe y mate y luego acabe muerta de cualquier manera en represalia a sus acciones, así que recomiendo a todos los policías y militares y a todos lo mafiosos y revolucionarios que renuncien inmediatamente a la vida que llevan, y se dediquen a servir a la verdadera justicia, cuyo primer principio es negarse a cometer injusticia. Pocos se apenan de la muerte de un mafioso, pero a muchos nos apena la injusticia de la muerte de los ingenuos policías y militares que creen que están haciendo el bien. Llegado a este punto creo que conviene recordar la confesión del filósofo Spinoza (sefardí, descendiente de gente cuyas propiedades fueron injustamente expropiadas por el Estado) cuando dijo: «me he esforzado por no burlarme de las acciones humanas ni por odiarlas, sino por entenderlas». Me parece que el que está ocupado en intentar entender no se ocupa de intentar gobernar a los demás.
Lo de la confusión de «bueno y malo» con «eficiente e ineficiente» es un tema muy controvertido. Hay excelentes argumentos a favor y en contra de la deontología pura y el utilitarismo puro. (Por cierto, hay utilitaristas que afirman que el utilitarismo es un caso particular del consecuencialismo, y otros niegan esto; también los hay que afirman que el utilitarismo es una rama de la ética, y otros que lo niegan). Pero ocurre que no existe ningún deontólogo puro, ni ningún consecuencialista puro. Toda persona que dice «hágase justicia aunque perezca el mundo» cree que la justicia no causará ninguna destrucción. Toda persona que dice «hay que hacer lo mejor en cada caso, aunque sea totalmente inmoral» piensa también que lo mejor no puede ser inmoral. ¿Lo privado es eficiente y lo Estatal ineficiente? Yo creo que lo privado tiene la obligación de funcionar o perecerá, mientras que lo Estatal tiene la obligación entorpecer a los agentes económicos, o se verá arroyado por estos en un espantoso libertinaje de consumo y producción, la aterradora jungla del mercado autorregulado, esa que da a cada cual según sus necesidades y recibe de cada cual según sus capacidades, todo de manera armoniosa y voluntaria, libre de coacción y arbitrariedades. La eficiencia del Estado se mide en el grado de desesperación de la gente.
Resumen: El Estado es un mierda.
*Amen*
*Amen*